Los
buenos personajes de las buenas series llegan a convertirse en elementos
familiares de tu vida. Los amas y los sufres, y los dueles cuando abandonan tu
tiempo. Tras el fin de ciclo de Girls (HBO
2012-2017) se va a extrañar a Hannah Horvath, suerte de alter ego de la
creadora total y protagonista de la serie: Lena Dunham.
He
llegado a abominar y querer a Hannah y sus tres amiguitas a lo largo de estas temporadas;
especialmente a ella, vórtice de esta huracán de búsquedas, desencuentros,
parches y remaches en el camino de la estabilidad romántica, mental: esa que a
la larga casi nunca se encuentra, no importa téngase los ventipicos de la
protagonista u ochenta. La vida es suma de inseguridades, miedos, objetivos y
deseos de obtener estos últimos sobre la base de pasar en puntillas por arriba
de los primeros en su localización. Desenfado, una visión desprejuiciada del
día a día, su pizca de locura y abalanzarse al vacío solo vestido de valentía
también ayuda. Así son los personajes creados por la serie.
Así es
Hannah. Su madurez molesta, su inmadurez desespera. Esa dicotomía marca el
perfil taxonómico de alguien cuya forma de ser no solo guarda relación con su
generación o el entorno intelectual neoyorkino y las presuntas neurosis
allenianas y de Judd Appatow (no en balde productor ejecutivo de la serie, el mood del trabajo va en la cuerda menos
aparatosa de su forma de sintonizar la antena humana de sus pariguales), sino
con el mismo ser humano, tan dual, puro espejo partido en su misma estructura
emocional.
El
mérito por el cual la serie, sin mucho aspaviento, casi a la chita callando, se
hizo de un puesto en la televisión estadounidense, mundial, radica en la
conformación del personaje de Hannah, con arreglo y reflejo a/de las
disparidades de una especie. Lo que aparentemente es bluff dramático, deseos de epatar (rabietas, raras obsesiones,
impulsos intempestivos) es justo cuanto más enriquece a un material cuyas
presuntas imperfecciones -esto, sus excesos- son marca de identidad,
perfectamente comprensibles dentro del delineado de personajes y conflictos
dentro, pero nunca anegados, de la placenta descondensatoria del humor.
Comedia
dramática de real octanaje, Girls
(que se despide de HBO esta semana) no es otra estúpida serie de pijas en Nueva
York, de gossip girls, de supergirls, de girlfriends, de Gilmore girls... Bajo su aparente inocencia, hay un
calado a fondo de la naturaleza humana. Hannah es un poco de muchos, es un poco
de mucho. Lo desea transmitir de a todas, con el cuerpo y la mente.
Expresa
su filosofía lo mismo mediante el rostro mohíno de un escolar indefenso, que
colocando en primer plano su gorda anatomía contra el lente, en todas las
posiciones. No hay complejos para decir, para expresar cómo soy, parece decir
Hannah/Lena, sin importarle un bledo que su abultado contorno a veces convide a
apedrear la pantalla. Wathever,
lección primaria de vida, no hay ninguna pasión sin su poco de odio
acompañante. Ella (s) lo sabe (n). Uno lo sabe. Maldita, idiota, ególatra
gorda, te adoro; da igual que me mortificaras hasta la desesperación.
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