domingo, 30 de noviembre de 2014

Capitanes de Abril


A 500 años de expansión colonial, crimen y pillaje en ultramar; a un país anquilosado; en fin a un régimen político fascistoide en bancarrota moral, iba a poner punto final la operación que comenzó en Portugal durante la madrugada del 25 de abril de 1974, bajo la organización de un grupo de valerosos y progresistas oficiales del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), o de los Capitanes, en lo que constituiría el inicio de una auténtica revolución popular. La acción armada, no sangrienta pero victoriosa, se planificó para cumplirse en tres semanas, mas solamente demoró un día, gracias al apoyo de las masas populares al pronunciamiento militar contra la dictadura filosalarazista de Marcelo Caetano. Fue aquella un revolución poética no solo por la identificación con los claveles, la flor primaveral predilecta de los portugueses, sino por el halo romántico, mágico que envolvió su génesis y desarrollo. Significaba, al tiempo que un réquiem por un imperio putrefacto, un vítor fortísimo a la ilusión, los sueños y la fe.  La de Abril fue una revolución que barrió de ayer y aireó de mañana a un pueblo reacio a perder la capacidad de creer.

  María de Medeiros vivía en Austria cuando su natal Lisboa reventaba de alegría ante el advenimiento de la Revolución de los Claveles. Ese día vio a sus padres completamente felices al despertar, con esa misma dicha especial con que la gente de su generación  conserva el recuerdo del suceso. A sus padres, sus amigos, su hija y su país dedica la realizadora portuguesa esta Capitanes de Abril, cuyo guión también coescribiera junto a Eve Deboise. La Medeiros muestra interés en la captación de las vibraciones emocionales que sacudieron a una hornada de jóvenes tan idealista cuanto que profunda. Se convierte en testigo del fervor, el candor, las quimeras hechas y contrahechas de sus personajes, sin soslayar tampoco el decurso de las circunstancias históricas, en tanto la cinta no pierde la brújula -tal cual la misma realizadora defiende- de narrar decididamente la revolución desde la perspectiva militar.  De válida manera, el guión asistido por el “capitán de abril” Carlos Matos y nutrido de los textos de su compañero de filas Salgueiro Maia (convertido en el personaje central del filme, que encarna el italiano Stefano Acorsi) incorpora elementos de ficción  (un ejemplo, la relación de Antonia y Manuel o de la criada y el joven soldado) para que la narración pulsase el sentimiento y las contradicciones sociales y humanas de la población, una de las bases genésicas de la acción militar.
  Pese a que la historia, cine al fin, confiere preeminencia casi total a Maia y silencia nombres y momentos importantes de la Revolución, la reconstrucción histórica no abandona el césped de la seriedad en una película de solvente factura, correcta en su convencionalidad, aunque carente en toda hora de esos raptus creativo que otorgan personalidad artística a una obra fílmica, y por lógica a su realizador. A  la como actriz insufrible María de Medeiros -recuérdese su morbo enfermizo en Huevos de oro, de Bigas Luna, o Henry and June, de Philip Kauffman)- aun le falta hallar su propia caligrafía cinemática, ardor, compulsión, destellos. Sin embargo, la segunda película que conduce (no la primera, como internacionalmente se ha promocionado erróneamente:  su opera prima fue O morte do príncipe, de 1991) seguramente no abrirá senderos en el género, pero transita los ya implantados con soltura y una frugal opción narrativa que bien le sienta.  Es bastante, por lo pronto, para ser prácticamente una debutante en la realización.

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