Cabía
esperar una propuesta mucho más ambiciosa del creador de Los Simpsons, pero Desencanto (Disenchantment), su serie de Netflix, se
queda por debajo de las expectativas de quienes elucubrábamos un auspicioso
retorno de Matt Groening, justo a la altura de su nombre.
La
primera temporada de la obra de animación para adultos del
gigante estadounidense de streaming (que,
en búsqueda de mayor prestigio e impulso de las oportunidades de sus películas
en la estación de premios, facilitó la participación de estas en diversos
festivales y acaba de anunciar que, además, podrán estampar un recorrido
limitado por los cines comerciales) discurre con la organicidad narrativa aportado
por el oficio de su gestor, permite el afloramiento de varias sonrisas, no
motiva demasiado esfuerzo concluir cada uno de sus diez capítulos de solo 22-24
minutos e incluso contiene ciertos visos de brillantez en la concepción y
solución de unos pocos gags e ideas.
Ya
lo anterior vale dentro de un océano de series que son el palimpsesto del
palimpsesto, cuyos showrunners se
limitan a dejar correr capítulos, sin muchas preocupaciones por otra cosa que
no sea cubrir tiempo en pantalla y terminar la faena. Sin embargo, el problema
radica en que, amén del signatario de Futurama,
a estas alturas Desencanto pudo haber
sido rubricada por cualquier artesano adelantado de la televisión norteamericana
y no por quien blande el estandarte de conducir desde 1989 los ya más de 600
episodios de ese icono mundial de la teleficción que es Los Simpsons.
Habríamos
de estar de acuerdo en que la historia de la princesa medieval gamberra, el
elfo y el demonio chivador de Desencanto
cultivase un humor todavía más simple que el acostumbrado en Groening
(como lo hace); pero no deberíamos concordar en que ello conduzca a la
involución autoral de la polisemia, la capacidad propositiva y el trasfondo
intelectual e ideológico del dibujante y escritor (cual desafortunadamente
ocurre).
Por
otro lado, luego de tantas series animadas para adultos -algunas buenas u
óptimas- que la han jugado a placer, ya la baraja temática de los anacronismos,
la ironía, la metaficción y las parodias a emblemas de la cultura popular (aquí
Hansel y Gretel y Juego de tronos,
dos de las más evidentes) luce bastante gastada y es hora ya de que el género
apunte hacia otros derroteros, so peligro de anquilosarse de forma definitiva.
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