A
Nomadland (Chloé Zhao, 2020) debe
ponderársele el mérito mayor de representar, en la historia del cine
norteamericano, una de las películas que mejor han sabido seguir (y construir)
a un personaje en su camino hacia la búsqueda de la libertad interior, esa
cuando el alma se independiza de casi toda suerte de ataduras y halla la paz en
el silencio, el viento, la tierra, el esplendor de un paisaje que supone la
expresión tangible de la divinidad, en servir o siquiera acaso escuchar al
prójimo, en las aparentes pequeñas cosas entregadas de forma gratuita por la
vida cada día, en la atención a los detalles. Como la encuentra Fern (Frances
McDormand), en su existencia nómada de caravanas rodantes por desiertos,
pueblos rurales, campamentos y carreteras perdidas de ese Estados Unidos
semilunar, en las antípodas de las postales turísticas y el imaginario definido
por Hollywood a través de un siglo.