Una historia de amor y disyuntivas,
de situaciones que tercian para propiciar lo primero y aliviar lo segundo. Parecería
un juego de palabras destinado a cualquier spot publicitario, pero de eso va Personal Belongings, película pequeña,
sencilla, límpida; de carne y sentimientos, habitada por dos personajes
centrales obsedidos por fantasmas y precisados de yunques que los fijen a
tierra ante el bamboleo tormentoso de sus circunstancias.
Traza el filme (Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Pobre) un relato
contenido e interesante, al cual no solo lo sostiene la ternura que lo irriga o
la interpretación de los protagónicos Caleb Casas y Heidi García, sino además
ciertos brotes de humor que policromizan un paisaje argumental donde el agobio
y la desazón no son meros elementos de ambiente, sino definitorios de la
psicología de los personajes.
Ernesto (Caleb Casas) es un
joven decidido a emigrar del país, quien visita constantemente embajadas junto
a un grupo de amigos interesado en lo mismo, recitándole parlamentos
conmovedores a los funcionarios de las misiones, sin suerte aparente. Su exceso
de opresiones (la madre muerta de forma prematura, un padre al que culpa por el
hecho, su negativa a ejercer el título…) lo conduce a refugiarse en su automóvil,
parqueado recurrente —y nada gratuitamente— al frente de la costa: el mar no
solo marca líneas divisorias o la frontera entre su realidad y su sueño, sino
además la soledad del personaje. Desde este carro, representación de la
fortaleza inextricable donde pretende resguardarse, defenderá la intención de
esquivar cualquier potencial lazo afectivo o emocional que lo pudiera sujetar
aquí y poner en peligro su partida.
Ana (Heidi García), harta de desilusiones, no
quiere volver a enamorarse ni —al contrario de Ernesto— le interesa nada
relacionado con abandonar su país. A la busca de cierto examen físico requerido
en los trámites migratorios, Ernesto acude al hospital donde ella, quien ejerce
de doctora allí, lo atenderá.
Durante la ocasión se
produce sustancioso cruce de diálogos entre los jóvenes que habla tanto, en tan
pocos instantes, sobre el tiempo perdido y los esfuerzos sin sentido librados a
través de la vida, como el más exhaustivo tratado existencial. Ya esas palabras
comienzan a unirlos sin saberlo aun. A partir de dicho encuentro surge una
relación que bascula del platónico tramo inicial al retardado pero por ambos
deseado momento carnal; de la asepsia sentimental (entre los dos así pactada,
para no comprometer sus sentimientos) a algo mucho mayor que ninguno quiso pero
que, saben o intuyen, no podrán eludir.
Ana enfoca esta peculiar
unión entreviendo la clave de la felicidad desde la filosofía arcaica de no
pedir nada. En el camino, en cambio, entrega cuanto tiene para que Ernesto
logre su objetivo, incluso a pesar mismo de la muchacha, quien diverge de él en
su óptica en torno a «la maldita circunstancia» del viaje.
El director Alejandro Brugués aprovechó bien tal
disparidad de criterios para puntear los rasgos de este dibujo de la dicotomía
de pensar en torno a un tema que divide a algún segmento de la juventud cubana,
subrayando con precisión el dilema entre el irse y quedarse de muchos
inmigrantes; y lo hace, creo, de forma honesta, despojado de moralina y
retoricismo, y sin cargar las tintas en las razones de cada quien. Al creador,
mucho más que las ideologías, le ocupan los comportamientos y reacciones humanas.
Su mérito mayor estriba en representar con sencillez —pero sin superficialidad—
un asunto tan complejo, y haber
convertido una pequeña historia de la vida cotidiana en esta hermosa ficción compartible.
Pero, por arriba de todo, en
lo personal lo que más prende de Personal
Belongings es la definición de este romance, el delineado conductual de los
amantes, las escenas de fuerte contenido emocional que los actores y el guión
sanan de toda infección sentimentaloide. Hacía años que el cine cubano no veía
nacer un amor tan bonito (la palabra puede sonar pueril, de doble lectura o
roma incluso a fines críticos, pero la asumo en su acepción más sencilla y
noble). Ana y Ernesto nos conmueven y destrozan, nos estremecen y mortifican…,
logran que los comprendamos y amemos, con todas sus imperfecciones, también con
todos los rasgos de entrega y nobleza que los identifican.
Caleb Casas logró zafarse
aquí de su narcisismo congénito al componer este personaje, y consigue momentos
de impresionante intensidad en la actuación. Alabanzas extras amerita Heidi García,
artista plástica en verdad y no actriz profesional, que bien pudiera llevar a
dos manos ambas carreras tras su exquisito trabajo en Personal Belongings.
Las historias secundarias a
la narración principal de los personajes que vagan en su inacabable tournée
diplomática aportan el líquido desdramatizador o descondensatorio al torrente
sanguíneo del filme, si bien al personaje de Osvaldo Doimeadiós pudo
extraérsele muchísimo más, dada la genialidad humorística del intérprete.
Pese a cuanto me agradó el
debut de Brugués en la dirección (fue el guionista de las estimables Frutas en el café y Tres veces dos —uno de sus cuentos—, así como de la impasable Bailando Cha Cha Chá), no sería objetiva
esta reseña de no constatar la endeblez de alguna solución narrativa del filme:
la principal, el «ingenioso» lance de la foto doblada descubierta por Ana, que
descubre la identidad del padre de Ernesto. Esto hiede a folletín de los ´40 mutado con comedia
sentimental americana de la peorcilla.
El recital explicativo que
le da en este momento el hombre, jefe de Ana en el hospital, es deplorable en
términos dramáticos y de diálogo. Al punto de que a un buen actor como Rubén
Breña se le atraviesa en la Nuez
de Adán, y de ahí no le sale.
Por otro lado, la concepción
del personaje homosexual amigo de Ana resulta demasiado estereotipada; lo que
pudo ser el elemento humano esencial para el desdoble de sinceridad emocional
de la protagonista femenina se convierte en baratija argumental para robarle al
espectador tres o cuatro sonrisas ocasionales.
Deslices semejantes a un
lado, el debut del director argentino—boliviano—cubano graduado de nuestra
Escuela de Cine de San Antonio de los Baños (cuyos compañeros de la institución lo apoyaron en esta largamente acariciada cinta
de bajo presupuesto de Producciones 5ta Avenida, por ellos integrada) constituyó
en su momento una grata sorpresa, otro saludable brote de verdura en la vid de
la pantalla hecha por jóvenes creadores.
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