Walter Salles, realizador de
esas tres grandes películas llamadas Estación central de Brasil, Detrás del Sol
y Diarios de motocicleta, se quejaba hace poco del cinismo que recorre el cine
post-Tarantino. Aunque comparto en sentido general su opinión, al parecer, el artista
suramericano, quien dice estar muy al tanto de cuanto hacen gente joven del
continente como Pablo Trapero, no lo anda mucho sin embargo en relación a la
ejecutoria de otras más maduritas a la manera de Eliseo Subiela (Buenos Aires, 1944).
Dicho señor, a cuya mano directriz pertenece No mires para abajo (2008), representa hoy día la expresión
culminante dentro del contexto regional
de un cine encallado en un rocalloso territorio argumental donde reina el
semicandor, la inocentada, delirios seudopoéticos, arrebatos dulzones e incurables cursilerías habitadas por pibes
y pibas de otro mundo: productos transgénicos disparados de un laboratorio de
miel y anacronismo. Quizá quien escriba participa de ese espíritu crítico
acompañante del período aludido por Salles, de igual signado por el mismo
cinismo, pero ya no puedo con los caramelos liricoides de quien otrora
pergeñábase como una de las grandes firmas autorales de la pantalla austral,
mas a la fecha triste sombra ya fue.
Subiela, suerte distinta a
cualquiera vaticinada, degeneró en un cine pletórico de existencialismo de
cartón, espiritualismo coélhico, enfatización, subrayado, sermoneo, didactismo,
melodrama a propulsión a chorro. Destonificado y carente de entidad narrativa,
por norma. Pareciera que sus películas, en vez de ello, son la yuxtaposición de
viñetas a cierto amago de idea central; o sea y dicho en otras palabras, una argamasa de presuntos raptus o relámpagos
de luz, pegados a como de lugar, sin cemento ni sementera. Esperma al viento
sin probabilidad de fecundar en la memoria.
No mires para abajo, didáctica como ninguna, deviene autogestionada lección erótica, donde
Eliseo copia lo peor de sí mismo. Arranca su filme citando a Bretón: “Como
ocurre siempre en las épocas en que socialmente la vida no vale nada, es
preciso saber ver por medio de los ojos de Eros. En el tiempo que está por
llegar, a Eros incumbe restablecer el equilibrio roto en provecho de la
muerte”. Después de semejante entrada, conociendo lo serio que se toma sus
dichos este director, habrá que sujetarse para no correr: en el cursillo de
educación sexual en el cual convierte al largometraje -dedicado por escrito y
todo a sus propios hijos, reconozcámosle el valor-, la sublimación de la
oriental deontología amatoria del Tao llegará más allá de Pekín, de forma
literal.
La cuestión de la joven Elvira
es que su contraparte masculina no alcance el orgasmo, pero menos en aras de
prolongar el goce que con el fin de que el jovencito pueda emprender la inédita
suerte de geografía turística propuesta aquí. A medida que el muchacho vaya
incrementando el número de penetraciones, viajará mentalmente a todas las
ciudades visitadas por la imposible chiquilla, recorrerá sus calles y hasta el
puesto donde ella compró butifarras en Sevilla. La meta de 81 arremetidas sin
eyacular, al principio dada por inalcanzable, pronto será destrozada por el
amante (no menguante, esto no es Almodóvar aunque tenga su poco).
El listón coital no solo se
elevará en territorio del tradicional samaritano; no, la nena, nada que ver con
la de Francella, le mostrará a su sonámbulo Eloy todo el repertorio del
Kamasutra desde su posición de sacerdotisa sabelotodo sexual. Pero Eliseo
adereza la clase -no podía suceder lo contrario, y esto es lo que a la larga
descuartiza la lección de anatomía-, con surrealismo, magia, versitos, frases
hechas, muertos vivos frente al cementerio, fantasmas paternales y la altisonancia
tremendista sello de la casa. Además, disfruten la subielada, le encasqueta
nombres a los atributos sexuales: al del rubito, Marlon (¿tendrá alguna
relación con el protagonista de El último
tango en París?; el vínculo sería algo forzado más allá de la analogía
supuesta por pareja-cama, pero con el argentino todo vale); al de la chica,
Adoratriz. Tan difícil de digerir como su previa El resultado del amor
(2007), esta pieza del creador de Hombre
mirando al sudeste y El lado oscuro
del corazón halla en la actriz Antonella Costa -quien logra la real hazaña
de conferirle un poco de color a este mentirocillo y ridículo manual pedagógico-
virtud primera; junto a los apartados técnicos, sobre todo el trabajo
fotográfico. Si pudo con su Elvira, la
Costa logrará cualquier cosa de ahora en más.
SUBIELA SIMPRE FUÉ ASÍ, MEZCA DE NADA CON NADA, esperando, con esa rara fórmula, ser algo. Su primera peli confundió, y confundió con que algo daba, pero luego todo quedó aclarado : es un charlatán.
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