Fieles a un estilo de cine anclado a la realidad, documento
vital de desgarradoras peripecias humanas, los hermanos belgas Luc y
Jean-Pierre Dardenne lograron con su
obra un certero abordaje de la pobreza suscitada en el presuntamente
boyante capitalismo europeo-occidental como consecuencia de la reconversión
industrial y la pérdida de puestos laborales acaecida entre 1975-1990, cuando
aun no había 15-M ni operaciones “de rescate”; o sea mucho antes de la actual
crisis financiera.
Paradigmas del cine de autor regional, los Dardenne se
encargan de exponer lo anterior en imágenes, a puro cine y completamente
despojados de trazas panfletarias o descargas de izquierda envueltas en nitrato
de plata. Nada más lejos del dogma o lo maniqueo que los opus cuasi perfectos de estos tan
incisivos como sensibles señores, quienes configuran una poética de la
desolación que sobrecoge por la sorprendente intensidad desprendida de su faz
minimalista y su formato documental.
Gran Premio del Jurado en Cannes (donde antes recibieran dos
Palmas de Oro merced a Rosetta, 1999; y El niño, 2005), El niño de la bicicleta
(2011) retoma muchas de las constantes del binomio creador de Lieja: de centro
espacial la venida a menos ciudad siderúrgica de Seraing, infantes, conflictos
paterno-filiales, fuertes personalidades en busca permanente tanto de sí mismas
como de un algo que puede superarlas para a la postre desvelar su verdadera
debilidad, dramas humanos enhebrados a circunstancias sociales capaces de
condicionarlos (en este caso, la desprotección infantil, el abandono paterno,
la falta de oportunidades, el desempleo y la delincuencia juvenil impulsan las
acciones de Cyril, el rebelde chiquillo de once años personaje central del
filme).
Cyril (Thomas Doret, pequeño no-actor seleccionado en
casting masivo) es un chico de quien su económicamente atormentado y joven
padre abjura. La peluquera Samantha (Cecile de France), uno de esos ángeles que
aun pueblan la Tierra,
quien lo conoce por obra de la casualidad, se encarga de devolverle la
bicicleta vendida por su progenitor y adoptarlo del centro de acogida. El
muchacho es tozudo, de temperamento muy fuerte y sufre el dolor del rechazo
paterno. Pese a la bondad de su protectora, es captado por un traficante
juvenil, quien lo incita a cometer violento asalto contra dos personas.
Lo que pasará a partir de aquí, incluido el magnífico e
incomprendido final del filme -que si no lo resignifica, al menos le infunde
esa energía o esa fe en el devenir quizá echado en falta por determinado
receptor a lo largo del metraje- será una historia de redención, donde a la
larga habrá mucho menos pesimismo que en el resto de la filmografía dardenniana
precedente e incluso ganará inusitado espesor dramático el candor de cuento de
hadas que, a diferencia de Eric Toledano y Olivier Nachake en Intocables y cual
Aki Kaurismäki en Le Havre, Luc y Jean Pierre no emplean cual suerte de
mecanismo evaporador de la verdad sino en tanto resorte propositivo hacia la
certeza del cambio a partir del crecimiento humano. Incluso en las peores
circunstancias.
El niño de la bicicleta -esta resulta su mayor virtud-,
supone lección de concisión narrativa, capacidad de síntesis, credibilidad
dramática, ausencia de sentimentalismo, fluencia cinematográfica y sobre todo
esa -harto complicada de conseguir- sencillez en estado virginal solo granjeada
por los verdaderos maestros de la pantalla. El celuloide en tanto espejo de la
vida, invisibilidad de la puesta en escena, desnudez de un planteamiento puro
despoblado de artificios: logros mayúsculos del imprescindible dúo del séptimo
arte contemporáneo.
Abiertos, propensos al diálogo, optimistas, polícromos y
musicales como escasas veces en su carrera, los creadores de La promesa y El
hijo consiguen con esta extraordinaria fábula social -la cual no se parece pese
a obvios vasos comunicantes ni a las de Ken Loach, Mike Leigh, Robert
Guédiguian, Fernando León de Aranoa, ni a las de ningún otro practicante de
este tipo de cine-, un filme mágico en su simplicidad; emotivo en su claridad;
cristiano en su apuesta hacia el Bien, la responsabilidad y el valor del amor
familiar; luminoso en su retrato del dolor con cámara incapaz de escamotearle
la esperanza al ominoso foco tomado por su lente.
El filme es exhibido en la Semana de Cine Belga en Cuba.
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