En
su fundacional La celebración (Festen, 1998), Thomas Vinterberg, en
pleno proceso de alumbramiento del movimiento cinematográfico Dogma 95, se
adhiere como el ostión a la roca al decálogo de esta corriente artística
danesa, irrumpida a finales de la última década del siglo XX en tanto
contrapropuesta ideoestética a la narrativa hollywoodense.