El realizador ruso Ilya Naishuller estrenaba en 2015 el que figuraría entre los experimentos cinematográficos singulares del decenio: Hardcore Henry, una película rodada completamente a través de planos subjetivos, desde la perspectiva de un videojuego FPS (First Person Shooter). Aunque bastante superior a sus antecedentes, tampoco se trataba de un trabajo del todo original, en tanto los realizadores Andrzej Bartkowiak y Michael J. Bassett se le adelantaron mediante sus filmes respectivos Doom y Silent Hill 2: Revelation, aparecidos, en igual orden, para 2005 y 2012. El propio director eslavo también lo había hecho en su corto Bad Motherfucker, de 2013.
Hardcore Henry provocó el ruido suficiente como para que Ilya fuese captado por la brújula omnívora de Hollywod, donde lo reclutaron para conducir Nobody (2021), de reciente estreno en Cuba.
En este largometraje, Bob Odenkirk, actor que personifica con sobresaliente al delicioso e inofensivo personaje del abogado Saul Goodman en las series Breaking Bad y Better Call Saul, incorpora a Hutch, el nadie del título, un aparente tranquilo señor quien lleva rutinaria vida de familia y ve alterada esa calma cuando unos ladrones invaden su hogar. El hecho opera como el detonante para que dicha persona, quien posee un pasado oculto de pertenecer a algún servicio especial del imperio con todo cuanto ello entraña en conocimientos de defensa personal, se ponga en modo John Wick; no en balde aquella saga fue escrita por el mismo guionista de Nobody: Derek Kolstad. En la franquicia protagonizada por Keanu Reeves la muerte del perro del protagonista fungía como resorte desencadenante de la furia del personaje central. En la reciente El protector, el intento de los narcos mexicanos de secuestrar a un niño de esa nacionalidad encendía el dispositivo de pelea de Liam Neeson. Aquí, lo antes señalado.
En sí, Nobody viene a ser como un tutti frutti Wick/Neeson, si bien en plan guasa. No es abierto, suele disimularse entre puñetazos y perforaciones, pero al torrente sanguíneo de la película lo recorre la coña. Y no puede ser de otro modo en un filme donde a Odenkirk (comediante de ley, alguien experto en el manejo conjunto de humor e ironía) le acompañe Christopher Lloyd, el genio loco de Volver al futuro, a cargo del personaje de su padre. Cuando progenitor e hijo van contra los mafiosos rusos, provocando más daños que Rambo y Rocky combinados, a uno -más allá de apenarse por la saturación injustificada de ataques hollywoodinos a esa nación-, no le queda otra que reírse. Quizá no a mandíbula batiente, pero está conminado indefectiblemente a hacerlo: por lo absurdo, por la tecla de hilaridad invisible apretada al ver a Bob con su imposible cara de rudo repartiendo estos golpes inauditos. Y justo en ese tono cómico del filme radica la cualidad que, sin dejar de emparentarlo, lo distancia del cine de acción al servicio de Liam Neeson, signado por la solemnidad y el nulo interés por reírse de sí mismo.