viernes, 29 de abril de 2016

Girls: maldita gorda, te adoro



Los buenos personajes de las buenas series llegan a convertirse en elementos familiares de tu vida. Los amas y los sufres, y los dueles cuando abandonan tu tiempo. Ya se intuye el fin de ciclo de Girls (HBO 2012-actualidad) y en cierto modo se va a extrañar a Hannah Horvath, suerte de alter ego de la creadora total y protagonista de la serie: Lena Dunham.

He llegado a abominar y querer a Hannah y sus tres amiguitas a lo largo de las cinco temporadas; especialmente a ella, vórtice de este huracán de búsquedas, desencuentros, parches y remaches en el camino de la estabilidad romántica, mental: esa que a la larga casi nunca se encuentra, no importa téngase los ventipicos de la protagonista u ochenta. La vida es suma de inseguridades, miedos, objetivos y deseos de obtener estos últimos sobre la base de pasar en puntillas por arriba de los primeros en su localización. Desenfado, una visión desprejuiciada del día a día, su pizca de locura y abalanzarse al vacío solo vestido de valentía también ayuda. Así son los personajes creados por la serie. Así es Hannah. Su madurez molesta, su inmadurez desespera. Esa dicotomía marca el perfil taxonómico de alguien cuya forma de ser no solo guarda relación con su generación o el entorno intelectual neoyorkino y las presuntas neurosis allenianas y de Judd Apatow (no en balde productor ejecutivo de la serie, el mood del trabajo va en la cuerda menos aparatosa de su forma de sintonizar la antena humana de sus pariguales), sino con el mismo ser humano, tan dual, puro espejo partido en su misma estructura emocional.
El mérito por el cual la serie, sin mucho aspaviento, casi a la chita callando, se hizo de un puesto en la televisión estadounidense, mundial, radica en la conformación del personaje de Hannah, con arreglo y reflejo a/de las disparidades de una especie. Lo que aparentemente es bluff dramático, deseos de epatar (rabietas, raras obsesiones, impulsos intempestivos) es justo cuanto más enriquece a un material cuyas presuntas imperfecciones -esto, sus excesos- son marca de identidad, perfectamente comprensibles dentro del delineado de personajes y conflictos dentro, pero nunca anegados, de la placenta descondensatoria del humor.
Comedia dramática de real octanaje, Girls no es otra estúpida serie de pijas en Nueva York, de gossip girls, de supergirls, de girlfriends, de Gilmore girls... Bajo su aparente inocencia, hay un calado a fondo de la naturaleza humana. Hannah es un poco de muchos, es un poco de mucho. Lo desea transmitir de a todas, con el cuerpo y la mente. Expresa su filosofía lo mismo mediante el rostro mohíno de un escolar indefenso, que colocando en primer plano su gorda anatomía contra el lente, en todas las posiciones. No hay complejos para decir, para expresar cómo soy, parece decir Hannah/Lena, sin importarle un bledo que su abultado contorno a veces convide a apedrear la pantalla. Wathever, lección primaria de vida, no hay ninguna pasión sin su poco de odio acompañante. Ella (s) lo sabe (n). Uno lo sabe. Maldita, idiota, ególatra gorda, te adoro; da igual que me mortifiques hasta la desesperación.

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