Que Fernando León de Aranoa
iba a convertirse en un cineasta de primera línea del cine español se
barruntaba por cualquier discreto olfateador desde sus trabajos iniciales; si
bien no lo confirmara de a todas hasta ese magnífico drama social que fuera Los lunes al sol. El realizador y
guionista volvería sobre los términos de puro realismo en que se mueven sus
relatos en la sorprendente Princesas,
eficaz oscultación del status quo
imperante en el universo de la prostitución en España.
Filme sin remilgos, León de
Aranoa plantea en Princesas una
historia que respira fuerza y anhelos de discurso, sustentada en exhaustivo
estudio previo del fenómeno y sus concatenaciones con la emigración
latinoamericana, la cual destila turbadoras verdades y cuya emoción no surge de
innecesarios subrayados o desbordes melodramáticos, sino de la mera plasmación
factual de hechos tan cotidianos como cotidianas son en el mundo «de verdad» las
mujeres que la pueblan.
El creador de Barrio ni impugna ni beatifica (pero
ayuda a comprender sus razones) a estos seres infelices que «tienen tantos
jefes al día como clientes abrazan su fe, y los riesgos laborales que asumen
son tan grandes que de saberse harían enrojecer a sindicatos, ministros y
primeros de mayo», según las propias palabras del cineasta. El norte de la
trama de esta obra se halla desde la brújula de una prostituta española, Caye
(Candela Peña) y otra, inmigrante dominicana de nombre Zulema (Micaela
Nevares), quienes de enemigas iniciales pasan a tejer una amistad alimentada en
el triste plato de sus respectivos pesares y (des) motivaciones. La cinta
encuentra su mayor baza en el seguimiento de esa relación y la
conflictualización ascendente de ambos itinerarios vitales, así como en
diálogos de adulto equilibrio escritural, una profunda convicción dramática y
la briosa comunión emocional acordonada entre público y personajes, merced a
los espléndidos registros de la
Peña y la puertorriqueña Nevares —quienes recibieran, en cada
caso, el Goya 2006 a
la Mejor Actriz
y a la Revelación
por sus desempeños aquí—, en trío de lauros para la cinta completado con la
estatuilla concedida a la canción original de Manu Chau ¿Me llaman calle¿.
Virtud de la
eufemísticamente titulada Princesas
(pese a que de eufemismos no haya mucho en su sombrío trasfondo) es proyectar
una mirada nada maniqueísta ni dérmica sobre la prostitución, y recolocar a los
ojos de millones de espectadores un drama que ya por común se elude por los
receptores del mundo occidental (como las guerras, la pederastia o los virus
informáticos): el drama de esas mujeres invisibles que solo quieren verse
cuando es menester. Princesas o sirvientas, según se quiera y por el tiempo que
se renten, objetos de usar y tirar, flores de la decepción -tal cual las
llamara un poeta en estos lares. Esas que, en el contexto citadino español
enfocado por el relato y el verbo trasfundido a imagen de Aranoa «son las mujeres transparentes, las
de la mirada secreta, las que la sociedad mira a través suyo, las oculta con
disimulo bajo la alfombra desteñida del progreso y niega su existencia, porque
se avergüenza. No encontraréis a nadie, político o cliente, que admita haberlas
visto, haber escuchado de su boca palabra, risa o lamento. Alguien vertió en su
copa la pócima siniestra de la invisibilidad social y hoy vagan por los bosques
desencantados que circundan las ciudades. Son las mujeres invisibles, los
papeles las desmienten, contradicen su existencia, son una hipótesis sin
formular aún: princesas confundidas, desterradas, que viven a diario el exilio
forzoso de la desesperación»”.
León de Aranoa ha hecho el
milagro. Las ha vuelto visibles, tangibles, corpóreas; quizá con cierto pie
decididamente puesto más allá del umbral de lo asimilable por el grueso del
espectador y tampoco sin mucha disposición o deseos de redondear un guión cuya
ausencia de los quiebres típicos de la narración ad usum hacen ver en demasía
la reiteración de planteos de la zona de desenlace, pero en un ejercicio de
austeridad envidiable y una firme vocación de tomador del pulso social. Senda
tan esquivable en el cine occidental de hoy día, que películas como ésta no se
estrenan todas las semanas.Tampoco todos los años.
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