Pese a otros antecedentes barajados por la crítica a propósitos
evocativo-contextualizatorios, en realidad sería Whisky, estrenado hacia 2005
por Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, el pequeño gran filme capaz de ubicar a
Uruguay no solo ya dentro de la movida festivalera, sino como un lugar al cual
volver la mirada dentro del mapa cinematográfico del siglo XXI.
Con ese cine minimal, “chiquito”, de cámara en su continente; economía
narrativa en su exploración cartográfica a la cotidianidad; coherencia en la puesta
en escena; personajes antiheroicos e implosivos; e interpretaciones formidables
se identifican las señas audiovisuales fílmicas, las tendencias expresivas
predominantes allí en la disciplina. E igual acontece con La demora (Rodrigo
Plá, 2012), exhibida en Cuba como parte del Festival de Cine Latinoamericano de
La Habana.
Marca dicho la relato la angustia -contenida, nunca rebosante, siempre
signada por silencios; no más en determinado caso por tan airada como ocasional
réplica- de una mujer con tres hijos pequeños a quienes cuidar; además de a su
padre. Amén de vertebrar su hogar en todos los planos posibles, María baña,
cobija, alimenta al anciano, quien duerme en el sofá de la sala del pequeño
inmueble. La situación económica es cualquier cosa menos boyante y las costuras
realizadas con su hogareña Singer no dan para mucho más que para algún alterno
bizcocho de sobremesa. A sus problemas financieros, conflictos laborales,
carencias físicas (la ausencia carnal de un hombre podría estar castigándola),
añade el contratiempo de las frecuentes pérdidas de pérdidas de Agustín por la
ciudad, motivadas por la falta de memoria del viejo.
Abrumada, ella abandona al padre en la calle con el objetivo, al menos
en presunción, de que sea recogido en uno de esos hogares de ancianos, donde
por las vías legales no lo pudo ingresar. Efectúa una llamada a Servicios
Sociales con propósitos tales. La forma precipitada (en franca disonancia con
la parsimonia general y el tono general del largometraje) cómo la puesta muestra
la inopinada decisión de María deviene el único desliz del relato.
Lo anterior representa el planteamiento, la premisa dramática del guion
de Laura Santullo para el verdadero conflicto, fijado a partir de ese momento
cuando lo deja en el banco del parque, para luego María, a medida que cae la
noche, experimentar progresivas sensaciones de miedo, arrepentimiento, culpa…,
esa tan humana culpa que la conducirá de madrugada por los asilos
montevideanos, sin suerte en su búsqueda, hasta retornar al banco donde, bien
cercano, Agustín yace hipotérmico, entre orín y sabor a viejo café vespertino
en sus labios. Vivo el hombre, tan solo, gracias a la ayuda de par de
lugareños.
Más, constreñir la obra a la cáscara de su historia, al mero silueteo de
su casquería de fábula moral sería reductivo. La demora es una cinta construida
sobre el cimiento y el cemento de los detalles, sugerencias, apuntes,
gradalidades expuestos en cuanto transcurre del minuto 1 al 84. También de
elocuentes encuadres largos, primeros planos y planos-detalle, a la manera de
esa cámara fija de la inteligente directora de fotografía María Secco sobre la
papada de Agustín, en el baño, la cual da cuenta de un universo en caída. Él
atraviesa la difícil vejez, tan incomprendida como la adolescencia, donde el
maltrato surte por acción u omisión, cuando la prisa de quienes deambulan en
derredor impide el tiempo para estar a sus lados, cuando molestan sus preguntas
y nuestra gratitud por el ayer pugna con el contexto del ahora.
La María que con su
profesionalidad habitual compone Roxana Blanco -ecuador y pivote de la trama,
más allá del relieve dramático del personaje del padre-, no se regala fácil al
espectador. Su verdad precisa escrutarse en ciertas acciones, algunas
respuestas, la desesperanza en la mirada, la languidez de sus ojeras: señales
inequívocas de esa cárcel interior donde transcurre su existencia. Ahí están
los nervios, el cerebro y la sangre del filme. Por eso Plá y la Santullo no la condenan
en veredicto fiscal, antes bien se interponen como abogados de la
interpretación de este ser humano rudo y
golpeado, pero a la vez frágil y en capacidad de enmendar a tiempo su error.
Ni Madre Coraje, ni María Estuardo, ni romana de Pasolini, la de Plá,
-según el cuento La espera, de su esposa, la guionista Santullo-, no es más que
una simple, defectuosa y humana representante de su sexo, quien arrostra el
destino de esa carga histórica con el peso del mundo consistente en afrontar
las fortísimas demandas del hogar, sin condiciones ni ayuda en la tarea. Nunca,
por pesada fuese tal, como para abandonar a tu padre, claro. Pero es que a la
larga ella en verdad no se iba a deshacer de su Agustín. O no lo iba a hacer de
esa forma. El “desahucio” momentáneo del anciano (interpretado con entrañable
naturalidad propia de filme de Sorín por su tocayo, el debutante Carlos
Vallarino), supone indicio del grado de agobio de otro de los ricos personajes
de la cinematografía uruguaya reciente: el de esta María de la excelente
Blanco, a fijar en el imaginario del buen cine regional: una persona dicótoma,
sometida a disyuntivas, superada mas no eliminada por el entorno…
Mediante La demora, el autor de La zona -su ópera prima de 2007
convertida en paradigma fílmico del encierro en las sociedades contemporáneas-,
y de Desierto adentro (2008), reconfirma que es uno de los talentos de la
pantalla latinoamericana, mundial. En escaso número de trabajos, el realizador
uruguayo afincado en México, agudo exegeta
del desespero, nos ha propuesto un planteamiento discursivo erigido en hermenéutica
precisa de la opresión en los escenarios actuales, desde las escalas macro del
supervigilado universo de los ricos hasta la micro de un pobre hogar en
Montevideo, donde es triste soportar, como en tantos de este mundo, “la
humillación de envejecer”, cual lo rotulara de forma inigualable nuestra Mirtha
Aguirre.
Siempre vinculado lo social a su pantalla, Plá también lanza aquí
certeros dardos críticos a las políticas estatales que en su país (María no es
candidata a ingresar a Agustín en el asilo de ancianos debido a sus bajos
ingresos), contribuyen a situaciones como las narradas en la obra.
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