Acostumbrado como está el
espectador a la ortodoxia de la narrativa hegemónica, quizá al hacerle frente a
una película semejante a Familia rodante pueda sentirse algo distante
ante un concepto de la puesta en escena que casi reniega de la puesta en
escena. Pablo Trapero propone una obra en la cual se preocupa sobremanera “en
que parezca que aquí nadie filma nada, nadie pone la cámara, nadie escribe un
guión y no hay actores”. Y lo logra de manera rotunda este joven exponente
fundacional del una vez llamadoNuevo Cine Argentino, quien acorde a la marca
ideoestética básica de este movimiento, acomete un acercamiento a la
cotidianeidad bajo un signo realista regido por la naturalidad, donde huelga el
artificio y las rutilancias del mainistream, del propio mainstream
argentino dominado por los jerarcas de la producción y antítesis de este Nuevo
Cine independiente. Al margen de que a su discurso formal todavía lo poblasen
(claro, a esa aun mínima altura de su campeonato, pues el filme fue estrenado
en 2004) determinadas rusticidades semiamateurs: solo un ejemplo, inexactitudes
en la edición; verbigracia, un niño del grupo va a orinar a unos matorrales, se
produce un ruido entre la hojarasca indicativo de que algo ocurre, va a
investigar, y de pronto, corte, sin ninguna continuidad narrativa ni derivación
lógica del hecho.
La sustancia argumental del
filme es cuasi mínima: una familia se dirige a la boda de un pariente arriba de
un trailer, de Buenos Aires a la quiroguiana Misiones. Serán mil 500 kilómetros a
cuestas de una vieja casa rodante que cobija a una docena de personas, desde la
abuela de 84 años (Graciana Chironi, la propia abuela-fetiche del director, a
quien también empleó en las anteriores Mundo grúa y El bonaerense)
hasta el biznieto de seis meses. La película se pone en marcha junto con el
viejo Viking´58, con pasmosa fluencia en el relato, yendo de poco a mucho a
medida que el guión escrito por el propio Trapero (respaldado por la
complicidad total con sus intenciones de la fotografía de Guillermo Nieto), va
sentando las circunstancias dramáticas que problematizarán la plataforma
conflictual del sistema de personajes. Es que de esto va fundamentalmente el
filme, del ser humano y sus abisales complejidades, expuestas aquí en el marco primario
de sus formas de expresión: la familia. Trapero le hace una película a las
personas y a la familia, temas al parecer tan simples, mas tan inmensos que son
el alfa y la omega de la civilización, sorteando diestramente los lugares
comunes de este tipo de obras, con personajes de entidad, diálogos tan
naturales como creíbles, espontáneas actuaciones de intérpretes en varios casos
no profesionales, hábil narración, riguroso trabajo técnico y registros tonales
que pendulan en cuestión de segundos del drama a la comedia -sin instalarse la
cinta en rigor en ninguno de ambos campos.
Tal cual dice el mismo
Trapero, “es difícil saber si es una película alegre o terrible”, cosa muy
cierta habida cuenta de que este retrato familiar poblado de amor, dolor, sexo,
traición, resquemores, celos, al margen de la cuerda tragicómica en que a ratos
suele ubicarse, tiene ambas cosas, pero ninguna define sentidos. Ex profeso,
Trapero ni maldice ni bendice, mas bien propone un espacio dramático (el viaje,
que ni pintado) para ciertos exorcismos humanos que a diario obsérvanse ente
cuatro paredes. Si uno se guía, en la polisémica escena de cierre, por los ojos
(pesarosos, comprensivos, dulces, nostálgicos, inquisidores) perdidos en la
lontananza de los días venideros y pasados de esa abuela -que casi como acto de
cierre de su vida ha ideado este viaje-pretexto al fin del mundo para mantener
la unidad de los suyos-, atisba más dolor que esperanza. Pero la abuela tiene
el punto de vista de un mundo casi
perdido, pretérito y preterido casi totalmente hoy en todo cuanto de nobleza y
pureza tuvo en las relaciones interpersonales. La gente que ella sigue
protegiendo hasta el no más ya pertenecen a otro mundo, más duro, ruin y mucho
menos ingenuo, más pragmático y menos sentimental. Y por ende, disponen de
otras perspectivas valorativas de la vida y los individuos. Es probable que la
criatura de brazos que compartió junto a ella el trayecto a Misiones pase
revista a su existencia, al filo de las décadas, con otros ojos. U otros quebrantos,
como no. Resulta tan difícil saberlo como conocer que está pensando la vieja
matricia durante la conclusión de este filme delicado e imprescindible, hasta
cierto punto dubitativo pero incuestionablemente preocupado por la subsistencia
de un modelo de formación humana cada día expuesto a mayores peligros.
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