Catalina
la Grande, figura cara al audiovisual pese a no haberse filmado aún la obra
definitiva alrededor del personaje histórico, ha sido objeto de otras dos
aproximaciones recientes de la teleficción, una de las cuales acaba de
transmitir la televisión cubana.
La
británica Helen Mirren (bien experimentada en asumir personajes de la corte y
actriz central de la obra cumbre de los filmes sobre la realeza: La reina, de Stephen Frears) incorpora a
Catalina la Grande en la miniserie homónima de cuatro episodios producida en
2019 por Sky y pasada en el Canal Educativo. En verdad, a la intérprete inglesa
le sobran años para encarnar a la emperatriz rusa del siglo XIX en la magnitud
de su esplendor, de remate una mujer presentada en el guion con sobrecargadas urgencias
sexuales que nunca puede comprender del todo el espectador, al reparar en la demasiado
añosa faz de la divina Helen.
Y
ese, de reparto pero también de concepción general, constituye el primer gran
desacierto de la miniserie escrita por Nigel Williams (Elizabeth I, de 2005: también al servicio de la Mirren). El otro,
cardinal este, radica en la extrema convencionalidad de un trabajo
machihembrado a ultranza a la ortodoxia clasicista, cuyo personaje protagónico
es bordado a partir de la suma de explosiones emotivas, caprichos, catarsis y
devaneos eróticos. En resumen, la caricatura caprichosa, repetitiva, de un ser
humano en realidad convertido en actor esencial de las transformaciones
operadas a escala social, artística, científica en la Rusia decimonónica. Una
Rusia cuya puesta en contexto nunca queda articulada acá, de tanto escorarse la
serie hacia el costado personal, sobre todo romántico, de la emperatriz.
Contra
el canon, la transgresión. No falla. Y para esto está The Great (Hulu, 2020),
otra sobre la alemana que dominó a la gran nación euroasiática, pero ahora en
plan sátira. Mejor, en plan “despelote”. Los mundos descritos en sus diez
episodios son iluminados por ese sol de la pantalla nombrado Elle Fanning,
quien produjo y propició la realización de la serie. A su lado, el hasta ahora
insípido Nicholas Hoult, como contrafigura hilarante de un aporte televisivo cuando
menos curioso, que baña de juvenilia y humor a comarcas no frecuentadas por
tales elementos.
Cada
capítulo de The Great (escritos en su
mayoría por Tony McNamara –La favorita–
sobre su misma obra de teatro) es contentivo de pasajes refocilantes que van
conformando un ovillo de confort sensorial pasajero. Ahora, más allá de ello,
casi nada. Sí, hay apuntes del papel jugado por Catalina en los cambios de
mentalidad en Moscú, de su lucha constante junto a escasos personajes de la
corte por moldear el escenario real de un imperio a la saga de otros europeos
en la apertura al conocimiento. Pero son solo viñetas, porque en realidad tampoco
en indagar a fondo al personaje estriba el objetivo pese a que sus promotores
se empeñen en manifestar lo contrario, sino antes bien en epatar mediante los
giros inopinados, las locuras del consorte real de “la Grande” y de paso soltar
buenas dosis de mala leche occidental sobre la supuesta zafiedad rusa y todos
los otros estereotipos vinculados a ese pueblo por la tradición audiovisual
sajona: el alcoholismo, el fanatismo, el desprecio hacia otros pueblos (vean
las escenas con los suecos).
En
resumen: dos series muy diferentes entre sí, pero ninguna redonda. Dos
Catalinas diferentes, mas lo mismo al final. La emperatriz de Rusia continúa
esperando justicia.
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