Hace muchos años ya no es el
México lindo y bonito de la canción. El narcotráfico, la corrupción total y el
irrespeto absoluto a la vida humana mutaron la faz de una nación que vive en
duelo permanente la muerte de sus hijos. La droga reclamada por el norte voraz
sumió en un desastre lisérgico de lapidación a infelices en busca de dinero
fácil, convertidos en sicarios de los carteles. La “narcoguerra” iniciada por
Felipe Calderón hacia 2006, más que aliviar la situación cuanto ha hecho es
provocar un saldo de 100 mil muertos. El país representa herida sangrante de
Latinoamérica, cuyo nuevo registro luctuoso seguimos cada mañana en La Jornada u otros medios
locales.
Aunque no al volumen demandado
por fenómeno de tamaña magnitud, afortunadamente una hornada de cineastas de
distintas generaciones -la mayoría jóvenes-, prendió el obturador de sus
cámaras para atestiguar para la posteridad el paisaje cotidiano de la
desolación. Películas como Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011); Heli (Amat
Escalante, Palma de Oro al Mejor Director en Cannes 2013) o El infierno (Luis
Estrada, 2010) dan buena cuenta de ello.
Este último filme revista
significado cardinal al pretenderse cualquier acercamiento objetivo a la
realidad mexicana. Una de las grandes injusticias de la crítica cinematográfica
actual consiste en no haberle concedido a su realizador, Luis Estrada, el lugar
que tiene dentro de la pantalla latinoamericana. El infierno cierra de forma magistral
esa trilogía social suya integrada además por la extraordinaria La ley de
Herodes (2009) y la mucho menos consistente pero nunca despreciable Un mundo
maravilloso (2006).
Estrada, entre mis autores
preferidos de la pantalla mexicana, no solo figura dentro de los más sólidos
exponentes del cine social del continente, sino además resulta uno de los más
capacitados para ventilar las peores lacras de su país bajo el signo genérico
de la comedia negra, lo cual en esencia es El infierno -aunque por supuesto
dicho molde sucumba en partes del metraje al más descarnado drama.
Retornado de EUA a su país tras
veinte años de ausencia, Benny (Damián Alcázar, actor insustituible de la
citada trilogía), llega a su pueblito de San Miguel Narcángel y casi no se reconoce
en un México-otro donde las puertas de oportunidad laboral se cerraron,
cambiaron costumbres e incluso imaginario, y solo queda abierto un dudoso
resquicio de seguir viviendo a la vera del narco. Cuando no existen las
oportunidades, el demonio tienta.
El guion de Estrada y Jaime
Sampietro, el cual no cree en nadie ni se cohíbe al impugnar a los sectores
políticos y clericales, aprecia el vía crucis de este hombre y la suerte de
dicho pueblo como metáforas del destino compartido por el proyecto colectivo de
un país en pleno estado de implosión.
Amargo por verista, crudo por
realista, violento por fiel al escenario observado, dicho libro cinematográfico
no representa únicamente modelo de escritura fílmica atenta a las coordenadas
de una época; también deviene ejemplo de cómo resolver en pantalla ese binomio
esencial desatendido por mucho cine contemporáneo: causa-efecto; y, de igual
modo, paradigma de cómo saber mantener el ritmo.
La película no se desentiende de
nada, no deja un cabo suelto, no siluetea sino remarca lo que imprescindible
fuere. Tampoco pierde fuelle a ninguna altura del relato. Su fluencia es digna
de estudiarse en las escuelas de cine.
Operística, guignolesca,
farsesca, catártica, irónica, sarcástica, taxonómica, tomográfica, explosiva, El
infierno constituye no solo obra básica de la pantalla latinoamericana, sino
además pieza de fuste a rango mundial, cuya limpieza ideológica la tiende a
emparentar con las aquí en fecha reciente comentadas Snowpiercer (Bong
Jong-hoo, 2013) y Metro Manila (Sean Ellis, 2013).
Solo lastra al filme
la zona de la resolución, de manera especial el tarantinesco giro punitivo
emprendido por Benny al filo del cierre. Estrada no debió llegar a ese punto,
porque no lo necesitaba; su filme requería terminar antes. De contenerse,
hubiera parteado una obra maestra. No obstante, con dicho rabo y todo, El
infierno sigue siendo magnífica.
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