sábado, 14 de noviembre de 2015

Gran obra de los Dardenne en Semana de Cine Belga



Fieles a un estilo de cine anclado a la realidad, documento vital de desgarradoras peripecias humanas, los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne lograron con su obra un certero abordaje de la pobreza suscitada en el presuntamente boyante capitalismo europeo-occidental como consecuencia de la reconversión industrial y la pérdida de puestos laborales acaecida entre 1975-1990, cuando aun no había 15-M ni operaciones “de rescate”; o sea mucho antes de la actual crisis financiera.

Paradigmas del cine de autor regional, los Dardenne se encargan de exponer lo anterior en imágenes, a puro cine y completamente despojados de trazas panfletarias o descargas de izquierda envueltas en nitrato de plata. Nada más lejos del dogma o lo maniqueo que los opus cuasi perfectos de estos tan incisivos como sensibles señores, quienes configuran una poética de la desolación que sobrecoge por la sorprendente intensidad desprendida de su faz minimalista y su formato documental.
Gran Premio del Jurado en Cannes (donde antes recibieran dos Palmas de Oro merced a Rosetta, 1999; y El niño, 2005), El niño de la bicicleta (2011) retoma muchas de las constantes del binomio creador de Lieja: de centro espacial la venida a menos ciudad siderúrgica de Seraing, infantes, conflictos paterno-filiales, fuertes personalidades en busca permanente tanto de sí mismas como de un algo que puede superarlas para a la postre desvelar su verdadera debilidad, dramas humanos enhebrados a circunstancias sociales capaces de condicionarlos (en este caso, la desprotección infantil, el abandono paterno, la falta de oportunidades, el desempleo y la delincuencia juvenil impulsan las acciones de Cyril, el rebelde chiquillo de once años personaje central del filme).
Cyril (Thomas Doret, pequeño no-actor seleccionado en casting masivo) es un chico de quien su económicamente atormentado y joven padre abjura. La peluquera Samantha (Cecile de France), uno de esos ángeles que aun pueblan la Tierra, quien lo conoce por obra de la casualidad, se encarga de devolverle la bicicleta vendida por su progenitor y adoptarlo del centro de acogida. El muchacho es tozudo, de temperamento muy fuerte y sufre el dolor del rechazo paterno. Pese a la bondad de su protectora, es captado por un traficante juvenil, quien lo incita a cometer violento asalto contra dos personas.
Lo que pasará a partir de aquí, incluido el magnífico e incomprendido final del filme -que si no lo resignifica, al menos le infunde esa energía o esa fe en el devenir quizá echado en falta por determinado receptor a lo largo del metraje- será una historia de redención, donde a la larga habrá mucho menos pesimismo que en el resto de la filmografía dardenniana precedente e incluso ganará inusitado espesor dramático el candor de cuento de hadas que, a diferencia de Eric Toledano y Olivier Nachake en Intocables y cual Aki Kaurismäki en Le Havre, Luc y Jean Pierre no emplean cual suerte de mecanismo evaporador de la verdad sino en tanto resorte propositivo hacia la certeza del cambio a partir del crecimiento humano. Incluso en las peores circunstancias.
El niño de la bicicleta -esta resulta su mayor virtud-, supone lección de concisión narrativa, capacidad de síntesis, credibilidad dramática, ausencia de sentimentalismo, fluencia cinematográfica y sobre todo esa -harto complicada de conseguir- sencillez en estado virginal solo granjeada por los verdaderos maestros de la pantalla. El celuloide en tanto espejo de la vida, invisibilidad de la puesta en escena, desnudez de un planteamiento puro despoblado de artificios: logros mayúsculos del imprescindible dúo del séptimo arte contemporáneo.
Abiertos, propensos al diálogo, optimistas, polícromos y musicales como escasas veces en su carrera, los creadores de La promesa y El hijo consiguen con esta extraordinaria fábula social -la cual no se parece pese a obvios vasos comunicantes ni a las de Ken Loach, Mike Leigh, Robert Guédiguian, Fernando León de Aranoa, ni a las de ningún otro practicante de este tipo de cine-, un filme mágico en su simplicidad; emotivo en su claridad; cristiano en su apuesta hacia el Bien, la responsabilidad y el valor del amor familiar; luminoso en su retrato del dolor con cámara incapaz de escamotearle la esperanza al ominoso foco tomado por su lente.
El filme es exhibido en la Semana de Cine Belga en Cuba.

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