Ya Chaplin dejaba sentado que
entre las funciones de la pantalla no figura justamente la de aburrir al
espectador, y la en tal premisa contraria al axioma, El viajero inmóvil (2008), de Tomás Piard, no solo desestimaba el
aserto a rajatabla, sino que se erigía en compendio increíble de todo cuanto un
realizador no debe hacer al plantearse una puesta en escena, por muy a ultranza
“indefinida” que añorase ser. La
indefinición del filme venía muchísimo menos por una presunta identidad con
emblemas posmodernos o por el deseo, ex profeso, de parecerlo, tanto como
porque el creador de Ecos en realidad nunca tuvo bien en claro que se traía
entre manos.
domingo, 19 de julio de 2015
viernes, 17 de julio de 2015
La ciudad
Ya Chaplin dejaba sentado que
entre las funciones de la pantalla no figura justamente la de aburrir al
espectador, y la en tal premisa contraria al axioma, El viajero inmóvil (2008), de Tomás Piard, no solo desestimaba el
aserto a rajatabla, sino que se erigía en compendio increíble de todo lo que un
realizador no debe hacer al plantearse una puesta en escena, por muy a ultranza
“indefinida” que añorase ser. La
indefinición del filme venía muchísimo menos por una presunta identidad con
emblemas posmodernos o por el deseo, ex profeso, de parecerlo, sino porque el
creador de Ecos en realidad nunca tuvo bien en claro que se traía entre manos.
Lo más doloroso es que la excusa para este desmadre vendría a fundarse casi por
irónico conducto de redargución justificativa-en tanto homenaje a la gran
deidad de nuestro panteón creativo se suponía fuese-, en el mismísimo sino
deconstructor de la poética de José Lezama Lima, en su manera de esquirlar los
tópicos y lugares comunes del espacio literario insular, en su presunto
hermetismo, su visión oblicua y sensorial,
y ese teatro en tercera dimensión de asociaciones, interconexiones,
sueños y pesadillas que era su mente. Empero, la asunción de dichas cualidades
humanas y no otras operan en el filme como sinécdoque arbitraria que toma esas,
entre las disímiles luces identitarias del autor, como parte totalizadora del todo suyo que de veras cree estampar,
aunque cuando el Lezama completo de carne y hueso, aquel monstruo de la
escritura asmático, gordo, homosexual, mecenas, aperturista, sensible, tierno,
ríspido, ermitaño…fue mucho más que eso.
sábado, 4 de julio de 2015
El destino de Júpiter
Más allá de
su apabullante casquería digital, ese espectacular sentido de los efectos
visuales y su ADN de blockbuster realizado a un costo de 175 millones de
dólares, solo permisible hoy día en Hollywood a franquicias probadas en
taquilla (Transformers, Fast and Furious…) o a excepciones
contadísimas como la concedida a quienes fraguaron la trilogía The Matrix, cuanto están filmando a la
larga los hermanos Wachowski en su abigarrada epopeya futurista El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) es una aventura
romántica de las de toda la vida, cuyo presunto toque interclasista a lo
Cenicienta queda (semi) neutralizado desde el momento cuando sabemos que a Su
Majestad la reina Mila Kunis le va más lo de ser plebeya, tanto como lo es de
planta su querido y musculoso Channing Tatum. Y a la larga la limpiadora de
retretes con genes rusos y el semilobo alienígena de botas aladas habrán de
entregarse a un desenfreno de mordiscos de pasión, cual anticipan las miradas
furtivas lanzadas desde bien temprano en la space-opera
por la de las cejas pobladas. Si el lobo no destroza esas cejas bien bobo
sería.