lunes, 11 de marzo de 2013

Argo, una perla de demagogia y manipulación

En la ofensiva ideológica occidental contra Irán, la cual tuvo su avanzadilla en Hollywood mediante el filme 300 y su demonización de “lo persa”, una pieza audiovisual como Argo (Ben Affleck, 2012), ganadora del Globo de Oro, el Bafta y el Oscar del año a la mejor película -presentado por la esposa del presidente Obama- [1], no solo es acto de consecuencia para con el irrompible enlace histórico entre la Casa Blanca y su cine desde los tiempos hoy día cuasi remotos de Griffith-de Mille; sino además perfecto vehículo de manipulación encaminado a pavlovizar a la opinión pública universal a favor de la invasión militar a Teherán, debido a la colosal influencia del cine en el subconsciente colectivo.
Mucho más ponzoñosa, aunque con menos sutileza, que la vitriólica (y también receptora del Oscar, En tierra hostil, Kathryn Bigelow, 2009), la obra de Affleck, de forma festinada e irresponsable, reivindica y eleva a un pedestal honorífico a la tenebrosa CIA: tan necesitada de ello luego de sucesivos fallos, escándalos, defenestraciones, cambios de mando, cárceles aéreas, torturas, campos de exterminio, drones. Resulta harto deplorable que el buen director de Gone Baby Gone y The Town haya puesto su carrera bajo las botas de Washington, al firmar este canto de gesta a la Agencia, a cuyos miembros ubica como ángeles de la guarda de la libertad, cual caballeros jedis Star Wars del nada gratuito plano final. Escalofriante en su demagogia de laboratorio.
Mediante la Operación Ájax, la CIA destruyó la democracia del primer ministro Muhammad Mossadegh (él promulgó medidas populares y expulsó a los diplomáticos ingleses quienes conspiraban en su contra tras nacionalizar el petróleo en 1951), e instauró al sha Muhammad Reza al frente de férrea dictadura monárquica de 26 años, en lo descrito por fuentes históricas legítimas como el primer golpe de estado de la Agencia en el planeta.
“El régimen dictatorial del sha instaló la Organización de Inteligencia y Seguridad Nacional (Savak), un salvaje aparato de represión y asesinato que sembró el miedo y la muerte. Los iraníes sabían que la destrucción de su democracia había sido obra de la CIA. El sentimiento adverso a los estadounidenses se convirtió en un odio profundo que alentó al movimiento revolucionario islámico, liderado por el ayatolá Jomeini. Por eso, cuando los fundamentalistas tomaron el poder y desalojaron al sha, se exaltaron el día que el presidente Jimmy Carter informó que acogería al defenestrado monarca. En represalia, el 4 de noviembre de 1979, los seguidores de Jomeini capturaron la embajada y tomaron de rehenes a 52 norteamericanos. La Operación Argo fue solo para sacar del país a seis estadounidenses que se escondieron en la embajada de Canadá. Pero al resto los iraníes los mantuvieron cautivos durante 444 días. Las fuerzas norteamericanas no pudieron rescatarlos. En un verdadero acto de humillación, los iraníes los dejaron en libertad solo después de que concluyó el gobierno de Carter (…) Eso es algo que no se ve en Argo, la película”, sostiene el investigador Ángel Páez en el sitio Matrizur.org.
Robert Fisk, respetado periodista de The Independent, quien estuvo en Irán en 1979, aporta otros elementos básicos para aquilatar la mentira de un filme “inspirado en hechos reales”, sobre todo su resolución (tan alabada por los especialistas de cada punto del globo): “el verdadero problema de la película (…) es que los seis diplomáticos camuflados y el agente de la CIA que les acompañaba no tuvieron ningún lío en el aeropuerto en la realidad. Los iraníes que trabajosamente reconstruyeron los documentos de la embajada que habían sido triturados -algo que realmente ocurrió- jamás llegaron a descubrir las identidades de los seis diplomáticos, como sucede en la película. Ni tampoco hubo guardias de la revolución que entraran en las pistas de estacionamiento del aeropuerto y persiguieron en vano a los fugitivos del vuelo de Swissair por la pista de despegue, con un camión repleto de hombres armados. Aún es más grave que la película sugiera que embajada británica de Teherán rehusara la entrada de los seis cuando escaparon de su propia embajada. Además, los canadienses desempeñaron un papel mucho mayor en la liberación de los norteamericanos que la CIA (…).
Más allá del engaño en el tema histórico del guion de Chris Terrio (también obtuvo Oscar: culmen del colmo), Argo ha sido objeto de desmedida sobrevaloración artística. No hay dudas: Ben sabe contar y generar suspenso -ya demostró a través de sus dos cintas previas formar parte de los prometedores realizadores jóvenes norteamericanos-; pero, por favor, de ahí a hablar de “maestría narrativa” aquí distan dos galaxias. Cualquier capítulo de las teleseries Rubicon o Prison Break posee más afortunada asimilación del thriller político de los ´70 -a lo Pakula-, o mejor sentido del ritmo que el tercer y peor largometraje suyo. La acertada fotografía, la eficaz aunque en verdad socorrida edición -otro Oscar sin mucho sentido en tal categoría, porque el filme cuanto solo hace es descubrir el Mediterráneo en lo del montaje paralelo- o las correctas interpretaciones de algunos actores secundarios a la manera de los siempre fiables John Goodman o Alan Arkin no son motivos para elevar al paraninfo ditirámbico al cual fue llevado un material fílmico nada original, sobado en su matriz discursiva, superpoblado de estereotipos argumentales, totalmente desprovisto de matices en la composición de personajes (todos los persas son demonios barbudos enfurecidos; beatíficos en cambio los diplomáticos occidentales y los agentes o directivos de la CIA, quienes entre música de aires heroicos se abrazan y lloran de alegría (tipo: “Aquí Houston, misión cumplida”, de los filmes del cosmos) cuando salvan a sus seis “soldados Ryan” del infierno persa. La misma rutina de la Guerra Fría, con más aparatosidad. De las películas nominadas al Oscar este año, Argo era la menos trascendente, dentro de un apartado donde sobresalían exponentes rodados por Haneke, Tarantino y Spielberg, en igual orden. Sin embargo, le dieron la estatuilla. El mensaje, no por conocido, deja de ser menos pertinente de recordar: la Academia responde al sistema. Y el sistema demanda muchos Argo. Hollywood continúa siendo un misil estratégico de tanta o mayor potencia que los disparados por los más modernos aviones de combate. El filme dirigido y protagonizado por Affleck representa otro episodio, tristemente memorable, del matrimonio entre los dos grandes centros de poder de Washington y su industria fílmica. Nada nuevo bajo el sol; si bien hoy mucho más dañino.

(1) La Primera Dama lo hizo vía satélite. Nunca antes la Casa Blanca se involucró de tal manera en la entrega del Oscar, en 85 años de historia.

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