domingo, 9 de julio de 2023

1923: la franquicia Yellowstone comienza a crujir


La televisión cubana estrenó 1923, segunda precuela de la serie madre Yellowstone luego de la también exhibida en nuestro país, 1883, la cual comentáramos hace pocos meses en este blog.

 Se trata de otro producto deriva­do del universo concebido por el creador Taylor Sheridan alrededor de la saga generacional de la fami­lia Dutton, en materiales teleficti­vos ambientados indistintamente a finales del siglo XIX, inicios del XX —el caso de la estrenada—, y la actualidad.

 Tras la quinta temporada —la menos gratificante hasta el mo­mento—, de una serie de tanta so­lidez como Yellowstone, aparecería casi al unísono este nuevo expo­nente de la franquicia y, no obstan­te sus aciertos, la sensación final tras apreciar sus ocho episodios es que queda por debajo de las ex­pectativas depositadas tras la estela que forjaran la muy solvente 1883 y las cuatro primeras regias tempo­radas de la obra madre. Trabajos todos los cuales hablan del talento del creador de El rey de Tulsa y Ma­yor of Kingstown para este subgé­nero del western familiar, que con tanto oficio maneja, de forma es­pecífica en el universo de marras.

Los descendientes de los Dutton, a cuyos ancestros habíamos cono­cido al desplazarse por las prade­ras salvajes de 1883, radicados ya ahora cuarenta años después en su definitiva Montana, desandan los comienzos de la segunda dé­cada del siglo XX. Dentro del mis­mo rancho Yellowstone en el cual Kevin Costner habitará en la serie homónima, viven a la sazón, entre otros, el matrimonio de Jacob y Cara Dutton (interpretados por Harrison Ford y Helen Mirren), quienes de­ben liderar la eterna lucha contra cuantos pretenden agenciarse sus tierras ganaderas y desbaratarles su proyecto de vida, el cual tamaño sacrificio costara tanto a sus prede­cesores como a ellos mismos.

La principal fortaleza dramática de 1923 radica justamente en la in­teracción de esta pareja, la cual se quiere y entiende casi sin palabras, aunque las emplean, bien, cuando resulta necesario. Dos mitos de la pantalla como el estadounidense y la británica impregnan un aura ve­nerable a ambos personajes, tanto que cuando comparten escena la pieza audiovisual alcanza un grado de imantación que no logra igualar jamás por la vía de otras figuras u otros escenarios.

A través de su historia, el especta­dor asiste, de forma vivaz y veraz, a un terreno temático no muy transitado por el western, como son los años de la Ley Seca, los previos a la Gran De­presión y los de la llegada de la mo­dernidad a los estados del oeste de la Unión, dibujado con aciertos por Sheridan, mediante pinceladas que condensan la reacción de los seres que pueblan el relato ante la inciden­cia en sus vidas de tales momentos o procesos históricos.

Otra línea discursiva, también escenificada en el contexto local de los Estados Unidos, guarda relación con las vicisitudes afrontadas por Teonna Rainwater (Aminah Nie­ves), joven nativa a quien intentan cristianizar a la fuerza en una de las instituciones religiosas dedicadas a ello como parte de la campaña de colonización del oeste. Aunque la serie tendrá varias temporadas y, por supuesto, cada cabo al parecer suelto de momento tenderá a anu­darse cuando desee Sheridan, has­ta ahora le hace flaco favor a 1923 el escaso pragmatismo narrativo de dicho meandro, no sea el hecho de representar el dolor afligido al pue­blo indígena, también, por parte de quienes se suponía debían resta­ñarle sus heridas.

Y el tercer cauce o bifurcación argumental se desplaza en parte a África, y en parte a la mar, sitios donde estuvo primero y estará más tarde Spencer (Brandon Sklenar), el sobrino viajero de los Dutton, alguien a quien la matriarca Cara pide a gritos, cartas mediante, que venga a socorrerlos en el campo de batalla en que se ha convertido el Yellowstone. Al añadir dicha área de interés, ocupante en la trama de un espacio a ojos vistas excesivo y contado de modo tautológico, a Sheridan le da por congeniar —en cuanto a la larga resulta un poco fecundo matrimonio— la historia central del oeste puro y duro, con una soap opera conectada a las tradiciones de historias africanas de Hollywood y el melodrama ro­mántico fílmico con aire de cule­brón televisivo yanqui de la década de los ochenta. Todo, en conse­cuencia, mediante un estilo añejo en la composición de los persona­jes, las cromas de la fotografía, lo edulcorado de la trama y el tono dramático empleado. Aclaro: aun­que obviamente intencional, no es porque lo precise el relato a tenor del período histórico en cuestión; el segmento de Montana se remite a los mismos tiempos, y sin embar­go es contado con el brío del más actual de los westerns.

Tras finalizar los primeros ocho capítulos de la estirada serie (la cual, valga decirlo, se estirará mu­cho más, pues la idea es estable­cer la conexión en el tiempo con la posterior y aún no rodada 1981, que constituirá la rampa de lanza­miento al lapso histórico del pre­sente abordado en Yellowstone y la también por materializar 6666, pertenecientes a la franquicia más rentable de la televisión norteame­ricana ahora mismo), todavía el pobre Spencer no ha llegado al ran­cho de Montana a socorrer al viejo Ford y la querida Mirren. Dupla que no veíamos compartir set des­de La costa de los mosquitos (Peter Weir, 1986) y que, repito, represen­ta lo más salvable de esta irregular 1923. A rango de personajes, de ser­vicio al guion y de interpretación.