Cuando se dedicaba a criar aves de corral, fabricar fuegos artificiales
o limpiar almacenes, quizá todavía el alemán Lyman Frank Baun ni imaginaba que
en su posterior faceta de escritor iba a ser el firmante de una de las piezas
literarias infantiles más leídas de la historia: El maravilloso mago de Oz,
publicada en 1900, de la cual realizaría doce secuelas en menos de dos décadas
y que también trasladase al universo teatral con éxito.
Disney quiso conducirla a la pantalla desde 1937, pero la Metro se hizo de los
derechos y emergió bajo su égida dos años después, Victor Fleming mediante, la
que se convertiría, como el antecedente literario, en una de las cintas más
vistas de todos los tiempos y la cual este cronista nunca pudo soportar pese a
su carácter de clásico, dejo aclarado aquí. Por casi tres lustros, los
herederos de Walt continuaron en su porfía, hasta que cumplieron su deseo,
aunque con reservas pues el estudio del león rugiente vendió copyright a la Warner y los hermanitos
pusieron objeción a cualquier potencial versión futura de otra productora de
las majors. Sabemos que El mago de Oz ha sido exprimido hasta los tuétanos, en
centenares de proyectos, mas por empresas audiovisuales menores, preciso.
Un primer intento de la compañía de Blancanieves fue abortado, antes de
que, presumiblemente, los ejecutivos del sello del castillo azul quedasen
puestos y convidados con la historia de Dorita, el león, el espantapájaros y el
hombre de hojalata, en virtud de los terribles resultados financieros de la en lo
artístico no objetable versión de 1985 realizada por el editor y director de
sonido de Apocalypse Now, Walter Murch.
No obstante, contra toda lógica industrial en una industria donde casi
solo opera la lógica del dinero, hubo un tercer intento, la ahora estrenada en
Cuba Oz el grande y poderoso, dirigida nada más y menos que por Sam Raimi. Director de culto, fue en su día una figura de
prestigio, director de obras fundacionales del terror contemporáneo de la
Serie B a la manera de la trilogía Evil
Dead, además de Darkman o del excelente y hoy olvidado thriller Un plan
sencillo, pero también de otras obras menos rescatables y bastante cortas de
ínfulas para la estatura primigenia de su creador.
Es el creador de la trilogía
(la cuarta no le corresponde) de Spider Man, al menos en su fase larval,
cimentador de una filmografía donde sobresale el estudio de la zona oscura del
ser humano, de ese derramado negro regado, inintencionalmente o no, por ciertas
áreas del ácidodexosirribonucleico primigenio de nuestra especie. Una especie
de Roman Polanski, pero a la inversa, a quien es necesario descubrir su
ambición en el estilo de una tira cómica, en la pirotecnia pragmática, la
narración disparatada, un poderoso tratamiento visual en la misma linde del
efectismo sin sobrepasarla, la estilización de la violencia y la creatividad en
un momento atizadas por la falta de recursos de su cine inicial de bajo
presupuesto, decorados de cartón piedra y efectos especiales manufacturados.
Aquí la mano de Arrástrame
al infierno mece la cuna con 200 millones de dólares en el bolsillo y, como no
podía ser de otra forma con director de su historia y semejante billetaje, el
hombre se luce en la parte viso-digital de su filme. Y hacerlo, que conste, ya
resulta bien difícil en medio de una era donde desde Tim Burton hasta Bryan
Singer (Alicia en el país de las maravillas y Jack el cazagigantes), pasando
por innumerables artesanos, las superproducciones se banquetearon con
exuberantes descripciones visuales de grandes historias literarias infantiles
anglosajonas.
A aplaudirle a Sam -desde el
mismo inicio con la tipología circense de títulos y el rejuego lúdico con los
telones/cajas chinas alusivos a la instancia de representación del séptimo
arte- la zona introductoria, rodada en blanco y negro y
formato cuadrado. E, igual, las escenas del tornado, preludio al momento
de transición dramáticamente climático donde se yuxtapondrán el universo real y
onírico: sabroso homenaje a la versión de 74 años ha. Contribuye, dicha área
inicial, las escenas del evento y las que arrancan la parte a color, a no
desdibujarle del todo el sesgo autoral en este megaespectáculo familiar
disneyano.
Se ha escrito demasiado del
carácter de precuela (término alusivo al inicio de una historia antes del punto
de partida de la original) del filme en el sentido de ponderar la idea de Raimi
y el guionista Mitchell Kapner de apartarse de la misma trama nuclear de la
película con Judy Garland. No soy dado al paratexto en los comentarios, si bien
debe consignarse, en aras de sincronizar al espectador con la verdad, que la
decisión no fue tomada por razones de originalidad sino de necesidad o
pragmatismo. Ocurre que, al objeto de no violar la propiedad intelectual, la
Disney no podía sacar aquí ni al felino cobarde ni a Dorita ni a otros
personajes de la pandilla fundacional.
¿Qué quedaba entonces?
Inventar hasta la madre con el reverendo mago de Oz, a partir de pura
imaginación de líneas de relato o de extractos de una de las treces novelas de
Baun no aparecidos en el largometraje de 1939. Es así que vamos a la génesis
del pillastre de Kansas interpretado, con gracia, -reconozcámoslo-, por el a
veces vegetativo James Franco. Y ahí va la metedura de pata gigante de la
película, porque, vamos a ver, cuanto importó e importará es el asunto de la
búsqueda y la solución del conflicto en esa tierra maravillosa. Esto no es ni
El padrino II ni Star Wars; no resulta menester desentrañar el origen de males
o destinos. El mago en realidad opera casi un macguffin con Fleming y con
cualquiera, de manera que poca noticia será conocer que el hombre hizo tal más
cual cosa en un circo corte Carnivale para niños antes de penetrar al
territorio dividido de las brujas.
Y llegamos a las brujas u
otras doncellas de Raimi. Pobrísimas en delineado y composición, son un golpe
al mentón de Rachel Weisz, Michelle Williams y Mila Kunis, en igual orden. Yo
definitivamente me quedo con el mono digital, lo mejor del show.
Del trasfondo ideológico ni
siquiera hablaré por mi mismo, para no condicionar la valoración a la tendencia
política del redactor. Los dejo con las palabras de Jordi Costa, crítico de un
periódico que es cualquier cosa menos comunista como El País. Escribió allí el
español en su crítica titulada Política exterior para niños, publicada el pasado
8 de marzo, lo siguiente: “En el desenlace, con su reivindicación del simulacro
para derrocar tiranías, Raimi descubre inesperado parentesco: Oz, el grande y poderoso
es, de hecho, Argo por
otros medios, un Argo para niños si Argo no fuera ya política exterior para
niños”. Así de claro.
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