sábado, 20 de febrero de 2021

Nomadland


A Nomadland (Chloé Zhao, 2020) debe ponderársele el mérito mayor de representar, en la historia del cine norteamericano, una de las películas que mejor han sabido seguir (y construir) a un personaje en su camino hacia la búsqueda de la libertad interior, esa cuando el alma se independiza de casi toda suerte de ataduras y halla la paz en el silencio, el viento, la tierra, el esplendor de un paisaje que supone la expresión tangible de la divinidad, en servir o siquiera acaso escuchar al prójimo, en las aparentes pequeñas cosas entregadas de forma gratuita por la vida cada día, en la atención a los detalles. Como la encuentra Fern (Frances McDormand), en su existencia nómada de caravanas rodantes por desiertos, pueblos rurales, campamentos y carreteras perdidas de ese Estados Unidos semilunar, en las antípodas de las postales turísticas y el imaginario definido por Hollywood a través de un siglo.

 

Hay dos momentos, en un filme repleto de grandes instantes de este tipo, que traducen el grado absoluto de libertad encontrado por Fern: al minuto 66, cuando, dueña de una calma total de espíritu, se queda dormida, cabellos mecidos por el aire y la noche de observadora, en un sillón colocado a la intemperie en medio de la nada; y al minuto 91, en ese diálogo mudo con el mar durante su paseo solitario por los acantilados. Son ambas secuencias -al amparo visual favorecedor, lo mismo que otros segmentos del filme, de las cromas azules del habitual director de fotografía de la Zhao: Joshua James Richards- portadoras de la elocuencia mágica entregada por el mejor cine, a pura imagen, sin recurrencia al verbo (algo común a todo el metraje, apúntese); y son ambas, también, profundamente nostálgicas, porque los pasos de esta mujer, por más que quiera alejarse de tal sombra, van seguidos por las siluetas de la tristeza y la soledad. Una inmensa soledad que ella reconvierte en fortaleza, elemento este definidor del personaje, sin arredrarse ante las circunstancias amargas que condicionan, de algún modo, su existencia: la pérdida del esposo, la desaparición de su pueblo, el no poder o querer “encajar” dentro del sistema de normas morales de su reducto familiar remanente y el golpe de indiferencia de un sistema que ignora a las personas como ella y no resulta capaz de ofrecerle el empleo fijo requerido para subsistir.

 

Nomadland, mirada harto desesperanzadora al país norteño de la actualidad que localiza sus fuentes de inspiración en el libro de no ficción Tierra nómada: Sobreviviendo a los Estados Unidos en el siglo XXI (Jessica Bruder, 2017), se ambienta en la nación cercanamente posterior a la debacle económica de 2008, la cual sumió a millones de norteamericanos en la pobreza, al despojarlos de empleo y recursos para pagar sus casas. Escenario que no originó pero sí fomentó las bases objetivas para el incremento sustancial de estos nómadas que recorren regiones del país en sus furgonetas o trailers, viviendo de forma muy precaria, sin respaldo oficial en ningún orden.

 

Fern es uno de tales rostros sin nombre, desconocidos por los grandes noticiarios, ausentes de la conversación pública de la tan rica como desigual nación, al que la directora/guionista/montajista china radicada en Norteamérica Chloé Zhao (conocida por las alabadas Songs My Brothers Taught Me y The Rider) hace carne por la gracia de la descomunal Frances McDormand. Esta última resulta pilar esencial de una película totalmente intempestiva dentro del adocenado escenario fílmico estadounidense, tanto más singular en cuanto la puebla un rosario de actores no profesionales -asumen los roles de los nómadas- y la acompaña marcado acento documental. La actriz de Fargo, Tres anuncios en las afueras y Olive Kitteridge toma el barro de un personaje que añoraría cualquier intérprete de carácter -aunque de cierto no veo en la piel de Fern a una Meryl Streep o a una Glenn Close, puesto que hay papeles que parecen no ser para nadie en este mundo que no sea la McDormand-, y amasa sus formas hasta tornarlo en esta entidad viva que baña la pantalla de humanidad, alimentándose de cuanto la rodea para subsistir emocionalmente, para llenar sentidos.

 

Fern observa, escucha, ayuda a los seres humanos ubicados en su brújula por el camino, sin otra intención que hacerlo. No hay dobleces en esta mujer y ello deviene otra muestra de la liberación interior alcanzada en su existencia, despojada ya de los vicios que nos corroen, de los delirios que nos consumen.

 

Largometraje vencedor en los Festivales de Venecia y Toronto, además Mejor Filme del Año en consideración de los críticos de EE.UU., el domingo 28 de febrero debería emerger como lógico vencedor en los Globos de Oro, donde puntea en nominaciones junto a Mank, El juicio de los 7 de Chicago, Una mujer prometedora y El padre, los cuatro artísticamente inferiores. A este autor siempre le han importado poco los premios, de los cuales descree por naturaleza, pero sería demasiado injusto no conferirle el referido reconocimiento a Nomadland, como igual el Oscar del año.


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