viernes, 18 de noviembre de 2022

Black Bird: Sonsacar al diablo en su celda

 

Aunque sin la avalancha de estrenos de Netflix o el pedigrí de HBO, en poco menos de tres años la plataforma estadounidense de streaming Apple TV+ también se ha granjeado un nombre en la producción de series originales (Pachinko, Servant, Teherán, Defender a Jacob, Separación, La serpiente de Essex, Slow Horses, El show de la mañana, Las luminosas, Ted Lasso, See, Invasión…).

 

Dentro de esa irregular pero en sentido general apreciable galería de criaturas seriadas destaca una de estreno en la televisión cubana ahora: Confesiones de un asesino (Black Bird, 2022), comenzada a emitir aquí como Encerrado con el diablo y luego súbitamente cambiada de título. Con ambas denominaciones has sido conocida en castellano, pero estas modificaciones ya arriba del barco no se hacen, porque marean al televidente.

 

En fin, intente visualizar, pese a los cambios o las tantas de la noche cuando la exhiben, dicha miniserie de seis episodios. No se arrepentirá. Su guionista y showrunner es una firma en mayúsculas del género negro en los Estados Unidos como Dennis Lehane, el escritor detrás de películas inolvidables a la manera de Mystic River (Clint Eastwood, 2003); Gone, Baby, Gone (Ben Affleck, 2007) o La isla siniestra (Martin Scorsese, 2010). Y alguien también con experiencia televisiva desde los tiempos de The Wire (David Simon, 2002) o Boardwalk Empire (Terence Winter, 2010).

 

Lehane novela y convierte en serie fictiva el libro de no ficción  In With the Devil: A Fallen Hero, A Serial Killer and a Dangerous Bargain for Redemption, escrito por James Keene y en el cual el autor repasa su paso por la cárcel de máxima seguridad de Springfield, con el fin de sacar la información necesaria (la ubicación precisa del cuerpo de una de las víctimas) para encerrar definitivamente al asesino serial de niñas y adolescentes, Larry Hall. La compleja misión al servicio del FBI no fue gratis: el joven deportista de prontuario delincuencial, Keene, quedaría exonerado de su condena penal gracias a su servicio.

 

El gran mérito de Lehane consiste en reconvertir dicho material biográfico en un trabajo de ficción vigoroso, remarcado por la naturaleza de sus diálogos y la forma cómo fragua la interacción entre James (Tom Egerton) y Larry (Paul Walter Hauser). Hay astucia dramática en el modo mediante el cual construye y pone en marcha el proceso de acercamiento del primero para sonsacarle los datos impugnadores al singular asesino: un tipo de personalidad patológica quien por momentos no tiene ni siquiera certeza de haber cometido esos crímenes.

 

La configuración del personaje de Larry constituye lo más redondo del trabajo de escritura, porque es dibujado desde diversidad de ángulos, anverso y reverso, en los matices, en las gradaciones, en la línea psicológica de su realidad creada a partir de aseveración y refutación de su propia verdad: algo concebido magistralmente. Lehane extravasa la dimensión del original literario, hunde el dedo en su ambigüedad ínsita e inquiere en las condicionantes psicológicas que, desde la infancia, podrían haberle inducido a su presente criminal. Larry, en tanto personaje, incluso, representa en términos de guion pero también globales, la cualidad mayor de la serie.

 

A la par va la labor de interpretación de  Paul Walter Hauser. El actor de El caso de Richard Jewell (Clint Eastwood, 2019) ejecuta memorable composición, preocupada por la entidad de esos detalles que moldean a un buen personaje: sus susurros, engolamientos vocales, aflautado de la voz, mohines, enarques, miradas curiosas de niño descarriado que intenta descifrar a ese hombre quien se ha convertido en su único amigo de la prisión y suele ver como el hermano que está en casa… Todo, absolutamente todo -y ahí figura, junto a la gestualidad y la dicción, la forma de desplazarse-, es de veras encomiable en su rol, hecho tendente a acentuar por efecto de contraposición las carencias interpretativas del su partenaire. 

 

Demasiado plano, Tom Egerton (Rocketman, Kigsman) desentona en la interacción consigo, algo que resulta imperdonable y debió impedirse ya desde la selección de reparto o luego a través de la dirección actoral. Con otra estrategia interpretativa, u otro actor, pudiéramos haber presenciado uno de los duelos histriónicos más sobresalientes de la teleficción norteamericana reciente