El cineasta japonés Hayao Miyazaki, la mayor sensibilidad viviente del
universo de la animación pese a su lamentable retiro hace unos meses, nos
enseñó a conmovernos con pequeñas grandes historias donde los muy distintos conceptos
de bosque, vida salvaje, medio ambiente, pequeñez física, amistad y solidaridad
alcanzan una sensación desconocida, con flechas de sentido dirigidas a
corroborar la certeza de lo colosal, magno y bello de este mundo en que vivimos
y las personas que lo habitan, por arriba de cualquier prejuicio negativo o
posible presunción desvirtuada. Esto, sin los desbordes melifluos de la escuela
Disney, y desprovisto del corte tan cargante de algunas fábulas morales del
cine de acción real.
De Mi vecino Totoro a La princesa Mononoke, Ponyo en el acantilado, El
viaje de Chichiro, El castillo volante u otras gemas de su estudio Ghibli, Miyakaki
se preocupó por justipreciar en sus mágicos relatos animados desde la nube
hasta el microbio, como hubiera dicho José Martí de haber apreciado sus películas.
En Pixar, lo mejor que le ha sucedido a la animación estadounidense en toda
su historia, no obstante y todo el estudio se halle ahora en la primera gran
fase de inestabilidad creativa de su trayectoria, siempre estuvieron
influenciados por el maestro nipón. No es un secreto, al punto de que los
creadores de la maravillosa Up expresarían que lo tuvieron presente en cada
discusión y en cada solución, franqueza nada usual en el mundo intelectual.
Para su Epic, de 2013 y estrenada en Cuba este mes de enero, la Fox y Blue Sky Estudios (los
responsables de la saga La era del hielo) también tuvieron en cuenta a Miyazaki: desde la concepción de las
miniaturas fantásticas que vertebran la historia, hasta la policromía de ese
bosque deudor de La princesa Mononoke, así como el respeto por la naturaleza y
el interés por alertar una vez más sobre la riqueza verde que está siendo
exterminada por la depredación humana.
Basada en el libro del australiano William Joyce, Epic narra la historia
de los pequeños “hombres hoja”, seres casi indivisibles para los humanos por su
reducida estatura. Ellos habitan en un bosque más encantador que encantado,
donde deben luchar contra los Boogans, terríficas criaturas tan reducidas en
tamaño como ellos pero inmensas en su maldad, decididas a contaminar el
esplendor verde del jardín natural.
Dirigida a un público eminentemente infantil, sin abocarse a muchos
guiños para adultos, sus metáforas son bien claras, tanto como sus analogías y
cuentas finales de la necesidad de resistencia contra el mal; además de su
mensaje ecologista.
Epic destaca por el despliegue polícromo, el movimiento y el cuidado
diseño de producción general, marca de fábrica de los estudios Blue Sky, donde -si
bien no tantos como en Pixar- también labora un notable grupo de talentos de la
animación norteamericana.
Al correctamente empleado tema de Beyonce que puntea la atrayente banda
sonora de ese compositor todoterreno que es Danny Elfman, el realizador Chris
Wedge añade otros atractivos como un ritmo acertado y personajes arquetípicos
pero sólidos, algo que también supo hacer en sus anteriores Robots y parte
inicial de La era del hielo.
Verdad es que tras la trama de Epic hay bastante de fórmula y de
reiteraciones argumentales, escasean los matices y que mucho de su historia es
un condensado mejunje de Miyazaki y Arriety con Los Borrowers, la Leyenda de Ridley Scott, el
Avatar de James Cameron y los Arthur y los Minimoys, de Luc Besson; sin embargo
sería mucho pedirle mayor originalidad a una producción animada mainstream
dirigida al público más chico en la época del palimpsesto posmoderno. Epic se
deja ver, e incluso hasta con cierto placer. No placer culpable precisamente.
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