En la
demografía psicológica de todas las celdas del cine carcelario cohabitan las
figuras del dolor, el miedo y el ojo avizor ante un qué vendrá inminente. El
golpe puede llegar en cualquier instante, hasta que el reo alcanza cierto
status de seguridad.
El joven
magrebí Malik Djebema (Tahar Rahim), personaje protagónico de Un profeta (premiada película francesa), transita la escala
evolutivo-jerárquica de la prisión, casi a desgano pero por necesidad
ineludible.
El novato,
quien no más llegar al penal es obligado por la facción corsa dominante a
asesinar a otro árabe, absorberá cual ostión todas las reglas de supervivencia
para mantenerse fijo sobre la dura roca.
En este espacio
cerrado de rostros torvos e intenciones ocultas, donde las posibilidades de
movimiento resultan escasas, habrá que rendir banderas, negociar, humillarse,
guerrear; cada acción a su momento, no hay otra para salir vivo. La historia de
ascensión de Malik aquí, pues, dependerá en mucho de voluntad y las mejores
dotes camaleónicas.
Jacques
Audiard, interesante director del panorama galo a quien han considerado sucesor
de Melville, Duvivier y Becker, efectúa un seguimiento modélico del curioso
personaje central -su antihéroe no responde a muchos patrones conocidos: árabe,
analfabeto, joven, noble e ingenuo hasta cierto punto, pero dotado del código
genético de las cucarachas para sobrevivir, encarna el anuncio de un nuevo tipo
de gangster, al decir del realizador-, como parte de un no menos certero
retrato de grupo, dentro de este microcosmos cuyas imágenes evocan a cada
minuto la asfixia del entorno.
Aunque el mismo
realizador está de acuerdo en que el sistema penitenciario de su país es
conocido como “la vergüenza de la nación”, Un profeta -a diferencia de la
española de tema análogo Celda 211- tira menos el carro hacia proclividades
denunciatorias en torno a la situación interna de las instituciones que al
interés de testimoniar las mutaciones experimentadas en las cárceles francesas
en tanto espejos de una sociedad cambiante y sumida en un proceso de
transformaciones étnicas, religiosas, lingüísticas, éticas.
No existió
hasta ésta, obra alguna del cine de prisiones (en realidad sería reductor
sembrarla solo en dicha parcela, pues sus intenciones la abren igual a los
aires del más objetivo drama social) que con tamaña habilidad participase de la
exposición del inmenso tejido de corrupción verificable hoy tras el vínculo de
las mafias de afuera y de adentro del penal. Ni las más osadas dentro del
panorama EUA, cuna y base de expansión del subgénero.
Ante el
desconcierto despertado en muchos por su película, le preguntaron a
Audiard si Un profeta es un modelo de cine carcelario o una subversión de ese género, a lo
cual contestó: “Tengan en cuenta que yo hago cine en Francia, y en
Francia no existe la misma tradición de cine carcelario que en Estados Unidos.
No puedo subvertir un género que no existe en mi país. Pero sí creo que es una
obra subversiva, porque se trata de la primera película francesa en la que unos
árabes desempeñan un papel positivo, no se trata de terroristas ni de
integristas”.
Le inquirieron además
que como Un profeta ha sido comparada con El padrino y Uno de
los nuestros, y de él suele decirse que hace un cine de regusto estadounidense,
si se sentía molesto por ello. Respondió entonces el cada vez más prometedor
Jacques: “Mi formación fílmica transcurrió entre el 1968 y 1980, y en
esa época el cine independiente americano era fantástico. Tengo una deuda, sí,
pero recordemos que directores como Scorsese y Coppola estuvieron muy
influenciados por el cine europeo y asiático de los años 60. No estoy de
acuerdo con que actualmente uno no pueda hacer cine de género sin que se le
compare con referentes estadounidenses. A mí el cine americano actual no me
interesa en absoluto”.
No más ver su
película, enseguida el espectador se dará cuenta.
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