Con un desasosegante picado que escudriña la tumba recién tapada de una niña y la posterior imagen del amigo de la pequeña alejándose de ese entierro en el cual él fue el único testigo, finaliza el décimocuarto y último segmento narrativo de la perturbadora película alemana Camino de la Cruz, una de las rarezas del panorama europeo durante 2014, que diera lugar a interpretaciones de diverso signo a lo largo del planeta.
El largometraje del realizador Dietrich Brüggemann es una
reproducción a escala del Via Crucis de Jesucristo, desde la peripecia de una
niña germana criada al calor de férrea doctrina religiosa y los dictados de una
madre de inexpugnables e invariables atalayas morales, las cuales no modifican
su posición ni aun después de muerta su hija.
Estructurada en catorce magníficos planos- secuencia
estáticos que recrean desde la Última Cena (esto es el primer cuadro del
sacerdote con los seminaristas) hasta la crucifixión en el Gólgota (el suicidio
por inanición de la adolescente), la obra sigue la odisea de María, chiquilla
empeñada en tomar sin desvíos sendero de sacrificio absoluto, en pos de ulterior
bien redentor: la cura de su pequeño hermano de cuatro años, al parecer afectado
de autismo.
Aunque ancle en el mencionado motivo esencial del Nuevo
Testamento y el personaje protagónico sea esta chiquilla dominada por fervores
tales, más que una película sobre la fe de la doctrina o una crítica a las
creencias de ningún sistema teológico, Camino
de la Cruz
obedece o halla puntos de concatenación con la idea de confundir el sentido del
sacrificio por parte de algunos seres humanos. María ofrenda su vida para
revertir el mutismo de su hermano, ni siquiera para preservar la existencia del
pequeño; de manera que el espectador tiende a preguntarse: ¿cuál fue el motivo
de la autoanulación¿
Por otro lado, la actitud de María presupone mayúsculo
contrasentido, en tanto alguien asido a tamaña devoción conoce a la perfección
que el suicidio va contra la primera regla de la religión.
Podría estar hablando el director Brüggemann aquí de la
irracionalidad de ciertos actos cometidos al amparo de determinada fuerza mayor
del juicio personal. Podría… En cualquier caso los planos de lectura abrazan la
más rica polisemia, de acuerdo con las percepciones religiosas, culturales,
éticas, ontológicas del narratario. Filme harto difícil de digerir, con
independencia de su inobjetable factura y su exquisitez técnica, es factible de
hallar niveles de interpretación diferentes por cuantos receptores fuere
apreciado.
Asimilador del ascetismo crispante y la opresión tonal de un
Michael Haneke - acaso la influencia más acusada de la obra-, el filme corta el
aliento durante su recta conclusiva, recta cuando el verbo machacador esa madre
que remarca su doctrina vital a la hora de decidirse por el ataúd de María
remite al agobiante modelo paterno de una obra excepcional como La cinta blanca, del mencionado
realizador.
Acierto formal de Camino
de la Cruz,
a todo lo largo del metraje, es su decisión formal de prescindir de cortes o
planos de recurso durante la conformación de esos catorce soberbios
planos-secuencias, donde la cámara cobra humanidad y parece activarse en sujeto
mudo del calvario de los hombres, sus dudas, dolores e incertidumbres eternas. Las
palmas para el cuadro interpretativo íntegro del largometraje, y en especial
para la adolescente Lea van Acken en el papel del personaje central de María.
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