Más allá de
su apabullante casquería digital, ese espectacular sentido de los efectos
visuales y su ADN de blockbuster realizado a un costo de 175 millones de
dólares, solo permisible hoy día en Hollywood a franquicias probadas en
taquilla (Transformers, Fast and Furious…) o a excepciones
contadísimas como la concedida a quienes fraguaron la trilogía The Matrix, cuanto están filmando a la
larga los hermanos Wachowski en su abigarrada epopeya futurista El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) es una aventura
romántica de las de toda la vida, cuyo presunto toque interclasista a lo
Cenicienta queda (semi) neutralizado desde el momento cuando sabemos que a Su
Majestad la reina Mila Kunis le va más lo de ser plebeya, tanto como lo es de
planta su querido y musculoso Channing Tatum. Y a la larga la limpiadora de
retretes con genes rusos y el semilobo alienígena de botas aladas habrán de
entregarse a un desenfreno de mordiscos de pasión, cual anticipan las miradas
furtivas lanzadas desde bien temprano en la space-opera
por la de las cejas pobladas. Si el lobo no destroza esas cejas bien bobo
sería.
Asequibles
como nunca jamás ni incluso en Speed
Racer (El Atlas de las nubes, de
2012, y su teleserie Sense 8, de un
año después, son Joyce comparado con esto, para no hablar de The Matrix, estrenada ya hace 16 años),
hablan aquí, mediante tono puerilmente parabólico, del poder inconmensurable
del amor en pos de combatir el mal, conseguir el triunfo de la verdad y hasta
destruir imperios intergalácticos. Ojalá todo fuera tan sencillo a lo contado
por la superproducción de ciencia ficción en una cuerda que no impacta pero
tampoco molesta, debido lo último en gran medida al conocimiento y la atracción
wachowskiana de la sci-fi. Se aprecia
el desarrollo de esta relación a la manera de una fábula eterna o un cuento de
hadas, solo con cambio de escenario hacia las estrellas. Lo curioso, siendo
quienes son sus directores, estriba en la colosal inversión técnica depositada
aquí al servicio de una historia desprovista de ningún otro aliciente y por
tanto tendente a lo básico e infantiloide, sin ser dirigida al público de los
menores en propiedad, vaya paradoja. En virtud de su proclividad a lo anterior,
mejor que a Warner este relato le hubiera convenido a una compañía corte Disney.
Quizá
conscientes de lo anterior, Andy y Lana (antes era Larry, pero, sabemos, el
director se hizo una operación de sexo: transexualidad transubstanciada por
cierto de forma cargante en su Sense 8)
Wackowski intentan “ennegrecer” la trama a través de su tema preferido de la
“reencarnación”, vacuas alusiones políticas al empleo de los humanos (léase los
pobres) en tanto materia prima de la raza desarrollada de otro mundo
(entiéndase los ricos), la burocracia infinita capaz de desatender la infinitud
planetaria, guiños a Star Wars
apreciados en la pluralidad de las criaturas observadas en naves o palacios…
Aunque algo
extraviados durante varias escenas de acción, los a la vez productores,
guionistas y realizadores filman con sano cariño por su género dilecto y son
capaces de armar poderosas secuencias realzadas merced a la eficaz si bien
sobreutilizada música de Michael Giacchino. Sin embargo, su filme hace aguas
aun en otros flancos, desde una dirección de arte en extremo recargada hasta en
el casting y la actuación. La Kunis y Channing tienen de
química tanto como una alacrana y un mosquito. El por La teoría del todo
oscarizado Eddie Redmaine está tan sobreactuado en el villano supremo de la
dinastía Abrassax que abochorna. Lo mejor de la función en dicha cuerda la pone
Sean Benn, la Mano
del Rey defenestrada para dolor de todos en el pórtico mismo de Juego de Tronos. Rotundo también acá, el
magnetismo inmenso del actor inunda los no demasiados fotogramas que le
corresponden
El destino de Júpiter es el estreno de la semana en Cuba.
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