domingo, 28 de junio de 2020

Las dos Catalinas


Catalina la Grande, figura cara al audiovisual pese a no haberse filmado aún la obra definitiva alrededor del personaje histórico, ha sido objeto de otras dos aproximaciones recientes de la teleficción, una de las cuales acaba de transmitir la televisión cubana.


La británica Helen Mirren (bien experimentada en asumir personajes de la corte y actriz central de la obra cumbre de los filmes sobre la realeza: La reina, de Stephen Frears) incorpora a Catalina la Grande en la miniserie homónima de cuatro episodios producida en 2019 por Sky y pasada en el Canal Educativo. En verdad, a la intérprete inglesa le sobran años para encarnar a la emperatriz rusa del siglo XIX en la magnitud de su esplendor, de remate una mujer presentada en el guion con sobrecargadas urgencias sexuales que nunca puede comprender del todo el espectador, al reparar en la demasiado añosa faz de la divina Helen.

Y ese, de reparto pero también de concepción general, constituye el primer gran desacierto de la miniserie escrita por Nigel Williams (Elizabeth I, de 2005: también al servicio de la Mirren). El otro, cardinal este, radica en la extrema convencionalidad de un trabajo machihembrado a ultranza a la ortodoxia clasicista, cuyo personaje protagónico es bordado a partir de la suma de explosiones emotivas, caprichos, catarsis y devaneos eróticos. En resumen, la caricatura caprichosa, repetitiva, de un ser humano en realidad convertido en actor esencial de las transformaciones operadas a escala social, artística, científica en la Rusia decimonónica. Una Rusia cuya puesta en contexto nunca queda articulada acá, de tanto escorarse la serie hacia el costado personal, sobre todo romántico, de la emperatriz.

Contra el canon, la transgresión. No falla. Y para esto está The Great (Hulu, 2020), otra sobre la alemana que dominó a la gran nación euroasiática, pero ahora en plan sátira. Mejor, en plan “despelote”. Los mundos descritos en sus diez episodios son iluminados por ese sol de la pantalla nombrado Elle Fanning, quien produjo y propició la realización de la serie. A su lado, el hasta ahora insípido Nicholas Hoult, como contrafigura hilarante de un aporte televisivo cuando menos curioso, que baña de juvenilia y humor a comarcas no frecuentadas por tales elementos.

Cada capítulo de The Great (escritos en su mayoría por Tony McNamara –La favorita– sobre su misma obra de teatro) es contentivo de pasajes refocilantes que van conformando un ovillo de confort sensorial pasajero. Ahora, más allá de ello, casi nada. Sí, hay apuntes del papel jugado por Catalina en los cambios de mentalidad en Moscú, de su lucha constante junto a escasos personajes de la corte por moldear el escenario real de un imperio a la saga de otros europeos en la apertura al conocimiento. Pero son solo viñetas, porque en realidad tampoco en indagar a fondo al personaje estriba el objetivo pese a que sus promotores se empeñen en manifestar lo contrario, sino antes bien en epatar mediante los giros inopinados, las locuras del consorte real de “la Grande” y de paso soltar buenas dosis de mala leche occidental sobre la supuesta zafiedad rusa y todos los otros estereotipos vinculados a ese pueblo por la tradición audiovisual sajona: el alcoholismo, el fanatismo, el desprecio hacia otros pueblos (vean las escenas con los suecos).

En resumen: dos series muy diferentes entre sí, pero ninguna redonda. Dos Catalinas diferentes, mas lo mismo al final. La emperatriz de Rusia continúa esperando justicia.

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