En la ahíta de reconocimientos Gravedad (Gravity, 2013) Sandra Bullock y
George Clooney son dos científicos, de un pequeño grupo de tres, quienes además
de realizar tareas de investigación en una de las estaciones orbitales
norteamericanas en el espacio, deben emprender quehaceres de mantenimiento en
el telescopio espacial Hubble. Durante cierta de esas caminatas cósmicas, todo
el sistema técnico de su nave Explorer sufre desperfectos mayores, como
consecuencia de la tormenta de residuos ocasionada por la explosión de un
satélite ruso atacado por misiles. Miss Simpatía (nunca soñé verla de
cosmonauta) es expulsada a la nada sideral, pero el viejo Clooney, sin dejar de
hacer bromas ni un nanosegundo aunque sepa que la muerte será el precio seguro
de su altruista acción, la rescata de sucumbir en las tinieblas de la eternidad
galáctica. Él, a lo Tim Robbins en Misión a Marte (Brian de Palma, 2002) se
inmola, para que el otro pueda conseguir el objetivo cimero.
Toda esta zona introductoria del filme dirigido por el mexicano Alfonso
Cuarón, de eco bradburiano el segmento (en específico el cuento de Ray llamado
Calidoscopio), es realmente deslumbrante e impacta tanto por su impoluta
factura técnica como por la maestría visual de su compatriota, ese poeta de la
fotografía llamado Emmanuel Lubezki,
para sellar
en el fotograma inenarrablemente majestuosas tomas virtuales de la Tierra desde un punto de
vista visual cósmico. Es tan certero el trabajo del fotógrafo de La leyenda del
jinete sin cabeza que su talento, junto con el de los operadores de animación
digital -básicos aquí- incluso es capaz de captarse en 2D; imaginemos en 3, con
la gafitas. La puesta en escena de la colisión de los restos satelitales con la
nave se integra a una unidad secuencial cinemática que, en términos genéricos,
constituye lo más depurado hecho en la ciencia-ficción en muchos años. Baza a
favor del más atinado empleo del CGI o
imágenes generadas por ordenador. Al margen, empero, de que todo lo relativo a la
persecución salvatoria de Clooney a Sandrita no posee credibilidad científica
alguna. Si eso sucede a 600
kilómetros de altura, ni Gary Cooper arriba de Superman
lograrían rescatar a un tiranosaurio rex.
El director de Niños del hombre (la película mayor de Cuarón; por arriba
de Solo con tu pareja, La princesita, Y tu mamá también; milenios luz mejor que
las deprimentes Grandes esperanzas y Harry Potter y el prisionero de Azbakán)
cuenta a partir de esta área apertural una clásica fábula redentora de
supervivencia envuelta en relato de superación personal e historia épica del
retorno a casa, al más viejo e inveterado estilo hollywoodense. Con clase,
charme, distinción, uso programático del tiempo y el ritmo en pantalla en
ajustados noventa minutos; pero, a la larga, lo dicho, no le busquemos más.
Cuarón sabe jugar de manera eficaz con la sensación de miedo, angustia,
se apropia de la subjetiva para recalcar la línea de suspense de la narración;
sin embargo quiere emocionar, impactar demasiado y bordea la delgada línea de
la saturación con el trauma personal de la Bullock y su travesía-ovo profetal de regreso a
la cuna terrestre de su “renacimiento”. Además, el realizador comete tonterías
amateurs, como esa de volver a sacar el ya sobado planito del tornillo que se
le escapa a la protagonista hacia la cámara.
El, tan alabado por algunos, asunto de mantener o levantar la historia
casi con un solo personaje en acción, sin perder la atención del respetable,
resulta meritorio, pero nada original si recordamos que desde Alfred Hitchcock,
pasando por Robert Zemeckis, el Rodrigo Cortés de Enterrado y el Duncan Jones
de Moon, hasta películas de cinematografías tan poco conocidas como la
israelita (el filme Líbano, dirigido en 2009 por Samuel Maoz) lo hicieron antes
y bien. Y si de buenos, largos planos secuencias hablamos, a propósito del
inicial de Gravedad, ahí está de nuevo el gordo inglés director de La soga
(1948), Welles, Scorsese, Antonioni, Altman, Allen, Sokurov…
En cambio, sí representa motivo de distinción para el también
coguionista Cuarón un hecho en el cual no han reparado ninguno de los
centenares de artículos o críticas laudatorias del largometraje publicados en
la prensa mundial. Si bien la causa, aunque no intencionada, de que el equipo
imperial se despedace en la infinidad espacial la tienen los rusos, son dos
artefactos tecnológicos con bandera de Moscú (la Soyuz) y Beijing (la Estación Orbital
China con su bote salvavidas Zhenzhou) los encargados de salvar a la muy gringa
Sandra, para traerla de vuelta a la
Tierra y le sea a posible a ella - literalmente- aruñarla
durante el cardio-estrujador plano postrero. O sea, los rusos junto a los
chinos constituyen las bases tecnológicas para el rescate de esta soldada Ryan
de las galaxias (de hecho el personaje de la Bullock se nombra Ryan Stone); no un americanazo
redentor con la bonhomía de Tom Hanks, ni
la sala de control de la
NASA en Houston -por esta dichosa vez apagada, shut down-; ni
el presidente en el centro de mando de la Casa Blanca.
Alfonso no incurre en esta última imbecilidad, tan de moda dentro de la
pantalla patriotera gringa próxima; e inteligente, previsor, confiere -con suma
valentía-, el aludido nivel de lectura. Concederlo, en una producción
mainstream estadounidense donde nunca puede perderse de vista el punto número 1
de su plataforma programática cinematográfica: “somos los mejores del mundo,
estamos en el planeta para salvarlo y no necesitamos de nadie”, representa
suceso cuando menos singular.
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