miércoles, 6 de abril de 2016

Vis a vis en el contexto del subgénero carcelario



Algún que otro crítico u opinante de ocasión interconectaría el “reverdecer” reciente del audiovisual carcelario en la fronda temática, así como su aceptación por parte del público y la crítica mundial, e incluso la alforja de reconocimientos de medio o máximo nivel a los filmes Un profeta y Celda 211, con la cada vez mayor tendencia al encierro del ser humano en las sociedades contemporáneas, la expansión de muros de todo género a lo largo del planeta, el ostensible aumento de la población penal en naciones de América y Europa -sobre todo Estados Unidos y España, donde las cifras anuales harían abochornarse a cualquier línea de texto-, o hasta con el tirón del éxito internacional de la teleserie norteamericana Prison Break. Puede que dichas asociaciones encierren sus parciales raciones de verdad, y todavía sería mucho más prudente coligar la reactivación de tal gramática a este presente absoluto, eterno, sin mucha luz, tanto ruido y demasiada oscuridad, Antonio Tabucci dixit, o aventurar otras correlaciones entre el escenario social de privaciones sistemáticas de derechos, ultravigilancia… y el interés del séptimo arte hacia ese universo-representación a escala de las prácticas más brutales del capitalismo salvaje contemporáneo.

Pero honestamente no creo que semejantes conjeturas de trastienda fundamenten del todo ni la presunta eclosión del subgénero (en realidad pese a el discreto ascenso en la tendencia al tema no pasan de cuatro o cinco las películas de verdadero relieve en los años más próximos y pocas series), ni mucho menos la atracción de los receptores o el respeto de los especialistas (quienes hayan seguido rastros al asunto sabrá que viene sucediendo, con sus idas y venidas, desde uno de los primeros éxitos del sonoro: El presidio, dirigido por George Hill en 1930, seguido de cerca y en el mismo orden por obras de Howard Hawks, Melvin LeRoy, Michael Curtiz, un Douglas Sirk todavía en Alemania -a través de Zu neven ufern  de 1936, abre la variante femenina- Archie Mayo y Fritz  Lang,  pasando los ´30, las décadas y a su marcha los medios logros o reales dignificaciones de Dassin, Castellani, Wise, Bresson, Becker, Sturges, Rosenberg, Gries, Lumet, Losey, Frankenheimer, Schaffner, Parker, Siegel, Darabont, Robins, Babenco…).  Aunque sin similar masa cuántica, pero a la manera del western, el gangsteril, la comedia o el musical, el drama carcelario -cruza entre el noir, el policial, el cine de acción y el melo- forma parte de la historia del cine, de la esencia de Hollywood; e iconos, fotogramas y secuencias de sus piezas claves jamás se desdibujarán, en tanto integran esa galería de “apariciones adorables” proclamadas por Derrida. Con nosotros se irán al otro patio los rostros queribles del carimaldito Cagney, Muni, Bogart, Tracy, Fonda, Raft, Lancaster, la Hayward, Newman, Redford, Eastwood o McQueen, recibiendo -o causando- sufrimiento entre los barrotes de Sing Sing, San Quintín, Westgate, Alcatraz, Attica o los lodos de diabólicas islas-prisiones.
Más allá del consustancial morbo humano por penetrar de alguna forma en un espacio donde bien resulta posible que la especie pacte con sus componentes más primitivos para sobrevivir, e incluso la tan a simple vista paradójica como en propiedad a la raza irresistible subyugación de pillar de lejos lo que se teme con el más percutiente pavor, la base del origen de su atractivo en la pantalla -lo mismo que en la literatura-, descansa en que su materia prima básica son los perdedores, con su consustancial fardo de irrealizaciones, malas coseduras, patas metidas. Da igual sean inocentes, si es que siempre lo serán, ya lo sabemos, o criminales redomados. Al traspasar la celda, la jugada se perdió, aun ganándola. Estriba en que puertas adentro de la jungla entre rejas las polarizaciones se extreman, la competitividad alcanza rango supremo y son comprobables en estado puro algunos postulados de Darwin. No sin causa deviene uno de los escasos sitios donde la humanidad puede llegar a mostrarse en su materia original, sin las puestas en escenas sociales y las representaciones de cada parque temático de nuestra rutina.
Así queda claro en la serie española Vis a vis, cuyo primer capítulo de la segunda temporada acabo de ver. A ver, esto no guarda demasiada relación con Orange is the New Black, el drama ¿o comedia mejor¿ de Netflix. La europea es más cruda, más en la línea tradicional del subgénero y, al menos en el deprimido contexto de la producción serial ibérica, representa un producto digno. 
Bien por arriba de la media allí, porque logra la hazaña increíble que los 70 minutos larguísimos tipo de las series de esa nación ahora se vayan como agua, sin zonas muertas, con puntos climáticos donde deben ir; provista de muy buena descripción de ambientes, atmósferas generadas a base de inteligencia y tacto, loable trabajo de diálogo y meritoria articulación e interpretación de personajes.
Maggie Civantos en su Macarena y Berta Vázquez dando vida a la “Rizos”, pero sobre todo Nawja Nimri bordeando a la Zulema y la nieta de Lola Flores a la Zaray, meten hierro al cuadro actoral de un thriller carcelario con garra, casi impensable en una señal como Antena 3.
O.K, esto no llega a poseer el calado de Celda 211, los lugares comunes se repiten (difícil no hacerlo en una variante tan codificada), algunas villanadas clásicas se huelen a distancia, sí, e incluso hay otros elementos todavía a su desmedro, pero aun así sigue siendo una serie bien rodada, atractiva y recomendable como mero entretenimiento facturado sin complejos en la misma España que lanza al año series inenarrablemente malas, extensas como chorizo y rutinarias como la lotería de barrio.

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