miércoles, 11 de junio de 2014

Las tristes princesas de Fernando León de Aranoa



Que Fernando León de Aranoa iba a convertirse en un cineasta de primera línea del cine español se barruntaba por cualquier discreto olfateador desde sus trabajos iniciales; si bien no lo confirmara de a todas hasta ese magnífico drama social que fuera Los lunes al sol. El realizador y guionista volvería sobre los términos de puro realismo en que se mueven sus relatos en la sorprendente Princesas, eficaz oscultación del status quo imperante en el universo de la prostitución en España.

Filme sin remilgos, León de Aranoa plantea en Princesas una historia que respira fuerza y anhelos de discurso, sustentada en exhaustivo estudio previo del fenómeno y sus concatenaciones con la emigración latinoamericana, la cual destila turbadoras verdades y cuya emoción no surge de innecesarios subrayados o desbordes melodramáticos, sino de la mera plasmación factual de hechos tan cotidianos como cotidianas son en el mundo «de verdad» las mujeres que la pueblan.
El creador de Barrio ni impugna ni beatifica (pero ayuda a comprender sus razones) a estos seres infelices que «tienen tantos jefes al día como clientes abrazan su fe, y los riesgos laborales que asumen son tan grandes que de saberse harían enrojecer a sindicatos, ministros y primeros de mayo», según las propias palabras del cineasta. El norte de la trama de esta obra se halla desde la brújula de una prostituta española, Caye (Candela Peña) y otra, inmigrante dominicana de nombre Zulema (Micaela Nevares), quienes de enemigas iniciales pasan a tejer una amistad alimentada en el triste plato de sus respectivos pesares y (des) motivaciones. La cinta encuentra su mayor baza en el seguimiento de esa relación y la conflictualización ascendente de ambos itinerarios vitales, así como en diálogos de adulto equilibrio escritural, una profunda convicción dramática y la briosa comunión emocional acordonada entre público y personajes, merced a los espléndidos registros de la Peña y la puertorriqueña Nevares —quienes recibieran, en cada caso, el Goya 2006 a la Mejor Actriz y a la Revelación por sus desempeños aquí—, en trío de lauros para la cinta completado con la estatuilla concedida a la canción original de Manu Chau ¿Me llaman calle¿.
Virtud de la eufemísticamente titulada Princesas (pese a que de eufemismos no haya mucho en su sombrío trasfondo) es proyectar una mirada nada maniqueísta ni dérmica sobre la prostitución, y recolocar a los ojos de millones de espectadores un drama que ya por común se elude por los receptores del mundo occidental (como las guerras, la pederastia o los virus informáticos): el drama de esas mujeres invisibles que solo quieren verse cuando es menester. Princesas o sirvientas, según se quiera y por el tiempo que se renten, objetos de usar y tirar, flores de la decepción -tal cual las llamara un poeta en estos lares. Esas que, en el contexto citadino español enfocado por el relato y el verbo trasfundido a imagen  de Aranoa «son las mujeres transparentes, las de la mirada secreta, las que la sociedad mira a través suyo, las oculta con disimulo bajo la alfombra desteñida del progreso y niega su existencia, porque se avergüenza. No encontraréis a nadie, político o cliente, que admita haberlas visto, haber escuchado de su boca palabra, risa o lamento. Alguien vertió en su copa la pócima siniestra de la invisibilidad social y hoy vagan por los bosques desencantados que circundan las ciudades. Son las mujeres invisibles, los papeles las desmienten, contradicen su existencia, son una hipótesis sin formular aún: princesas confundidas, desterradas, que viven a diario el exilio forzoso de la desesperación»”.
León de Aranoa ha hecho el milagro. Las ha vuelto visibles, tangibles, corpóreas; quizá con cierto pie decididamente puesto más allá del umbral de lo asimilable por el grueso del espectador y tampoco sin mucha disposición o deseos de redondear un guión cuya ausencia de los quiebres típicos de la narración ad usum hacen ver en demasía la reiteración de planteos de la zona de desenlace, pero en un ejercicio de austeridad envidiable y una firme vocación de tomador del pulso social. Senda tan esquivable en el cine occidental de hoy día, que películas como ésta no se estrenan todas las semanas.Tampoco todos los años.

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