El vuelo (Flight, 2012), estreno nacional de la semana, supone el
regreso del realizador Robert Zemeckis al cine de acción real -ello es no
animado o de otras técnicas parecidas- tras más de una década dedicado por
entero a sus incursiones en el, ya por sí convertido en subgénero, motion
capture o captura de movimiento: El expreso polar, Beowulf y La estrella polar.
Describe, mediante segmento introductorio de factura técnica fabulosa
muy propia del creador de Contacto, el accidente del avión pilotado por el
comandante Whip (Denzel Washington, en la mejor captación suya de un personaje
en los últimos años, luego de Día de entrenamiento y American Gangster). Este
señor, empero, logra salvar a casi todos los pasajeros, gracias a sorprendente
pericia, la cual los conocedores califican como verdadera hazaña profesional.
Sin embargo, el hombre, alcohólico, comandaba la nave ebrio desde la noche
anterior.
Lo anterior resulta la entrada. Cuanto viene después es el seguimiento a
la actitud volitiva de dicha persona controlada por el alcohol, cuya exesposa e
hijo no lo quieren cerca, pero quien sin embargo posee algunos valores y en
su contacto con la droga acusa marcadas
singularidades. Esto no es Días sin huellas, ni Zemeckis el Terry Gilliam de
Miedo y asco en Las Vegas o el Mike Figgis de Adiós a Las Vegas; de tal que
semejante camino de rastreo, transitado entre medias introspecciones y
ambivalencias, le funciona a medias al director de Regreso al futuro, Forrest
Gump o Náufrago.
El juego con la ambigüedad no le rinde demasiado saldo y antes bien lo
sume a la postre en callejón sin salida por donde cae la película en picada a
un tilín de la pista final. Debido en buena medida a la falta de consecuencia
postrera para con sus propósitos conceptuales. No obstante, El vuelo no
constituye una obra fallida; se deja ver, incluso sería posible hacerlo hasta
con más agrado si no fuese por el estiramiento innecesario de situaciones, por
ende del metraje.
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