lunes, 7 de octubre de 2013

Reality, Obnubilados por la telebasura


Preludiados quizá no tanto por Orwell como por la historieta Custer, de 1986, con los reality shows, presentes en la televisión mundial ya desde antes que en 1999 se emitiese el primer Gran Hermano oficial en Holanda, este medio de comunicación arribó a la etapa de entronización absoluta de lo trash o basura como concepto definitorio.

La humanidad y la sensibilidad del individuo, preceptos básicos aparejados a las conquistas de los procesos revolucionarios post-1789, quedaron apisonados a partir de su puesta en funcionamiento, a medro del voyeurismo personal, el morbo, el odio social o los raseros totalmente desvirtuados a la hora de medir los presuntos talentos de las personas.
Ya el asunto ha llegado a ribetes tan increíbles de imbecilidad o malignidad, según se mire, que, por citar uno solo entre innumerables ejemplos, millones de personas se quedan aleladas en sus televisores mientras que alguien tan profundamente insulso como la norteamericana Kim Kardashian decide cuál vestuario ponerse esta mañana.
Nadie ha resumido el fenómeno de modo tan genial, mediante solo una imagen, como los creadores británicos de la miniserie Dead Set, cuando en el segundo capítulo insertan a un zombi contemplando con inaudito interés uno de estos realitys. Es eso en cuanto convirtieron a muchos espectadores estos espectáculos, cuyo surgimiento algunos teóricos occidentales profukuyamistas sitúan en tanto consecuencia de la supuesta desaparición del debate ideológico-político tras la caída del Muro de Berlín y los cambios de costumbres sociales derivados de las transformaciones tecnológicas, no exentos de razón solo en lo segundo.
Tuvo el universo granhermanesco televisual su primera visión cinematográfica notable en la ya veterana El show de Truman, dirigida por el australiano Peter Weir hacia 1998. Si bien en términos cualitativos por debajo de aquella, la estrenada en Cuba Reality, del italiano Matteo Garrone, Gran Premio del Jurado en Cannes 2012, es hasta el momento la mejor interpretación reciente de lo que ha sido considerado una patología social del siglo XXI.
El director de El embalsamador emprende su peculiar traducción, desde los ahora posibles contornos de la integración del peculiar neorrealismo viscontiano de Bellisima y la comedia a´lla italiana de los ´60 Germi-Monicelli con la fábula felliniana a lo El jeque blanco, reenfocado todo en el colimador del cataclismo post Berlusconi de una nación que busca en los sueños falaces del Gran Hermano cuanto le falta por cubrir en los órdenes ontológicos y materiales. Lo hace con saña y conmiseración a la vez, por cuanto no retrata entes quiméricos; sino sujetos dables y encontrables a lo largo de toda la Península, como el Luciano personaje central del filme. Seres desnortados quienes fabrican su ilusión de burbujas en la obsesión sin parto de esa archimafosa casa del Grande Fratello local.
Garrone articula una simbiosis de postulados, de manera riquísima y sin pelos en la cámara, al coligar las variables discursivas de que todo es posible en los ámbitos donde, casi con el mismo lerdo alelamiento del protagonista, millones de personas elegían una y otra vez al mismo Berlusconi, padre de la televisión basura italiana. Más que establecer una tardía parábola satírica sobre la alienación televisiva, las cuales son filmadas desde hace bastante, el verdadero aporte de Garrone consiste, de manera específica, en establecer certera reflexión sobre un tiempo y un orden de cosas, en proceder a un acercamiento tan irónico como irreverente y clarificador al nuevo y verdadero opio de los pueblos. Es en tal sentido Reality una película lapidaria, menos por su rispidez lancinante, que por el delineado de la verdad irrefutable de cuanto cuestiona. Resulta en dicho enfile, y a falta de otros exponentes interesados en escrutar el impacto sobre los espectadores de esta era de la televisión occidental, una pieza esencial. 
Garrone aplica acto de hermeneútica cultural en fotogramas al alcance de la teoría del “poder blando”, sustentada por el profesor de Harvard, Joseph Nye, un cuarto de siglo atrás, consistente en esa colonización no demandante de ejércitos o embargos económicos. Digresión al margen, pero ojalá algún cineasta de ficción o documentalista cubano se interesara por sentar en celuloide los efectos de tal colonización espiritual aquí, en los tiempos de hiperexplosión casera de ¡Mira quién baila¡, La Voz Kids, La Voz México, Belleza Latina, las arrasa-encéfalos noveluchas de Telemundo  u otros insultos parecidos que cada día cobran mayor peso en las preferencias nacionales.
Volviendo a Reality, a la larga el tema llega a un momento del metraje en que parece pesarle sobre los hombros a Garrone, quien lejos de Visconti e incluso hasta de Weir, se pierde en el trayecto de la segunda hora de narración, por lo que su filme escora a zonas de irregular tanteo y llega a bascular incluso entre lo tautológico y la laxitud. No obstante menos explícita ahora -dado el tono satírico abordado- que en su anterior Gomorra, tampoco ayuda mucho al desplazamiento narrativo esa forma escurridamente seca de contar del director, marca de fábrica de la casa y la cual al menos a quien firma nunca le ha atraído demasiado del peninsular.

1 comentario:

  1. Aldous Huxley nos ha prevenido sobre la idiotización del hombre en su libro "un mundo feliz"

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