Aunque sin similar masa
cuántica, pero a la manera del western, el gangsteril, la comedia o el musical,
el drama carcelario -cruza entre el noir,
el policial, el cine de acción y el melo- forma parte de la historia del cine,
de la esencia de Hollywood; e iconos, fotogramas y secuencias de sus piezas
claves jamás se desdibujarán, en tanto integran esa galería de “apariciones
adorables” proclamadas por Derrida.
martes, 30 de septiembre de 2014
La madriguera de Malamadre
Aunque sin similar masa
cuántica, pero a la manera del western, el gangsteril, la comedia o el musical,
el drama carcelario -cruza entre el noir,
el policial, el cine de acción y el melo- forma parte de la historia del cine,
de la esencia de Hollywood; e iconos, fotogramas y secuencias de sus piezas
claves jamás se desdibujarán, en tanto integran esa galería de “apariciones
adorables” proclamadas por Derrida.
La madriguera de Malamadre
Aunque sin similar masa
cuántica, pero a la manera del western, el gangsteril, la comedia o el musical,
el drama carcelario -cruza entre el noir,
el policial, el cine de acción y el melo- forma parte de la historia del cine,
de la esencia de Hollywood; e iconos, fotogramas y secuencias de sus piezas
claves jamás se desdibujarán, en tanto integran esa galería de “apariciones
adorables” proclamadas por Derrida.
La madriguera de Malamadre
Aunque sin similar masa
cuántica, pero a la manera del western, el gangsteril, la comedia o el musical,
el drama carcelario -cruza entre el noir,
el policial, el cine de acción y el melo- forma parte de la historia del cine,
de la esencia de Hollywood; e iconos, fotogramas y secuencias de sus piezas
claves jamás se desdibujarán, en tanto integran esa galería de “apariciones
adorables” proclamadas por Derrida.
La madriguera de Malamadre
Aunque sin similar masa
cuántica, pero a la manera del western, el gangsteril, la comedia o el musical,
el drama carcelario -cruza entre el noir,
el policial, el cine de acción y el melo- forma parte de la historia del cine,
de la esencia de Hollywood; e iconos, fotogramas y secuencias de sus piezas
claves jamás se desdibujarán, en tanto integran esa galería de “apariciones
adorables” proclamadas por Derrida.
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El último hombre: curioso western gangsteril de Walter Hill
Si en
1970 Robert Altman nos entregaba un oeste ¡invernal¡, y en 1992 Clint
Eastwood remodelaba el esquema
ético-iconográfico-etáreo del género, cuatro años más tarde Walter Hill,
considerado un maestro del western urbano, fabricó el que debe ser el primer
oeste gangsteril de la historia del
cine: El último hombre (Last man standing). La
película de Hill, coescrita por sí mismo, como suele hacer, e inspirada en una
idea de dos japoneses, y uno de ellos el señor Akira Kurosawa -hay una clara
referencia aquí a Yojimbo-, fusiona
el cine de capos con el del oeste, bajo parámetros narrativos que curiosamente
responden a ambos géneros, sin roces abruptos entre ellos.
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lunes, 29 de septiembre de 2014
Un Shyamalan 3D en la sala Patria
En su obra, M. Nigth
Shyamalan (Pondi-cherry, India, 1970) explicita marcas autorales, deja siempre
huellas enunciativas. Es el suyo un cine que trabaja con la sustracción factual
a lo largo del desarrollo narrativo del filme, en tanto elemento potenciador
del fortísimo efecto dramático generado por sus consabidos twists o golpes de timón finales iniciados desde El sexto sentido (1999). Cambios de
rumbo que aventuran sus películas hacia áreas resolutivas insospechadas, por
regla sorprendentes. Pero para llegar a esos
cierres habituales del realizador -que suelen resignificar sus películas- no
deben apurarse malos tragos baratos a lo largo de dos horas, sino en cambio
degustar un estilo cautivante de tomas largas, discurrir parsimonioso,
elaboradísimas y densas atmósferas de terror, modélicos climas de suspense.
Esto como opción estilística de relatos de concepción minimalista, habitados
por unos pocos pero interesantes seres sin mucha brújula, en busca de un lugar
y una razón en el mundo. Personajes rendidos casi siempre a la melancolía o el
desinterés vital, cuya delineación de un binarismo Bien-Mal de raigambre
filoreligiosa resulta por lo general pivote para ocasionales reconversiones
espirituales, cual sucedía en Señales
(2002).
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sábado, 27 de septiembre de 2014
Excelente drama iraní en la televisión nacional
Extenso plano-secuencia,
filmado según el planteo más contemporáneo del cine o la teleficción
occidentales, pone en movimiento la contundente maquinaria de ignición
dramática de Nader y Simin, una
separación (Asghar Farhadi, 2011), a exhibirse este domingo en el espacio televisivo Grandes éxitos de La Séptima Puerta. La pareja protagónica que da nombre al
filme -de treintitantos, apuesta, clase media, buen apartamento, auto moderno-
habla directa y frontalmente a un juez elidido en pantalla (verbalizan por ende
a cámara, al espectador) sobre su divorcio. Discuten, enarbolan puntos de
vista. Ella, en presunción, desea abandonar el país. Él no puede, porque debe
cuidar al viejo padre, enfermo de Alzheimer. Cada quien, sin embargo, se
reserva argumentos; oculta profundas verdades personales. Emergidas, o casi, a
su momento. Bien adelantado el relato, sabremos, en voz de la hija de ambos,
que Simin, por arriba de cualquier interés, anhela sobre todo un “por favor,
quédate junto a mí” del hombre a cuyo lado ha vivido por espacio de catorce
años; no obstante, este, aun queriéndola, es incapaz de decírselo. Somos así:
lo mismo sea en Irán, Singapur u Holguín. El director, en ningún caso, afinca
simpatías sobre una u otra criatura. Ni reconviene ni señala; limítase a
exponer. Será igual, en ambos ítems, durante la película toda: sometida la
historia a una lógica de suministración informativa progresiva, con arreglo al
interés expresivo de la escena o el perfilado psicológico de los mencionados
personajes; exenta de juicios morales o posicionamientos críticos sobre Nader y
Simin (partido deberá tomar, si acaso, el narratario) ni sobre otros dos nuevos
personajes quienes inundarán la escena al promediar el metraje.
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viernes, 26 de septiembre de 2014
La calidad de la piedad: los fantasmas de las liebres
La calidad de la piedad, coproducción entre Austria y varias
naciones europeos, recompensada por el Premio Especial del Jurado en la edición
de 1994 del Festival de San Sebastián, así como premio de la crítica en
disímiles países ese propio año, es una película valiente que en épocas
propensas a olvidar el pasado, lo llama a alaridos para usarlo como fundamento
de esa suerte de exorcismo nacional que es. El demonio que quiere arrancar se
hallaba calmo y arropado por la desmemoria en algún sitio infrecuentado del
cerebro de la nación austríaca: la llamada “caza de liebres”, bochornoso
episodio histórico ocurrido en febrero de 1945 en la región de Mülviertel,
cuando la milicia civil y los propios pobladores de la zona cumplieron las
órdenes de las SS y las apoyaron en la misión de exterminar a centenares de
prisioneros soviéticos escapados del campo de concentración nazi de Mauthausen. Según el propio realizador le confesara a este crítico hace más de una década, la cuarta película
de Andreas Gruber (Shalom General, La culpa del amor), realizador y guionista
de 42 años a la altura de este filme, deviene una reprimenda de las jóvenes
generaciones de austríacos a sus predecesores, un cuestionamiento lanzado con
pesar desde la pantalla: “¿Por qué, más allá de la presión psicológica ejercida
sobre sí por el terror y la amenaza, ejecutaron esas órdenes¿, ¿qué hicieron
aquellos hombres para ser masacrados como conejos¿, ¿por qué nadie más tuvo el
coraje de la familia recordada por el filme, la cual protegió a dos de los
nueve sobrevivientes de la cacería¿
jueves, 25 de septiembre de 2014
Fight Club: experimento sobre los impulsos
El club de la pelea (Fight Club) golpea con saña en
las heridas de una generación que ha llegado al colmo del aburrimiento y del
desinterés hacia un estado de cosas inamovible, hacia un universo regido por
fiebres consumistas producidas por la anorexia que sufre la mente humana ante
un diseño, manipulado casi maquinalmente, de modos de vida. Tyler Durden, el
antihéroe protagonista del filme (encarnado por un Brad Pitt metido en el mejor
personaje de su trayectoria hasta aquí), es por asociación un componente
portador del espíritu misfit salido de la garganta de la contracultura americana.
Resulta un botón de muestra de hordas generacionales de desadaptados sociales
que viene a ser una prolongación del
aliento maverick ya apreciado en aquellas primigenias películas de
cuerienchaquetados de los años cincuenta y luego reafirmaban en su viaje
sicodélico por las carreteras de la Unión Dennis Hopper y Peter Fonda en la
antonomásica de los ´60, Easy Rider.
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miércoles, 24 de septiembre de 2014
From Hell: las premoniciones del destripador
“Algún día
mirarán el pasado, y verán que di luz al siglo XX”. Pertinente y oportuna para
los propósitos del filme, la frase de Jack el destripador que sirve de exergo a
la película de los hermanos Hughes, Desde
el infierno (From Hell), opera como elemento metafórico de la que a su vez,
sin volarse las fronteras del terror clásico, viene a ser también una metáfora
de los tiempos modernos vomitada desde la catapulta de premonitorios ecos
antiguos. Hacía tiempo que en una película del género no convergían la
sacrosanta misión de asustar con la de reflexionar, refractar, equiparar la
negrura propia del escenario de este tipo de filmes con la del mundo en
derredor. Pero lo más interesante es cómo la estructura dramática ha sido
concebida para ubicar al personaje mencionado, por otra parte fácil de utilizar
a los efectos de semejantes objetivos, en un entramado de situaciones que
conduzcan a establecer la analogía pretendida.
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martes, 23 de septiembre de 2014
El manejo de la ira
“La
combinación del concepto y del reparto es un sueño hecho realidad”, dijo Peter
Segal al terminar Locos de ira (Anger management).
Complementando: “Siempre que hablo de mi filme digo que se trata de una comedia
sobre un hombre interpretado por Adam Sandler, que tiene que acudir a sesiones de terapia en las cuales el
terapeuta mental es Jack Nicholson; y entonces la reacción es inmediata. Todos
quieren ir a verlo”. Lo que en realidad se agazapa detrás del eufemismo
empleado por el director de la cinta es que la idea de unir a un monstruo del
arte dramático, peso pesado histórico de Hollywood como el viejo Jack, con el
allí muy popular Adam Sandler, constituye un golpe maestro de la estrategia
industrial para de una sola sacada capturar a la audiencia millonaria y
multietárea de Nicholson junto a la nada escasa de la joven estrella cómica de
pasado cabaretero.
lunes, 22 de septiembre de 2014
Comedia negra a la mexicana
Muy a tono con
los perfiles urbanos dilectos de un segmento determinante del cine mexicano de
la hipermodernidad, Matando cabos sitúase en los contextos asfálticos de varias
predecesoras famosas o no, pero desde la perspectiva tonal de la comedia negra,
a lo Nicotina, de la cual, si no
émula, al menos se ubica como pariente cercana, tanto en intenciones como en
resultados. Una de las características primas de la comedia negra consiste en
hallar humor en situaciones que en apariencias suscitan todo lo contrario; de
ahí que la búsqueda -y el encuentro- de la comicidad en Matando cabos se sustente en un conjunto de escenas donde predomina
lo macabro, hallándose la hilaridad justamente en su sentido del exceso. A
resultas de que la película pueda parecer ida de rosca, aunque justamente es
tal la cuerda dramática donde quiere moverse el filme a voluntad.
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Depurado oficio de Clint Eastwood
A excepción de Los
imperdonables, Un mundo perfecto o Los puentes de Madison -y
probablemente también Cazador blanco, corazón negro, irregular pero
magnética- no existían hasta el momento, a mi modo de ver, otros filmes de
verdadero calibre dentro de la abultada obra como realizador de Clint Eastwood
(29 títulos), avaladores de esa avalancha de elogios que casi sin distinción se
le prodiga a su trabajo, no solo en los Estados Unidos sino también en Europa.
Siempre he considerado al creador de Medianoche en el jardín del Bien y el
Mal solamente un gran director ocasional, mas una de esas grandes ocasiones
es la rotunda Mystic River (2003).
domingo, 21 de septiembre de 2014
Riverside: la cruda realidad del inmigrante
Mack Sennett,
creador de la Keystone
y el hombre detrás de la idea de aquellas desmadradas comedias mudas de
tortazos y persecuciones locas de caídas en baches inundados, le dijo hace
noventa años al gordo Fatty Arbuckle. “Yo creo que una comedia es cuando tú te
caes en una zanja y palmas. Tragedia es cuando a mí me sale un padrastro en un
dedo. Todo se reduce a la naturaleza humana, Arbuckle. Es algo natural que a la
gente le encante ver que lo malo empeora". En verdad ello opera casi in strictus sensis dentro de la comedia,
donde mientras más patadas en el trasero sufra el infeliz, más complacencia
tendrá de parte del público; no así en el drama, tierra en la cual esos
calvarios personales experimentados por tantos de ellos, concitan cuando menos
un grado de identificación de muchos espectadores condolidos e incluso avisados
de la hipotética posibilidad de estar en la piel de tales quebradas criaturas.
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viernes, 19 de septiembre de 2014
Sonatine, de Takeshi Kitano
En La
filosofía en la época trágica de los griegos, Fiedrich Nietzsche alumbra
una verdad, refrendable incluso como axiomática por el mundo del arte, al
apuntar que “quien se complace en los grandes hombres ama sus sistemas
filosóficos, aunque sean absolutamente equivocados, porque estos tienen un
punto irrefutable, una entonación personal, un color personal…” El nipón Takeshi Kitano, para algunos críticos uno
de los mayores talentos aparecidos en el planeta durante los ´90 (si bien este
cronista prefiere resguardarse de absolutizaciones parecidas, aun cuando lo
considerara y todo un realizador extractase en su momento) entrega en su obra
como comprobante de recibo un sistema filosófico -en cuanto a la puesta en
pantalla del cine de acción- dotado de punto, entonación y color totalmente
personales por varios elementos verificables, sobre todo, en su parcela fílmica
dedicada a la yakuza o mafia japonesa, donde halla su espacio Sonatine. El primero de ellos, la
utilización de la violencia, harto bien graficable en el filme. Kitano es solo
Kitano; por ende los códigos que maneja no son articulados sobre la base de
influencias, y su violencia nada tiene que ver con la del universo Tarantino
(el planeta y sus múltiples satélites) o John Woo, como tampoco con la de Tsui
Hark, Ronnie Yu o Park Chan-wook, ni incluso con la del también nipón Kinji
Fukasaku (director del filme Simpatía por
los perdedores, del cual por cierto recibe algunos ecos en lo argumental Sonatine
en su recreación de esta historia sobre mafiosos venidos a menos en Okinawa),
en tanto prescinde de efectismos y sugiere una línea visual muy austera, de
economía de encuadres, de planos fijos hasta en instantes de acción pura.
jueves, 18 de septiembre de 2014
Humano Chabert
Pocos
escritores en la historia de la literatura han auscultado con tanto tino la
salud social de una época, como lo hiciera Honorato de Balzac. Ineludible pie
de apoyo para estudiar la
Francia burguesa de la primera mitad del siglo XIX, este
hombre supo insertar de forma maestra en su obra todo el proceso de
instauración capitalista nacional: la introducción del papel moneda, la
especulación y el desarrollo paulatino de la industria. Ello, como marco
espacial donde pondría a germinar esa variopinta amalgama humana, eje vertebral
de una dinámica social cuyos protagonistas el narrador diseccionara en esa
suerte de bestiario de tipos creado por su pluma.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
El destierro, de Andréi Zvyagintsev
Sin que haya margen para
vacilar, no existe en la memoria fílmica reciente un largometraje que explore
de forma tan peculiar ese espacio indefinible de la relación sentimental de
pareja donde subsiste el amor, pero sus válvulas de expresión le son tupidas
por la incomunicación, la desconexión de cuerpos y mentes, la lejana cercanía
de la separación en la unidad, como El destierro
(Andréi Zvyagintsev, 2007). En la historia propuesta por
esta película rusa -inspirada libremente en la novela Cosa de risa, del armenio William Saroyan-, a la postre la grasa
rancia de ese no saber como visibilizar el amor, cubre entera la arteria que lo
mueve. Relato trágico, amueblado
por personajes desolados en sus cuitas o silencios, ellos son la presa misma
del abatimiento total en el cual se les anega una relación urgida a fin de
salvarse, cuando menos, de señales o palabras nunca emitidas, jamás
pronunciadas. De un irremisible servicio de traducción dual. “Yo la maté”, dice
Alex (excepcional Konstantin Lavronenko, recompensado en Cannes merced al
desempeño) cuando la combinación fatal de aborto y somníferos termina con la
vida de Vera: la madre de sus hijos, esa la mujer de su vida perdida también a
causa de recelos, orgullo e inseguridades y de quien en un momento descarrió
cualquier dígito combinatorio para acceder a la zona íntima de su personalidad. Ella, de tan profundo tal cisma
progresivo de alejamiento, acaso considere que nunca poseyó tal código, cual se
desprende del diálogo con Robert. Con dicho personaje, sospecha Alex, ella concibió
el hijo del engaño que le exige aborte. Pero nada debe darse por sentado ni las
cosas resultarán tan sencillas en este juego de emociones y azares, donde no
todo cuanto parece lo es ni viceversa. Cuando la trama apunta a determinada
solución dramática, cuando todas las líneas indican un camino resolutivo, El destierro experimenta un giro de
timón, abrupto visto al momento de su irrupción, mas luego enriquecedor del
relato a efectos de su inteligibilidad.
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martes, 16 de septiembre de 2014
Preciosa, o las ambiguas señales del calvario
Con el antecedente del best
seller literario de Sapphire, “Push”, en el cual hunde diente a discreción el libro
cinematográfico de Geoffrey Fletcher, y el respaldo determinante en la televisión
nacional de Oprah Winfrey, fue lanzada al receptor norteamericano -y mundial,
algo después- la película “Preciosa” (“Precious”, 2009), uno de los productos
audiovisuales del cine “indie” o “independiente” más promocionados, abordados e
incomprendidos de los tiempos más recientes. Alrededor de ella se ha escrito, a
favor o en contra, casi tanto como de las igualmente polisémicas, polémicas “Avatar”,
“En tierra hostil”, “Invictus”, “The blind side” o “Up in the air”.
lunes, 15 de septiembre de 2014
Celebrity: Allen contra los famosos
A pocas yardas de
pisar los setenta al finalizar Celebrity,
de 1998,Woody Allen mantenía la lozanía de un cineasta joven. Aun lo hace en
pleno 2014. Esto, aunque no pase de un lugar común, hay que señalarlo porque
resulta maravillosa la vitalidad que, a la sazón, fluía y refluía, sin
atascarse en canales estancos, en la creación de este sabrosísimo, refocilante
y ponzoñoso realizador neoyorkino (con posterioridad, ya entrado este siglo,
Allen sí caería en una retracción mediante parte de su lamentable “periplo
europeo”). La mayoría de las constantes de su obra están nuevamente en Celebrity, aunque la película, siendo una suma de
pastiches, conceptos inveterados de su filosofía de la vida y subrayados de
obsesiones que lo han marcado desde que le salió el vello público, es
rabiosamente nueva, salidita del celofán porque la historia, más allá de sus
obvios puntos de contactos con anteriores cintas, está provista de la enjundia
y la substancia de un proteico acto de entrega al cine.
sábado, 13 de septiembre de 2014
Personajes, la mejor baza de Amarillo mango
Cláudio
Assis parece asirse a la conclusión spinosiana de “No me río ni lloro ante las
acciones de los hombres, solo aspiro a interpretarlas” al trazar el mapa humano
de su ríspida, lancinante Amarillo mango (Amarelo manga).
Película amarga donde encontrarlas pese al humor que la equilibra, sobresale
ante todo por la configuración que Assis hace sobre la base del guión de Hilton
Lacerda de un entramado vivencial múltiple, en el cual opera a manera de
resorte emotivo individual la obsesión que cada quien abriga, como válvula de
escape al cerco de la letanía de jornadas con sudor a soledad, hastío, mugre e
infelicidad. Assis no juzga ni bendice, se limita a exponer; pero de su
planteamiento se desprende un afán exegético por traducir a partir de su eje de
personajes las lisuras y curvaturas de un modo de vida condicionado por la
miseria.
viernes, 12 de septiembre de 2014
Las horas, de Stephen Daldry: angustia anudada en lazo triangular
Las horas (The Hours) arranca con la
crispante imagen del suicidio de la escritora Virginia Woolf en 1941. Tras
colocarse una piedra en el bolsillo, se hunde en la oscuridad del río Ouse,
cerca de la campiña inglesa; el sitio donde los médicos desde mucho antes le
habían prescrito acudir, para ver si aliviaba la enfermedad mental motivadora
de largos períodos depresivos e inestabilidad emocional. Le hastiaba la vida
suburbana, los doctores, el mundo y ella misma. Solo la existencia de sus
personajes permitíale afrontar su propia subsistencia. Hay una escena de la
película, ubicada en la década del 20, en el proceso de elaboración de su
novela Mrs. Dalloway, que registra este diálogo entre su esposo y ella:
“En tu libro escribes ¿Por qué alguien debe morir?. Es una buena pregunta”.
Virginia le responde en el filme a través de las mismas palabras de la obra
literaria: “Alguien debe morir para que otros aprecien más la vida. Morirá el
poeta, el visionario”. Consecuente consigo, se ofrece en holocausto.
Contribuyendo al hacerlo a desbrozar las yerbas que nublan las certezas y hasta salvar quizá a otros que, como ella
-quisiéranlo o no-, torcieran el sentido del tiempo, al convertir la vida a su
pesar en un desfile martillante, tormentoso e inaguantable de horas, minutos y
segundos.
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jueves, 11 de septiembre de 2014
Las noches de Constantinopla, en la televisión nacional
Orlando
Rojas, el progenitor de Papeles secundarios, una de las criaturas fílmicas más visualmente
rotundas y artísticamente atrevidas (también de las más gélidas) de la historia
del cine cubano, se sacó de la manga una comedia gótica, rebelde,
vitriólica, transustanciada, dicótoma y tan andrógina como varios de sus
personajes en Las noches de Constantinopla (Cuba-España, 2001, asida esta a una
inmoldeable argamasa dramática sustantivada en vibrante y posmoderno tejido
intertextual, en concreta conciliación de comedia y melodrama, academia y
novedad dentro de un filme que si bien no deja de moverse en un patrón
estructural clásico, no resultaría fácil de etiquetar en el panorama insular.
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martes, 9 de septiembre de 2014
Metro Manila es cine esencial para comprender a nuestro tiempo
Pocas veces se han visto tan bien definidas las líneas del rostro de la
desesperación en el cine del siglo XXI como en el estrenado drama
anglo-filipino Metro Manila (Sean Ellis, 2013). Obra imperdible de la pantalla
mundial contemporánea, despojada de artificios, trazos gruesos, melodrama e
impostura de cualquier tipo y anclada al realismo expositivo, logra ubicarse en
el ángulo de miras de sus personajes, para componer un relato concebido y
solucionado desde la instancia extrema del agobio y la indefensión más crueles.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Hideous Kinky, una película devorada por su actriz
Hay películas donde
la inmensidad de sus intérpretes es tal, que éstos literalmente se comen al
filme, sobre todo si su guión no resulta la suficientemente vigoroso para
soportar semejante peso. Con Hideous
Kinky sucede algo así. La inglesa Kate Winslet, protagonista de la cinta,
devora antropofágicamente la historia, y más que sostener el relato -como han
apuntado algunos críticos- de veras lo trucida al demostrar con su histrionismo
extraclase que la obra se le queda demasiado chica.
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miércoles, 3 de septiembre de 2014
Gangstarapper samurai
Un tardío revisionismo pro ha ubicado a El
muerto, aquel herético western en blanco y negro de 1995, como una de las
cintas más significativas de la anterior década, cosa que particularmente nunca
tuve en duda, como tampoco pongo en entredicho que su creador, Jim Jarmush,
deje de verdear la grana de la excelencia con Perro fantasma, el
camino del samurai (Ghost Dog: The way of samurai). Desde que
leí esa inefable novela de E.L Doctorow llamada Ragtime, no encontraba
en la perspectiva norteamericana un proyecto artístico sincopado con tan
inconmensurable imbricación de ritmos, discursos, visiones y planteamientos
filosóficos tan en apariencias excluyentes como armónicos resultan en la
estructura interna de la obra dentro de ese concierto de acoples y fusiones. De
suerte que este “western oriental sobre un gángster samurai en la era del
hip-hop”, tal cual lo definió su realizador, lleva al alimón en plácida
simbiosis apuestas creacionales signadas en presunción por sus divergencias contextuales,
culturales, geográficas y de otra índole, en un mosaico de interacciones de
cuya confluencia emerge la irrebatible certeza telúrica de que las distintas
cosmovisiones humanas y artísticas portan el sesgo genésico de las comuniones.
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