El escaso cine cubano de ficción cuyos personajes centrales son ancianos posee particular encanto, desprendido de la empatía generada entre el espectador y seres quienes -en la última vuelta a la carrera del ocaso- intentan aferrarse a un algo, un qué o un quién. Con ello están dejando por sentada, para sus interlocutores silenciosos de la sala, la parábola misma de la existencia, consistente en asirnos a mecanismos de estímulo en tanto resortes vitales o sistemas de propulsión de las emociones, tan requeridas por nosotros los humanos. Se asía a dicho mecanismo Consuelito Vidal en esa aun no reconocida obra maestra llamada Reina y Rey; Verónica Lynn en el todavía poco difundido cortometraje Martha; o la preterida esposa del magnífico dibujo animado Veinte años, con mucho menos fortuna que las anteriores en su caso. Se asen los personajes compuestos por Reynaldo Miravalles y Enrique Molina en el estreno nacional: Esther en alguna parte.
domingo, 24 de febrero de 2013
miércoles, 6 de febrero de 2013
La película de Ana: filme correcto con gran personaje e interpretación
El estreno cubano es exhibido en todo el país ahora
La película de Ana (Daniel Díaz Torres, 2012) bien pudiera haberse titulado La película de muchos, en tanto engloba en su relato la -a su disgusto- inmarcesible dicotomía de tantos conacionales entre querer y no poder; porque ensarta en su flechazo discursivo la disyuntiva de miles de compatriotas entre ser fieles a preceptos morales y estar obligados a burlarlos por circunstancias económicas que los superan. Es muy triste ello: sucumbir al reinado tácito de la concesión. De tal que, aunque a la larga sea una comedia dramática, o dramedia según el término estadounidense, el filme resulte uno de los más desconsoladores de una pantalla nacional reciente donde si algo no abunda es la alharaca entusiasta o el jolgorio (Camionero, Melaza, Penumbras, Marta, Alumbrones, La anunciación, Casa vieja, Fábula, Chamaco, La guarida del topo, Verde verde, Larga distancia…), para dejarlo solo en la ficción, porque en la parcela documental resulta tanto o mucho más lancinante el reflejo.
La película de Ana (Daniel Díaz Torres, 2012) bien pudiera haberse titulado La película de muchos, en tanto engloba en su relato la -a su disgusto- inmarcesible dicotomía de tantos conacionales entre querer y no poder; porque ensarta en su flechazo discursivo la disyuntiva de miles de compatriotas entre ser fieles a preceptos morales y estar obligados a burlarlos por circunstancias económicas que los superan. Es muy triste ello: sucumbir al reinado tácito de la concesión. De tal que, aunque a la larga sea una comedia dramática, o dramedia según el término estadounidense, el filme resulte uno de los más desconsoladores de una pantalla nacional reciente donde si algo no abunda es la alharaca entusiasta o el jolgorio (Camionero, Melaza, Penumbras, Marta, Alumbrones, La anunciación, Casa vieja, Fábula, Chamaco, La guarida del topo, Verde verde, Larga distancia…), para dejarlo solo en la ficción, porque en la parcela documental resulta tanto o mucho más lancinante el reflejo.