Constituye,
a no dudarlo, Estación Central de Brasil
el punto culminante de la cinematografía brasilera durante la última década del
pasado siglo.
Además
de otros sesenta lauros internacionales, la película mereció, con justicia, el
Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1998 y el Oso de Plata merced a la
notable asunción de la gran dama de la escena local, Fernanda Montenegro, en su
papel de Dora, esa maestra acompañante del pequeño huérfano a cuya vera poblará
cálidamente los fotogramas del filme.
El
largometraje del director Walter Salles (Detrás
del Sol, Diarios de motocicleta) constituye excepcional
metáfora acerca de lo cual adolecemos muchos humanos para graduarnos de tales:
solidaridad.
Basta
la solidaridad común para aliviar a otros la más honda desdicha, pareciera
gritarse aquí desde el celuloide. La bonanza espiritual que entraña ser
solidarios puede dinamitar las cadenas creadas por la desidia, la iniquidad,
casi también que se escucha desde el opus
de Salles.
Este
autor latinoamericano hizo carne fílmica un argumento propio de novelas, pero
mediante un lenguaje de inobjetable eficacia cinematográfica, a pesar del
presunto academicismo de su dispositivo argumental y de su construcción
narrativa.
El
viaje desde el andén de Río de Janeiro hasta la garganta de Brasil emprendido
por la vieja maestra Dora y el niño Josué, en busca del desaparecido padre del
pequeño, está narrado adscripto a modélica linealidad adherida a los
planteamientos narrativos más ortodoxos.
Para
nada el filme emboza su afiliación aristotélica, su enfoque tradicionalista en
la armazón de la trama. Lo que hace a la película superior a las tantas de
dicho enfile es que tal concepción resulta asumida por Salles con el pulso
exquisito y la sencillez de los clásicos. Aquí no hay tanteos, desvaríos, ni
extras, ni déficits al relatar y existe fuerza ascendente en la progresión
dramática. Si bien lo anterior, per se,
no bastaría, claro, para convertir al filme en una obra excepcional.
Cuanto
más eleva a Estación Central de Brasil
a los peldaños altos de la escalera evolutiva cinematográfica es su muy
inteligente función de estetoscopio social; y -fundamentalmente-, la polifonía
de voces que proyecta como emergidas de un gran coro de desgarraduras,
atavismos, lazos inzafables, epifanías y auto-encuentros humanos que la
película arroja de su pecho cual si fuera portadora de un acto de limpieza
interior de nuestra especie signado por la nobleza.
Sin
renunciar a irrigarse por las nunca estancas aguas del neorrealismo italiano,
el cinema novo endógeno y un poco de
tanto -el Chaplin de El chicuelo, el
Visconti de Rocco y sus hermanos, el
Tornatore de Cinema Paradiso, la
checa Kolya…- es esta una cinta muy
brasilera en cuanto a trasfondo, marco de desarrollo, constatación de los males
particulares (violencia, ignorancia, miseria, tráfico de niños), señas
idiosincráticas y signos de identidad.
Y es a
la vez un trabajo de vocación ecumenista a profundidad, habida cuenta de que
las voces antes mencionadas lo mismo pueden ser audibles en Río que en Jakarta.
Este
poema de comunión y solidaridad entre la sexagenaria Dora (divina Fernanda en
su composición) y el Josué de nueve años (un Vinicius de Oliveira a quien
Salles encontró frente a un cajón de lustrar zapatos) tiene una base de solidez
comunicacional de fortísimos pilares. Sobre todo en tiempos cuando parte del
planeta acusa tanta orfandad de afecto, de unidad, de amor entre los seres
humanos, a los que la película convoca con vehemencia. En tiempos cuando tanto
se necesita que en más personas se verifique esos reencuentro consigo mismos,
esos cambios de proceder reveladores del personaje central del filme, para
retomar lo mejor de nuestra condición a favor de un bien común.
Por la
manera en que el filme sabe encender esa llama, por el valor de anticipación de
exponer que este es el único camino posible de redención y reflejarlo en una
obra de arte de la manera más límpida, sensible y expedita, Estación Central de Brasil está
preparada para desdeñar el olvido.
(El texto fue publicado originalmente en el
portal de la UNEAC Nacional)
Realmente "Central do Brasil" se convirtió en un clásico del cine brasileño. Hay una historia curiosa sobre la entrada de Vinicios de Oliveira (Josué) en el filme. Vinicius trabajando como limpiabotas en la parte de afuera del aeropuerto de Rio, vio un hombre en la cola de una cafetería y se le aproximó y vio que estaba usando tenis, o sea no era posible limpiarle los zapatos, no obstante no desistió y le preguntó si podia comprarle algo de comer, el hombre, desconocido hasta entonces, sin identificarse le dijo que sí y comenzó a hablar con el chiquillo y en la conversación le preguntó si quería hacer un test para una película, el chico le respondió que si y así fue llegó a la película, que dígase de pasó, brilló a la par de Fernanda Montenegro y Marilia Pera (ya fallecida), otra de las estrellas del filme. Hoy Fernanda Montenegro forma parte del elenco de la novela que transmite la Rede Globo en el horario estelar "O outro lado do paraiso). Saludos
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