No todos son, ni pueden
serlo, Hawks, Kurosawa, Lang o Wajda, quienes llegaron a la madurez de sus
carreras en excelente forma creativa. El realizador peruano de 63 años,
Francisco Lombardi, atravesó en sus últimos tiempos un lamentable período de declive dentro de una filmografía
personal orlada, sin embargo, de películas básicas del cine regional, etapa que
ojalá sea momentánea y no definitiva, cual sucede con no pocos creadores
resentidos en calidad a cierta altura de sus ejecutorias. La aseveración
anterior viene confirmada por conducto de sus últimas propuestas fílmica, que
pese a algunas buenas críticas recibidas y éxitos festivaleros, no convenció a
este comentarista, al margen de sus confesas devociones lombardianas.
El individuo acorralado por
el medio, eterno sujeto temático de la obra del creador de La ciudad y los
perros, No se lo digas a nadie, Tinta roja o Pantaleón y las visitadoras, haya
cabida nuevamente en Mariposa negra (2006), filme que en contextualización
epocal se sitúa en las mismas latitudes de su previa Ojos que no ven (2003): el
fujimorato, los días de cacicazgo del
siniestro jefe del Servicio de Inteligencia y asesor presidencial Vladimiro
Montesinos. Adaptación abierta de su guionista habitual, Giovanna Pollarolo,
sobre la novela de Alonso Cueto, Grandes miradas, la cinta del otrora notable narrador
cinematográfico latinoamericano enfoca su relato en el proceso de
transformación conductual-volitiva y en la epopeya vindicatoria de una maestra
cuya pareja -honesto juez convertido en grano en el trasero del poder-, es
ultimada por sicarios a mando del dueño de aquellos tristemente célebres“vladivideos”
encargados de enmudecer a media nación.
Como siempre, Lombardi
agazapa su labor perenne de crítica social desde la atalaya de géneros
empleados a conveniencia, en este caso reabsorbe de parte de las esencias del
cine negro o noir sobre los pilares de un thriller (semi) político contado a
partir del punto de vista de una periodista responsabilizada de evocar al espectador
la etapa de muda/conversión de la referida docente en esta Diana -cazadora,
vengadora-, quien no duda ante nada para lavar tanto el crimen como el honor
mancillado de su novio, descrito por la prensa amarilla a sueldo de la
dictadura “muerto en una orgía de maricas”. Y en ello se incluye, risible cosa,
acceder a la propia mansión del inexpugnable Vladi, sanguinario al modo de otro
Vlad, el Empalador. De igual modo que sabíamos que Tom Cruise no se iba a
despachar a Hitler en Operación Valkyria, aquí conocíamos de antemano la
futilidad del proceder, lo cual le resta suspense al relato. Pero es lo de
menos, lo de más anda por la cuerda de que toda esta historia resulta rechazable
a primera vista para quien tan solo posea un mínimo de conocimiento histórico
en torno a la inextricabilidad y omnipotencia de la referida mente negra de
Fujimori; lo cual por consecuencia convierte al largometraje en la más
inverosímil de las creaciones acreditadas a Lombardi. También el exponente de
menos equilibrio: el haz de denuncia social de la primera parte queda reducido
durante la efectista resolución a esa hoz segadora individualista filo
charlebronsiana sin blanco que yo al menos no me creo ni por tres segundos. Por
suerte, el director deja en el silueteo sugerencial el interés lésbico de la inescrupulosa
periodista que acusó al juez -devenida no solo amiga de cabecera, ángel
guardián de la profe; sino además justa redentora: evolución psicológica de
personaje también difícil de tragar- por la linda viuda en trote de cacería,
algo que de concretarse hubiera enfangado hasta el pelo su película y él se lo
olió a tiempo. Toda una lástima tanto flanco débil en Mariposa negra, porque su
autor cuenta -y de hecho lo deja asomar en la que constituye su decimotercera cinta-
con cuanto le falta a demasiados cineastas del área: sencillez, solvencia y
astucia narrativa; limpieza en la caligrafía; sagacidad y dinamismo en el
enlace secuencial, pragmáticas elipsis; actores sabiamente dirigidos; y sobre
todo un ritmo en la acción que algo le debe a las filias de Lombardi por el
buen cine norteamericano.
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