No
obstante los miles de relatos que tiene para narrar el cine de África,
continente lleno de magia e historia, el pasado de colonialismo feroz
(verificable igual en el presente, mediante tan onerosas como visible vías,
consecuencias de esa herencia) extendido sobre su extensa geografía impide que
la mayor parte de sus cinematografías experimente un despegue que, en arte e
industria como este, requiere respaldo económico, incluso en la era digital.
Las
que lo poseen, muy pocas y sobresale Níger, producen casi totalmente para un
público interno, pues más que el elemento “calidad”, en su ausencia de
desplazamiento hacia otros focos de exhibición interviene el elemento “falta de
interés” de las distribuidoras europeas o americanas.
Por
eso, el cinéfilo se complace cuando producciones de dicha región del mundo
logran acceder muy ocasionalmente -a costa de sacrificios diversos, no el balde
se consigna el paratexto- a los circuitos internacionales de distribución y
hasta al festival puntero del orbe como el de Cannes, donde el largometraje de
Etiopía, Efraín (Yared Zelecke,
2015), fue presentado en la lista oficial de la sección Una cierta mirada hace tres años.
La
importancia de mostrarse aquí no radica tanto en el mismo hecho en sí, como en
su función de escaparate (de forma inmediata, la reclutaron numerosos
festivales) y catapulta.
No
constituye esta la típica “película-postal” o producto almibarado hecho para
sensibilizar a las sociedades occidentales, calificativos con los que parte de
la crítica suele despachar dicho tipo de exponentes (a veces con razón; otras
no, como es el caso), sino una pieza fílmica donde cobra predominio narrativo y
tonal la sensibilidad mediante la que resulta contado este relato de Efraín, el
pequeño de nueve años, personaje central, quien ha perdido a su madre debido al
hambre y la sequía que asola a ese país del cuerno africano.
La
evolución del niño y su amiga inseparable, la oveja Choni –animal que tendrá un
rol significativo en el decurso de dicha evolución- es rastreada con respeto y
cariño desde que el chiquillo es dejado en casa de los tíos por su padre, quien
marcha a la capital en busca de sobrevivir a la miseria cerval que lacera al
campo etíope.
En
la que representa la ópera prima de este director y también guionista del
filme, Zalecke posee la inteligencia creadora de, a la vez de observar en
primer plano los caminos del niño y su necesario crecimiento ante situaciones
adversas, reflejar, de maneras por trechos cuasi antropológicas, los rostros
cárdenos de una sociedad sumida en la más lancinante indefensión económica.
Triste resultado de la herencia colonial de potencias europeas, guerras,
extractivismo y calentamiento global.
Las
palmas para Rediat Amare, actor no profesional como todos
en la película, en su incorporación de Efraín.
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