Pese a sus no pocos
detractores, de esos quienes ladran a todo cuanto cabalga, el serbio Emir
Kusturica (Sarajevo, 1954) es un grande del cine contemporáneo; no solo en
razón de su León de Oro en Venecia ´81 (¿Te acuerdas de Dolly Bell?); las dos
Palmas de Oro agenciadas en Cannes ´84 y ´95 (Papá está en viaje de negocios y
Underground, respectivamente); u otros títulos de relevancia. Fundo la
aseveración, sobre todo, en que este señor, uno de los más grandes chivadores
con numen de la pantalla contemporánea -a lo von Trier, Kitano y una pandilla
no muy gruesa-, ha conseguido lo que pocos creadores fílmicos: configurar un
mundo propio, repleto de marcas autorales, sellado con el orín identitario de
ese su territorio mítico machihembrado de forma inexorable al grotesco, la
coña, lo bufo, el barroquismo, el libre arbitrio narrativo; a metafóricas
indagaciones étnico-culturales o la exposición del escarriado color de los
Balcanes, a singular -por poético o destemplado- lenguaje henchido al viento de
un realismo mágico a veces en fase de
destonalización a causa de las propias circunstancias redargutivas del relato,
bichos raros, gallinas, vacas, danzas, viejas tetonas…, instancias múltiples,
sin embargo, de una obra parabólica sobre pathos, arcos de vida y fe de los
pueblos de la ex Yugoslavia e incluso Europa toda.
Pero Kusturica llegó, con el
tiempo, las águilas y el mar, a un punto muerto o estación de no retorno (al
parecer, ojalá me equivoque) en su obra, cuya desconflautación de objetivos más
evidente vendría a ser Prométeme (2007), puro desmadre slapstick con el cual
uno goza a mares -no engaño a nadie: reí bastante, y sus actores están de
perlas casi todos: los personajes del abuelo y nieto son turrón de Alicante-,
pero que acusa la autofagia más indecorosa de un artista para con su obra, más
lastimosa a causa de la ausencia de sentido de dicha explosión referencial en clave
naive.
Emir, en su lado Hyde bobo,
se baja de la manga una película convertida a voluntad en pueril “cadáver
exquisito” de las zonas más rancias de su filmografía. Estereotipo, reiteración
y más bulla que un animado del Pájaro Loco tirotean esta comedia que a lo mejor
intentó ser algo así como un homenaje al cine cómico de los pioneros ligado con
una suerte de metaescritura-paradigma del desparpajo de autor en la cúspide del
“me tiene sin cuidado”, mas quedó en mera caricatura, comic deformado hecho durante
la sobrevivida del náufrago añorante de tablas perdidas en olas ya lejanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario