La piscina, el más reciente estreno nacional, comienza a exhibirse esta semana en salas de todo el país
Dos excelentes críticos, amigos ambos y profesionales a leer siempre dada su agudeza -por cierto entre los poquísimos en emitir su exégesis del filme hasta ahora-, mantienen posiciones contrapuestas sobre La piscina, las cuales oscilan, una u otra, del semiencumbramiento a la cuasi indiferencia. Lo anterior resulta bastante normal en la subjetiva galaxia de la interpretación fílmica. Por ejemplo, a juicio del firmante, dos películas como las recientes Fábula o Verde verde fueron cinematográficamente fallidas, más allá de las nobles intenciones humanas de la segunda. Otros comentaristas, empero, no lo valoraron así; sobre todo en el primer caso. Es feliz la pluralidad de criterios, tanto aquí como en cualquier esfera intelectual o vital. No todo fue negativo de la bíblica Babel.Aunque estrenada comercialmente a partir de la semana en curso, La piscina anda dando vueltas desde la Muestra de Jóvenes Realizadores de 2008. Tras varios lauros en su trayectoria -no hace falta consignarlos pues las informaciones de prensa dieron cuenta de ellos-, logró agenciarse en la versión 2012 del mencionado encuentro el Premio al Riesgo y Búsqueda Artística. Es el citado el cual opto por destacar, porque el acertijo comunicativo de la obra justo se descifra desde el entendido de la pantalla no solo como fuente de entretenimiento o diversión (también válidos por supuesto ambos costados), sino cual -osadamente calma- atalaya de observación de situaciones, comportamientos, rasgos. El celuloide en función literal de visor abierto hacia un espacio de significados donde porte interés dramático el movimiento de unos brazos dentro del agua, dos miradas, cierta sonrisa, par de palabras, el correr parsimonioso de las horas, un aguacero, tres nubes ennegreciendo el cielo, la belleza simple de las liturgias cotidianas.
Uno advierte, rápido, los estudios del joven director Carlos Machado Quintela en la Facultad de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte y luego en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. El creador ha repasado el trabajo de Víctor Erice, Alexander Sokurov, Bela Tárr, Abbas Kiarostami, Luis Ortega, Enrique Álvarez, dable hoy día solo en tales plazas o a conocedores del medio junto a cinéfilos de raza. Por ahora muestra, en este dispositivo de acercamiento al séptimo arte, la intención de saborear la fragancia fílmica despedida del vínculo entre tiempo y hecho fotográfico por conducto de la estática cámara, esa recurrencia a planos cerrados o abiertos (donaire contiene el picado compuesto por Raúl Rodríguez a los cuatro muchachos discapacitados y su entrenador en la alberca); sentir el “olor” del tempo fílmico; palpar la intempestiva majestuosidad de aquel detalle o la elocuencia de determinado ademán.
No confundir el guion de Abel Arcos para el realizador con el recuento distásico de la jornada de un grupo de “frikis dentro de una alberca. Más que distasia, cuanto se expresa narrativamente aquí es reposo, comedimiento… Sin embargo, paga su factura la excesiva contemplación, lo cual dentro de un relato sin demasiados elementos informativos sobre los personajes (exigua podría afirmarse) y con escasos/brevísimos diálogos, resiente en cierto grado el potencial comunicativo de la pieza. Es su lunar; será, de presumir, su mayor motivo de distanciamiento con el gran público, por consiguiente.
La piscina continúa la observación de otredades, ya común dentro de la pantalla contemporánea cubana, hecho sumador de méritos a la propuesta. La alberca que identifica el título no guarda mucho parecido a aquellas donde brazeaba Burt Lancaster en El nadador o Charlotte Rampling intentaba escribir en el filme de Francois Ozon. Eran tales, sitios de recogimiento, retraimiento. En el nuestro hay su poco de lo anterior, pero opera más como epicentro de interacción alusivo a escenario social, mediante el cual se plasma, entre otras asociaciones barruntables, el desencuentro o la fractura intergrupal existente. Sucede al momento de llegar los muchachos “normales” a la piscina, con la consiguiente retirada de los portadores de limitaciones físicas. No hay burlas hacia ellos, no hay bullyng (esperamos con fervor el estreno de la excepcional Camionero, premio a la Mejor Ficción de la Muestra 2012, para comentarla); solo fintean en el aire los contornos de la indiferencia. Quienes arriban al tanque de agua, puro bullicio dicha muchachada, ignoran a los anteriores y lacónicos habitantes del sitio de natación vacacional. Los dos entrenadores de uno u otro equipo cruzan dos verbos, una media sonrisa. Poseen “manuales” antagónicos. Representan la escolástica rígida con arreglo al “plan de trabajo” y el antidogma, que da lugar a la creatividad, la opción de un libre albedrío con conciencia de causa.
La piscina carga sígnicas alusivas a la fractura social de la Cuba del siglo XXI, a los distintos modos de pensar u obrar, pero este no constituye su superobjetivo. El leitmotiv real del filme es la mirada abierta, clara, a personajes cuya singularidad ni los empequeñece ni los engrandece, sino los reafirma en su propia identidad; a sus silencios, requiebros, figuraciones. Sabernos todos, incluidos ellos porque somos nosotros también. Tiende a que hurguemos dentro de sus percepciones e intuiciones: algunas indicadas mediante ciertos sensores de indicación, otras meramente colegidas.
No es la película grandiosa ni tampoco la prescindible. Sí deviene en cambio otra obra provechosa para nuestro cine, el cual resemantiza, reabre sus coordenadas genéricas y prosigue la expansión de temas, objetivos, formas de canalizar expresivamente las opciones de los realizadores. La transformación de la por momentos monocorde pantalla nacional continúa en movimiento. ¡Salud!
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