lunes, 22 de septiembre de 2014

Depurado oficio de Clint Eastwood


A excepción de Los imperdonables, Un mundo perfecto o Los puentes de Madison -y probablemente también Cazador blanco, corazón negro, irregular pero magnética- no existían hasta el momento, a mi modo de ver, otros filmes de verdadero calibre dentro de la abultada obra como realizador de Clint Eastwood (29 títulos), avaladores de esa avalancha de elogios que casi sin distinción se le prodiga a su trabajo, no solo en los Estados Unidos sino también en Europa. Siempre he considerado al creador de Medianoche en el jardín del Bien y el Mal solamente un gran director ocasional, mas una de esas grandes ocasiones es la rotunda Mystic River (2003).

Sobre la base del guión del experimentado Brian Helgeland (dirigió el excelente noir L.A. Confidential) a partir de la novela de Dennis Lehane, Eastwood teje un desgarrador drama humano de trasfondo policial. En el flash-back de arranque de la cinta vemos a tres niños jugar en un suburbio irlandés de Boston en los años 60; uno de ellos, Dave, es conducido a un auto ante los ojos de sus amigos y posteriormente encerrado y violado repetidamente por dos hombres. La experiencia lo traumatizará de por vida. El salto temporal de décadas estampado a continuación nos transportará al presente. Aunque logra convertirse en  hombre de familia, Dave (Tim Robbins) malvive sus días acosado por el espolón de sus recuerdos. Sus dos compañeros de la niñez, Jimmy (Sean Penn) y Sean (Kevin Bacon), pese a que no sufrieron experiencias tan amargas, tampoco la tienen bien hoy: Jimmy conoció la cárcel, mientras que el ahora detective de homicidios Sean rompió con su pareja. De pronto, un hecho -el salvaje asesinato de la hija adolescente de Jimmy-, sentará las bases para que se re-produzca una intensa interacción entre los tres personajes. Si bien en otro tono, por otra cuerda, a causa de otros motivos.
Bajo la coraza estructural del clásico whodunit (el suspense policial de ¿quièn lo hizo¿), Eastwood -y eso representa lo que hace diferente y eleva por arriba de sus congéneres a esta película- plantea un formidable estudio de caracteres que da lugar a lujosas interpretaciones pródigas en matices, no solo de Penn y Robbins (Oscar al Mejor Actor y al Mejor Actor de Reparto, respectivamente), sino de buena parte del resto de este equipo de secundarios de primera categoría. Pero no únicamente eso, además el filme muestra y defiende sus varios flancos presuntamente colaterales -retrato costumbrista del modo de vida suburbano, análisis del dolor humano, su parábola sobre el yerro corriente de las falsas presunciones- con vehemencia, claridad, limpieza y orgánicamente integrados a la línea genérica-central de la investigación policial.
Mystic River otorga nuevamente atención a varios de los sempiternos temas tratados por Eastwood en su filmografía como realizador, pero esta vez tocados con guantes mágicos.  Es una película filmada con sensibilidad y elocuencia, meticulosa tanto en el repaso del detalle como en la búsqueda de los grados emotivos, pausada y dominante -impone su tempo, marca su ritmo a contracorriente del “picadillo” visual de hoy. Se le ha criticado su “ambiguo” final; personalmente creo que constituye el mejor colofón, a tono con la personalidad de la obra. Pasos en falso son difíciles de verle: la confesión que le hace la esposa de Dave a Jimmy sobre su marido raya lo inverosímil; lo del personaje de Sean con su esposa no otorga màs sentido, yéndose algo del foco, es simple hojarasca que Eastwood bien hubiera podido peinar en su dilatada pero, no obstante, apreciable película.

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