Hay películas donde
la inmensidad de sus intérpretes es tal, que éstos literalmente se comen al
filme, sobre todo si su guión no resulta la suficientemente vigoroso para
soportar semejante peso. Con Hideous
Kinky sucede algo así. La inglesa Kate Winslet, protagonista de la cinta,
devora antropofágicamente la historia, y más que sostener el relato -como han
apuntado algunos críticos- de veras lo trucida al demostrar con su histrionismo
extraclase que la obra se le queda demasiado chica.
Son los ´70
tempranos y Julia (Winslet) y sus dos hijas van a Marruecos a vomitar la resaca
cerebral de la madre en un Londres y una existencia ralentizados de emoción y
esperanza por unos años y un hombre que no la quieren tanto como ella quisiera
que la quisieran. "Necesito una
vida distinta a la anterior", pregona Julia, sin que en verdad sepamos
mucho de su vida anterior a África. La
mueven resortes marcadamente idealistas, y en su devaneo existencialista, de
veras no sabe bien a que palo asirse: si a esa cosmovisión sufie local; si al
"no tengo rumbo, no tengo hora, no tengo tierra" de su romance
nacional (Said Taghmaoui, el intérprete de la recordada producción francesa El odio); si al hippismo exportado de
los europeos; si a la vulgar rutina de donde proviene. No tanto el peso de la lógica, como el de la
responsabilidad materna, la hace retornar a Londres. Atrás ha quedado un viaje
aleccionador cuyo pasaje lo compraron a dos manos el despecho y la necesidad de
experimentar de una madre muy joven, y relegada por un hombre al que quiere,
pero no compartido.
Semejante línea
argumental no le haría ascos a nadie, de no ser por el modo tan cargante en que
la proyectan ya en la puesta, sujeta toda a reiterativos giros y a esa mirada
de National Geographic que a veces
anima la visión del director británico Gillies MacKinnon. El novio árabe de Julia, el representante
mayor de esa cultura endógena atisbada, es soltado en el guión como un toro en
la plazoleta, y los dichosos motivos de su furia vital el espectador-torero
tendrá que sacarlos de su pañuelo rojo, a la manera que el mago de su
sombrero. La vuelta que Julia se da por
el vecino Argel dejando atrás a una de sus hijas, el refugio de ésta donde una
religiosa, el posterior rechazo a la madre: absolutamente toda esta zona del
guión es mecánica y deviene el tragante por donde MacKinnon pretende con
desafuero darle salida a una historia vista en sentido general anegada por una
vocación de agua pasada que a estas ríspidas alturas ya no mueve muchos
molinos.
Hideous Kinky (denominación determinada por un juego de
palabras empleado con recurrencia por las hijas de Julia) constituye una
adaptación fílmica de 1998 de la novela de Esther Freud, lo cual es común en el
cine de su realizador, pues su anterior Regeneration
fue inspirada en la novela de Pat Barker, al igual que otros filmes suyos como Playboys y Un golpe del destino, que
también contaron con su base literaria. La película pasará al recuerdo por la
magistral caracterización de Kate Winslet, que bien pudiera haberle sugerido a
Woody Allen su Zelig, por su
camaleónica encarnación. La actriz
parece un saltamontes cambiando de registro, y su rostro se hace eterno como el
de la Kerr o el
de la Davis,
cumpliendo con sus ojos, enarques de cejas, engolfes vocales, viscerales
proyecciones, la difícil encomienda de conferirle dignidad a un personaje que
por su manera de concebirse está a dos palmos de la categoría de infumable para
cualquiera intérprete del nervio de la Winslet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario