domingo, 26 de octubre de 2014

Una estupenda "heroína americana"


Todo comenzó en el podólogo. La productora Carla Santos Shamberg se enteró allí de la historia real de Erin Brokovich, justo con ella, quien era entonces o lo sigue siendo -¿a quien diablos le importa¿-, su compañera de cortarse los callos. La historia de esta simple mujer de pueblo que vence en los tribunales a un emporio corporativo cuya cantidad de millones no cabían en la casa de toda su familia junta, le pareció potencialmente lucrativa a la señorita Santos. Después de todo, si era buena espectadora de cine americano, sabía que el mismo relato, con ligeras diferencias, casi siempre había engatusado a los locales, quienes por su idiosincrasia, modo de ver el mundo y toda la porquería que le enlatan en la cabeza desde que nacen aprecian en estos "solos contra el mundo" a suertes de John Wayne callejeros que consiguen lo que quieren: no ya a base de pistolas, sino mediante los cañones de la perseverancia y un espíritu indoblegable. El bueno de Steven Soderbergh tomó el guión en sus manos y compuso la que considero una de las menos malas películas de tema análogo que se hayan hecho, aunque muy lejos de The rainmaker, de Coppola; y sin el peso suficiente como para que los demasiadas veces irracionales académicos cometieran la pifia siniestra de nominar a su director por doblete, justo en el año de la excelente Traffic.

Erin Brokovich, el filme, no es más que otro puñetazo apócrifo al poder, en cuyas fibras en verdad subyace un pálido intento de denuncia social autoneutralizado por el giro que la película misma estampa para que el golpe se quede en el aire al convertirse en otro largometraje filocapriano de autorrealización personal de don nadies  que ya el viejo Frank realizaba hace la friolera de seis décadas. Solo que más refinado; menos ligth que los de corte Acción civil; menos peliculero en el uso de la música e incluso el montaje; con diálogos en buena medida ingeniosos y en los que se advierte, aunque a la postre no se resuelva nada, al menos conmiseración por parte de sus creadores hasta la tragedia sufrida por el pueblito de Hinkley de manos de la Compañía Pacific Gas and Electric, que contaminó sus aguas y envenenó, causó enfermedades mortales o diversos traumas a sus habitantes. Se le agradece que la película se ahorre  las consabidas partes de los tribunales, algo que la diferencia de sus semejantes. Tanto como que, de manera bastante inteligente, el guión trabaje el perfil psicológico de Erin y permita la recreación de su vida privada, lo cual humaniza mucho al largometraje.
Soderbergh también se buscó a un actor secundario de armas tomar, el británico Albert Finney, y a una actriz, que aunque no pertenezca a la línea de las camaleonas excelsas estilo Winslet, Bonhan Carter, Close...,  y sin una digamos notable gama de registros, hace correctamente lo suyo y proyecta tal simpatía, que suele granjearse los favores de propios y extraños. Si bien  no como para llevarse el Oscar ni nada así, Julia Roberts compone solventemente su empírica leguleya, y ello también coadyuvó a que Erin Brokovich quizá se valorase demasiado alegremente en su momento. Aun cuando estemos, jamás lo tendré en duda, ante una película de calibre medio donde, pese a todo lo que se critica, nada mal parada sale una nación en la que las Erin Brokovich, a lo Forrest Gump, logran subir del suelo al cielo, conseguir su sueño y llevar siempre al banco sus buenos fajos de dólares. En ganárselos está la gloria, glorificado sea quien se los agencie: si colgando faroles en una cerca, bien;  si salvando pueblos, bien. Como éste ha sido el caso, ¡enhorabuena¡. Bravo pues, Erin. Eres una estupenda heroína americana.

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