A partir de este jueves 10 de mayo el filme será estrenado en todo el país
Familia, guerra, épica, animales, nuevas generaciones, amistades, separaciones, lecciones morales, melodrama, melifluidad, ampulosidad, gigantismo: Caballo de guerra (War Horse, 2011) zambulle en una batidora rota las anteriores constantes temático estilísticas reafirmadas en la filmografía de Steven Spielberg -a todas luces de forma mucho más convincente y atinada en diversas obras anteriores, algunas joyas del cine-, para gestionar este líquido intragable: mutación autocondescendiente de cine blanco de malformaciones nacidas del incesto formal. Cansino, retórico, subrayado hasta el delirio. De colmo, como si estuviese rodado en el paleolítico de la pantalla.
Sí, obvio, sabemos que el gran narrador de Tiburón no es ningún advenedizo, merece sumo respeto y que en una película suya, incluso la peorcilla a lo Munich o Indiana Jones IV, todo tiene su presunta justificación.
Ahora, Spielberg desea, ex profeso, inspirarse en el cine de los años 30-40-50 , Fleming, Capra, Wyler, el clasicismo hollywoodense -hasta a su habitual fotógrafo Janusz Kaminski pone a copiar planos/fondos de su admirado John Ford, como ya hizo en La guerra de los mundos- para contar el relato con olor a La telaraña de Carlota sobre este muchacho enamorado del purasangre Joey, al cual el azar le envía a la guerra, pero con cuyo cariñoso hocico habrá de reencontrarse luego de años de fuego e infinidad de sortilegios requeridos para la supervivencia del fenomenal equino nada parecido a Mambrú.
Spielberg habla del valor de la amistad, el significado de la tenacidad, el poder de la esperanza, la solidaridad y de otras cosas bellas. Mas, caramba ¡de un modo tan pueril¡ Tan ñoño e inane. Provoca la estampida.
El políticamente correcto creador de Salvar al soldado Ryan o la pro bélica teleserie The Pacific se digna a dedicar dos líneas, soltadas entre la pólvora de la refriega, a la fuerza destructora de la guerra; le hace un planito-guiño del interior de las trincheras al Kubrick de Senderos de gloria y plagia al Danis Tanovic de En tierra de nadie durante la escena de confraternización entre los soldados enemigos. Bravo. Si bien él deja claro que la cosa no va de combate, sino de alazanes. En su mismo lenguaje pues, voluntad más férrea que la del caballo Joey precisa poseerse para deglutir las dos horas/veinte (estiradas innecesariamente sin ninguna razón dramática) de su versión fílmica sobre la novela de Michael Morpurgo trasladada luego al teatro.
Steven Reloaded debió nombrar la cinta el firmante de Minority Report: comenzando por la música del maestro e inveterado compañero suyo John Williams -empleada no más arrancar los bellos planes iniciales sin criterio de inserción, por momentos de forma desmesurada-, y terminando por la extraordinaria carga sensiblera que envenena el torrente sanguíneo del largometraje hasta su deseado fin. Los incontenibles diques sentimentales de War Horse, unido al exhibicionismo megalómano de un Spielberg casi nunca tan fuera de sí, arrastran con los hallazgos expresivos o los magníficos momentos ocasionales de alto cine contenidos en sus fotogramas (la epopeya de salvación del animal protagónico, el ejemplo más concreto).
Lastra además aquí la ausencia -más allá de la posible excusa de su coralidad-, de un núcleo de personajes siquiera sometidos a rango mínimo de desarrollo. Actores estupendos de la escuela británica como Emily Watson o Peter Mullan son fantasmas caricaturescos al servicio decorativo de una historia almibarada al estilo del primer Disney. Si verdad es que ya tendemos a cansarnos de tanta mala leche, cinismo u oscuridades de cierto cine actual, así y todo sigue aquel siendo preferible a este. Caballo de guerra supone no solo franco retroceso en la carrera de un Spielberg en horas bajas (Falling Skyes y Terra Nova, las dos grandes producciones televisivas de 2011 por él respaldadas debieron cancelarse), sino un paso atrás para la pantalla de hoy.
Más que dialogar con su propia obra -la cinta contiene grasa, atrofiada, de E.T, El imperio del Sol y La lista de Schindler- u homenajear a figuras o períodos equis, elementos empleados por parte de la crítica mundial para defenderle el filme, en realidad Spielberg no hace lo ejecutado, pongamos un ejemplo, por Michael Mann en Enemigos públicos hacia el género gansteril: transfundir energía nueva al hecho clásico para sembrar al aire del siglo en curso un vehículo metagenérico dialogador con el pasado desde la contemporaneidad. Debo ser el equivocado entre tantos críticos a favor, pero, si restamos la capacidad operística spielbergiana, excepcionales elipsis o los toques de genialidad técnicos capaces de salvarla de la quema, cuanto y cómo narra su trama me da la pinta de un viejo cine manipulador de emociones al cual dejé de rendirme hace muchos años atrás. Justo gran parte del poder del séptimo arte radica en su efecto generador de emociones; empero surte real cometido cuando estas brotan por franca consecuencia, no como obra de un rejuego barato con el sentimentalismo. Ya para eso tenemos a Televisa, O´Globo, Caracol, Univisión; Bambi, Dumbo, Willy, Dakota Fanning; Un corcel llamado Furia, Spirit. No Steven, perdóname esta vez. A fines equino-humanos, mucho más recomendable apreciar Luck, teleserie de HBO, que tu War Horse.
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