miércoles, 16 de enero de 2019

«Enamorado de mi mujer»: los franceses también fabrican bodrios




Quien suscribe tiene por predilecto, entre todos los cines, al francés, debido a la integralidad de esa industria, al tacto y la sensibilidad de sus relatos, al sedimento cultural que reposa bajo esos fotogramas, una escuela fabulosa de intérpretes y directores tan talentosos como personales. Pero París también estrena cada mes su ración puntual de memeces y lleva ya cuatro o cinco años encadenando una producción en serie de comedias que a veces llegan a lastimar, de tan sosas.


Una de estas recientes tonterías ya habituales de la agenda gala lleva por título Enamorado de mi mujer y la dirige un venerable actor como Daniel Auteuil, quien además comparte cartel interpretativo con alguien de los galones de Gerard Depardieu (quien, a lo De Niro, su compa de Novecento, suele descender de los picos a las fosas), junto a la compatriota Sandrine Kiberlain y la joven actriz española Adriana Ugarte, fichada por Almodóvar en Julieta y por vez primera en la tierra de Truffaut.

Esto va de lo siguiente: Depardieu se aparece a cenar a la casa de la pareja de Auteuil y Kiberlain con dicha mocita de Barcelona enfundada en un vestido tan rojo como el de Kelly Lebrock en The Woman in Red. La de raíz ibérica, la nueva pareja del obeso parisino medio siglo mayor que ella, embobece al instante al anfitrión Daniel, tan añejo como el amigo, quien se pasa gran parte de los 85 minutos del metraje sumido en ensoñaciones sensuales y eróticas con la muchacha, en su propia cara.

El gran, extraordinario problema del filme consiste en que dicho recurso, el cual al comienzo de su apelación podría parecer divertido, es sometido a una sobresaturación en pantalla que sencillamente repugna. Cualquier subtexto queda asfixiado, no hay alivios ni respiraderos dramáticos, ni siquiera un solo diálogo salvador o gag eficaz, nada que quede incorrupto ante el engolosinamiento escritural hacia ese enfile y la tendencia incontrolable del director y el cámara por la anatomía de la Ugarte, a quien le vemos bajar el vestido a los tres minutos y de ahí en adelante todo incluido, hasta el epílogo.

En Las puertitas del señor López, película argentina de 1988 que vi en un Festival de La Habana (creo que estaba yo solo en la sala oscura, porque a nadie a quien le pregunto de acuerda de ella), el tímido contable personaje central también se gastaba toda la trama en una cuerda más o menos parecida. Pero aquel infeliz doctor en ciencias de las artes masturbatorias no tejía sus fantasías en la mesa de la cocina, frente por frente con tres comensales.

No sé qué le pasó a Auteuil por la cabeza cuando se le ocurrió dirigir este despropósito sin ton ni son, cuyo único imperativo posible -y esto lo colijo en su mismo plan de imaginación-, sería poder satisfacer, por la vía del cine y la Ugarte, el sueño húmedo senil de toquetear a una nena tan apetecible como la de Francella.

Obseso con sus intenciones, ya antes había dirigido en las tablas la obra teatral en la cual se basan tanto dicho montaje como esta película: L'envers du décor, de Florian Zeller, quien le escribe la cinta. Aunque, según cuentan quienes asistieron a las funciones, la versión presentada en la escena dista mucho de la cinematográfica. De buena se libraron los amantes del arte de Talía.

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