sábado, 28 de mayo de 2016

En primera plana



A la manera de la serie The Newsroom (Aaron Sorkin, HBO, 2012-2015), pero con un nivel de calado e intencionalidad aun más notables, el filme En primera plana (Spotligth (Thomas McCarthy, 2015, de estreno en Cuba) propugna, con vehemencia, un retorno a los orígenes del gran periodismo norteamericano, ese que puso sobre el tapete el Watergate y hoy se encuentra relegado, en virtud de la propagación constante de paquetes noticiosos de impacto levantados súbitamente, sin confirmación en no pocos casos, por orden directa de las corporaciones dueñas de los medios de comunicación del país, en su batalla por audiencias, publicidad y el imposible seguimiento de unas redes sociales que van por libre y sin la lógica base de pensamiento de los órganos de prensa.

Spotligth es el nombre del equipo reporteril especializado del periódico The Boston Globe encargado de desarrollar la investigación periodística efectuada a lo largo del año 2002 en torno a los 90 hechos de pederastia registrados por sacerdotes de esa ciudad estadounidense, cuya publicación les condujo a los colegas a alcanzar el Premio Pulitzer la temporada siguiente.
McCarthy muestra su madera de guionista (Vías cruzadas, Up, Ganamos todos, Visita inesperada), al estampar un modélico seguimiento de esa odisea profesional, a través de una mirada directa, ascética, despojada de todo cuanto pueda entorpecerle el rastreo de los bochornosos sucesos. Decantación estética a través de la cual establece puentes de consanguinidad con dos emblemas del subgénero como Network (Sidney Lumet, 1976) y Buenas noches y buena suerte (George Clooney, 2005). Al modo de aquellas, el realizador y co-libretista no se distrae en las vidas privadas de los reporteros ni en impostados romances, cual la serie al inicio mencionada. A riesgo de aburrir a los espectadores profanos -aquellos quienes ni conocen ni les interesa mucho el mundo de una redacción y  la rutina de campo de los firmantes de diarios-, lo suyo no va de los asuntos íntimos de sus personajes centrales, sino de constatar, sin hojarascas, los procedimientos de cómo se construye la verdad periodística desde el compromiso moral, la ética, la objetividad y un riguroso trabajo de búsqueda que no solo precisa preocuparse del qué, sino además del cómo, del por qué y del ¿quién está detrás?: pregunta a añadir siempre al famoso decálogo piramidal del oficio, según parece sugerir la obra.
No en balde, el editor del diario (interpretado por Liev Schreiber en la línea de sus personajes contenidos) le dice al equipo Spotligth: “la gran historia suya no radica en los curas como individuos, sino en la institución, la práctica y la política. Deben apuntar contra los males del sistema”.

Desde Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), cuyas cartas náuticas el largometraje observa, para bien, en su andadura a la mar del rodaje (si bien prescinde de la atmósfera amenazante de aquella), el cine norteamericano no había estrenado una muestra del subgénero de tamaña veracidad en el acercamiento a los entresijos del universo del periodismo en la representación en pantalla. Tampoco de tanta valentía ni énfasis en la crítica, cabría agregarse; no obstante todo dentro del rango permitido, mucho tacto mediante. Ahí están las seis nominaciones al Oscar –y la estatuilla al mejor filme y guion del año- para refrendarlo. La Academia no premia a los díscolos.

En primera plana no es la obra maestra que algunos han querido leer. Se trata, dudas no caben, de una apreciable cruza entre cine y periodismo -cuyas últimas experiencias, al corte de La verdad (2016) han dejado mucho que desear-, narrada con cierto conocimiento de causa (McCarthy incorporó al personaje de un periodista en The Wire, creada por el a su vez reportero David Simon) y merced a un sentido de colocación de los subtextos provisto de esa claridad poco dada a habitar el modelo de representación institucional gringo. Sin embargo, la puesta en pantalla acusa un empaque academicista que resiente desde el continente al esencial contenido, a lo cual se suma la tendencia de la fotografía a ángulos y planos televisivos, incoherente dentro del tejido de una película de semejante envergadura, de presupuesto (esta es la pieza menos indie de la filmografía del director, si echamos a un lado Con la magia en los zapatos) y poblada por un equipo de estrellas como Rachel McAdams, Mark Ruffalo, Stanley Tucci, Brian d´Arcy James, el referido Schreiber….

Otro elemento, más de fondo este. El realizador, en un exceso de candidez al relatar la historia, de vencedores momentáneos, de los colegas de The Boston Globe, se atreve a apuntar -de hecho queda verbalizado-, que el periodismo posee la capacidad intrínseca, la fuerza necesaria para vencer al sistema. Craso yerro. El oficio, hoy día como nunca antes, está inexorablemente vinculado al sistema, al poder en los Estados Unidos. Las entidades regentes de los medios cabildean en Washington para conseguir sus propósitos y el pago es la difusión de su agenda política en los medios. Se puede censurar una parte, pero nunca el todo. Jamás fue tan grande la entelequia de la libertad de prensa. Aaron Sorkin, el creador de The Newsroom, la serie aludida al principio, lo tuvo mucho más claro que McCarthy, aun siendo aquella una obra menor que Spotligth, pero para nada desdeñable.

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