“Algún día
mirarán el pasado, y verán que di luz al siglo XX”. Pertinente y oportuna para
los propósitos del filme, la frase de Jack el destripador que sirve de exergo a
la película de los hermanos Hughes, Desde
el infierno (From Hell), opera como elemento metafórico de la que a su vez,
sin volarse las fronteras del terror clásico, viene a ser también una metáfora
de los tiempos modernos vomitada desde la catapulta de premonitorios ecos
antiguos. Hacía tiempo que en una película del género no convergían la
sacrosanta misión de asustar con la de reflexionar, refractar, equiparar la
negrura propia del escenario de este tipo de filmes con la del mundo en
derredor. Pero lo más interesante es cómo la estructura dramática ha sido
concebida para ubicar al personaje mencionado, por otra parte fácil de utilizar
a los efectos de semejantes objetivos, en un entramado de situaciones que
conduzcan a establecer la analogía pretendida.
Por tanto, no
hay nada de gratuidad en la figura -como en el tema- escogida y en sus pistas
de acción para configurar un símil sobre la opresión social de los estamentos
colindantes con el subsuelo del mundo occidental, representados aquí en las
prostitutas víctimas de las cloacas de Whitechapel; el fanatismo religioso y de
las sectas ( el sistema de pensamiento del círculo de donde proviene el
Destripador: ¿los orígenes del ideario de los padres intelectuales de Waco y
similares?; los vínculos entre el poder y el terror, tan extendidos en la
pavorosa centuria anterior y la corriente, graficados en el filme a través de
la identidad, extracción social e
intimidad con la realeza británica del victimario por el cual se inclina el
guión, entre las varias opciones dadas por la historia, que por diversas razones,
y la anterior la principal, nunca tuvo a
bien reconocer el nombre auténtico del célebre asesino inglés del siglo XIX; el
modus operandis del criminal
contemporáneo real y fictivo (Jack es el
prototipo original del serial killer
morboso, base de inspiración de famosas monstruosidades de carne y hueso del
siglo XX como Ed Gein, Ted Bundy, Tsutomo Miyazaki, Jeffrey Dahmer, Albert Fish o la bestia rusa
de Nikolai Dzhurmongaliev, que primero trucidó los cuerpos y luego se comió los genitales de 47
prostitutas, sobrepasando en 40 al inglés. O fílmicas, como el conocido
Hannibal Lecter de El silencio de los
corderos y otras películas, al igual que sus pariguales de tanto cine
americano y de otras partes.
Aunque, si
bien el anterior deviene un plano inesquivable de lectura en la deconstrucción
de esta propuesta, a ello no se limita una película que puede verse como una
sabrosa puesta al día de un asunto varias veces tratado en la pantalla, donde
Allen y Albert, el par de hermanitos Hughes, partiendo del cómic homónimo de
Alan Moore y Eddie Campbell , corroboran las habilidades narrativas que les
ponderara el mismísmo Martin Scorsese cuando les vio su opera prima
independiente Menace 2 Society y le
impulsara a ayudarlos económicamente en el nuevo proyecto ya al resguardo de
Hollywood, donde si algo -es obvio- no escasea es el dinero. Determina ello,
sobre todo, más allá del talento extraclase de los responsables del diseño de
producción, armar esta fabulosa reconstrucción del Londres decimonónico y los
barrios infectos visitados por el depredador a la caza. Ya la consecución de
esa atmósfera siniestra, esos ambientes tremebundos deudores del aura de la
factoría Hammer, guarda más relación con la capacidad artística y conocimiento
del género de sus impulsores que con los billetes de la productora. Tanto como
el tacto para retratar un matadero sin embarrarnos de vísceras, sin intentar en las zanjas del gore hacernos
olvidar con su hedor la frágil pero eterna majestad del terror alimentado por
la poderosa sugestión de la atmósfera, algo sabido desde Murnau hasta Amenábar
y que para nada olvidan los Hughes en una película a no desdeñar.
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