domingo, 8 de enero de 2012

Vinci

Ojalá, en vez de curiosos accidentes geográficos de la toponimia cinematográfica criolla, películas pertenecientes a géneros como los procurados por Molina´s Ferozz, Juan de los muertos o Vinci (Eduardo del Llano, 2011) se consolidasen en hechos comunes de un paisaje genérico cada vez más distendido, abierto a barajar opciones. Porque de esto va el buen funcionamiento cardíaco de cualquier industria cinematográfica emergente: expandir su arco genérico, fabricar más producciones propias y conquistar a su público. Cuba siempre contó con lo último; no más le resta lo primero.
Deberemos ir con lo nuestro, de a poco y en obvia consonancia con las progresivas posibilidades, hacia el camino de industrias como la de Corea del Sur, el mejor modelo actual del planeta a seguir en este giro. No es sueño ni entelequia, puede representar futuro posible de la pantalla insular.
Vinci supone pendón de esperanza en tal sentido, pues estamos viendo aquí -quién lo diría tan solo década atrás-, una biopic parcial de perfil histórico contextualizada en ambientes europeos. Y nada más y menos que sobre la figura del genio renacentista de Leonardo Da Vinci. Específicamente centrado su argumento en torno al período carcelario sufrido hacia 1476, en Florencia, por el entonces muy joven pintor e inventor italiano, acusado de sodomita.
La osadía viene firmada y filmada por el escritor Eduardo del Llano, con experiencia en el riesgo, ya sea mediante su aporte en el libreto de varias películas nacionales como en la realización fílmica de la saga independiente sobre el personaje de Nicanor. A la para sí inusual vera productora del ICAIC, el director de Brainstorm se ha rodeado de un equipo técnico de luxe (el argentino Osvaldo Montes en la música, Raúl Pérez Ureta a cargo de la fotografía y Roberto Fabelo reproduciendo los dibujos de Leonardo) para articular la singular aproximación a los días prisioneros del creador.
Es este un mediometraje -apenas roza la hora- de locación única y tres personajes centrales: el artista junto a dos delincuentes florentinos. Como en A puerta cerrada, la obra teatral de Jean-Paul Sarte, el trío interactúa, nutriéndose cada uno de lo que le aporta el otro, casi siempre faltante en sí. Si en el montaje del francés el emplazamiento era aquella habitación infernal, es aquí la cárcel, el cual viene a ser epicentro pariente. Tal bien dice un personaje, “todas son iguales”. Con esto del Llano no solamente le haría virar los ojos a cualquier especialista histórico enfrascado en detectar una posible inexactitud en la recreación del espacio de reclusión itálico de seis siglos ha dentro de una fortaleza cubana, sino que hila el ovillo hacia la rueca de significados del filme.
Son los penales sinonimia de ahogo, pequeñez y desespero por buscar la llave de escape. Pero además resorte para reflexionar/pensar. Sobre la libertad, aunque también en derredor a cuanto le motiva a cada quien en la vida. En el caso del joven Da Vinci (Héctor Medina) eran la pintura, el cuerpo, la ciencia, la pasión creativa. El cauce de expresión de sus inquietudes brota menos de los dibujos sobre la roca o el aparato fabricado para zafar los barrotes, que del manantial dialogístico. Las palabras, su fuerza inconmensurable. El arte, su infinita belleza y utilidad en las sociedades. El ser humano, su compleja naturaleza. Son músculo sobre el hueso del relato.
El fresco davinciano del director cubano no posee texturas hagiográficas. Su Leonardo posible teme, duda, ama lo “contra natura”. Usa sus artes, plásticas o no, para sobrevivir. Las  estrategias de supervivencia le permiten sortear el episodio mazmorril del mismo modo que le posibilitan crecer, pues le hacen experimentar “todo” o casi, indagar en las zonas oscuras o luminosas de la humanidad. El ascendente Medina lo labra cual se lo piden. Un tilín “reloaded” su amaneramiento en par de escenas. Convincentes, igual, las contrafiguras compuestas por Carlos Gonzalvo -quien tras El premio flaco y Vinci confirma que lo suyo supera el set de “Tele Pío”-  y Manuel Romero. Vívida la gestualidad del carcelero de Fernando Hechavarría.
El artista, el caco (Gonzalvo) y el criminal (Romero) conversan casi tanto como Tommy Lee Jones y Samuel L. Jackson en el telefilme de HBO, The Sunset Limited (2010), hecho por el primero a partir del libro homónimo de Cormac McCarthy. En ambas cintas el peso específico de los personajes y su defensa actoral impiden la emergencia, no obstante siempre latente, de lo expositivo o panfletario. Dichas bazas salvan a del Llano de la proclividad a despeñarse por tales barrancos experimentada por varios directores, quienes trabajaron con materias primas dramáticas y focos de ambientación similares.
E igual eximen de posarse arriba de los hombros del filme al ángel de Thalía, el de las tablas; en vez del de Meliés, el de las imágenes. Sí, Vinci no me deja sabor al clásico teatro filmado, pero tampoco advierto la sensación inequívoca de presenciar el fluido correr de ese torrente inefable de lo cinematográfico; incluso menos que en varios cortos del autor de Mounte Rouge. Mas bien me genera la sensación de un correcto, bien inspirado teleplay. A medio camino entre ambos universos expresivos. Rotundo en sus planteos, digno, a encomiar por su perspectiva de miras temática y conjunción de talento; aunque sin sobrepasar talante tal.

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