La Free Speech Coalition (FSC), empresa representante de la industria del cine pornográfico en los Estados Unidos, levantó en 2014 su tercera moratoria del año para el rodaje de materiales X en el país. El ceso temporal de las filmaciones se había debido, esa vez como en las dos anteriores, a la detección de un artista infectado con el virus del VIH. Casualmente, el hecho acaeció de forma paralela a una iniciativa promovida por los legisladores californianos para imponer el uso del condón como medida de seguridad laboral en el set. Medida contra la cual siempre ha batallado, y lo seguirá haciendo, la FSC, sabedora de que su aplicación le reportaría la pérdida de sumas abismales de dinero. Cuando una ley de este tipo se puso a prueba de manera experimental hacia 2012 en el condado de Los Ángeles (centro de la producción), las grabaciones se redujeron al 90 por ciento. En la parcela hardcore es prohibitivo el empleo de preservativos, porque el cliente lo exige. Pese a ello se registran pocas enfermedades, debido a que estos intérpretes -a quienes cuidan y se cuidan tanto como a los caballos de carrera en el hipódromo-, están obligados bajo contrato a protegerse fuera del plató.
Es todo un gran negocio la industria del
jadeo, porque tiene detrás un mercado que la respalda y aúpa sus
imparables niveles productivos. “La otra Hollywood”, o “la América erótica”, como le
denominan, factura 15 mil millones de dólares al año. Realiza trece mil
películas de corto o largometraje cada calendario -los estudios tradicionales
de cine estrenan treinta veces menos- en las casi mil empresas vinculadas al
sector. El aumento ha sido exponencial, de tenerse en cuenta que en 1950
(todavía ilegal) eran rodadas solo 30 piezas clandestinas, cifra estirada hasta
las 2 mil 500 justo dos décadas adelante.
Para que se tenga una idea bien clara del
asunto, las cifras de ingresos arriba consignadas representan casi una
quinta parte de los 58 mil millones de
dólares anuales agenciados por los productos de entretenimiento erótico en todo
el planeta, de los cuales 21 mil 500 millones son recaudados gracias a los
videos; 8 mil millones por la venta de las revistas (la era digital no supuso
su caída, al contrario de muchos periódicos); 7 mil millones merced a los
teléfonos sexuales; 3 mil 500 por conducto del pago por visión y otros 3 mil
500 en la red.
La “pantalla para
adultos”, capaz de mover más dinero que los principales eventos deportivos de
EUA, tiene su star system y hasta sus propios Oscar. Ha mejorado sus sistemas
de distribución, lo cual le permitió bajar costos. Ello explica sea posible
filmar unas doscientas películas a la semana en Estados Unidos. Se trata de una
franja muy rentable (el promedio por cinta ahora frisa los 40 mil dólares), cuyos
costos de producción resultan cubiertos en breve. Un filme como Garganta
profunda (en la foto) clásico del género rodado durante solo seis días de 1972 a un costo de 25 mil
dólares, a la fecha supera los 600 millones de ganancias. Salvo el devengado
por algunas porno stars, el pago a actores y actrices es considerablemente
menor que en el cine tradicional. En el hetero cobran entre 200 y 800 dólares
semanales; en el gay de mil a 2 mil.
Con la fuerza de
trabajo el carroñero sector no afronta problema alguno, al alimentarse cada año
de esa legión interminable de jovencitas en busca de suerte no hallada en
Hollywood (gran parte de las
casas productoras de porno duro radica en el Valle de San Fernando, próximo a
Los Ángeles), quienes a la larga carenan en la más conservadora,
machista, ultrafalocentrista forma de expresión audiovisual existente. Además,
la más primaria de todas, pues aquí no existe espacio mínimo para desarrollo
argumental, salidas de norma o intenciones underground, salvo en contados
directores.
La industria de
marras está asociada a otras como la turística (reporta el diez por ciento de
los ingresos de los hoteles por habitación), las distribuidoras de contenidos
televisivos, las compañías de internet o muchas otras que ocultan su relación,
dependencia o apoyo, para eludir las reconvenciones de diversos grupos
contrarios dentro de EUA, que consideran tal tipo de producciones como inmoral y decadente.
Si “sexo” es el vocablo más buscado en la
red, se comprenderá cómo es posible que el porno en línea asegure el doble del
monto financiero conseguido por las descargas musicales. No en balde los expertos
lo sitúan entre los motores impulsores de la economía informática y hay en la
actualidad cerca de dos millones de webs “adultas”: parte determinante bajo el
dominio de multinacionales como Hustler, Playboy, Dorcel, Hotvideo, al margen
del notorio auge experimentado durante fecha reciente por las Jennicams
(webcams ubicadas en los espacios domésticos de mujeres que cobran por ello) o poir
disímiles muestras de porno casero colgado.
Uno de los negocios
más prósperos del capitalismo estadounidense recibió notable espaldarazo hace
diez años, cuando la Corte Suprema
congeló la Ley de
Pornografía, por “violar la primera enmienda de la Constitución”, sobre
la libertad de expresión. Igual a la bélica o la petrolera, la industria del
sexo practica el lobby en el Congreso y respalda a nombres, partidos, campañas.
De manera que cualquier normativa en su contra pasa por innumerables obstáculos
legales y a la larga se diluye en la hojarasca legal. Así es EUA.
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