En la
era actual de la televisión, definida por la crítica del medio, Emily Nussbaum,
como “época de caramelo” (debido a la abundancia de estos en la “tienda” o
pantalla (s) hogareñas), existe mucho, demasiado, donde escoger en materia de
teleficción, un mundo donde las cadenas estadounidenses de cable superaron a la
BBC -antiguo referente de calidad a escala universal- mediante producciones que
no solo cuidan la estética del producto sino dan pie además al desarrollo de
personajes multicapas como los centrales de The
Affair (Showtime 2014-actualidad). Dentro de las más de 400 series promedio
salidas al aire en los Estados Unidos, esta es una de las más interesantes de
los tiempos próximos, justo por ello, por la configuración taxonómica de los
seres que la pueblan.
El Globo
de Oro 2015 a mejor drama televisivo (relevando en el puesto a la insuperable Breaking Bad) narra la historia de una
infidelidad desde cuatro puntos de vista, con énfasis en los de los dos seres
involucrados en el affaire, el
escritor Noah (Dominic West) y la camarera Alison (Ruth Wilson, también
recompensada con el lauro arriba citado). Los dos restantes son sus respectivas
parejas. En el verano de amor en Montauk tiene lugar un asesinato, y la policía
llama a los primeros a dar cuenta. La trama juega a placer con el despiste al
espectador, a partir de que nada se asume como certeza total en cada una de las
ópticas con la cual se traza el relato, a través de cuya estructura de algún
modo se emparenta el trabajo con True
Detective.
Ahora bien,
la serie creada por Hagai Levi y Sarah
Treem (responsables antes de En tratamiento, para HBO) no
descuella ni por el formato narrativo de la historia vuelta a relatar según la
óptica narrativa -ya empleado por Akira Kurosawa hace muchas décadas-, ni por
la mezcla de romance, suspense y policial; ni por el sugerente juego de espejos
que propone, sino en razón de las dudas, conflictos, angustias e inseguridades
que asolan a Noah y a Allison. También a sus antiguas parejas. Esta es una obra
cuyo principal mérito yace en su acercamiento a la naturaleza dicótoma del ser
humano y cómo actúan en la psicología de la raza hechos como el miedo a
envejecer (terror de los cuarenta, en vez de crisis, es cuanto pasa con Noah),
la pulsión omnipotente del sexo y el dolor de una pérdida filial: los
principales meridianos que marcan el huso horario existencial de sus
protagonistas.
La segunda
temporada me concede el gusto de conferirle mayor rango dramático a Helen
(Maura Tierney en una interpretación deliciosa, la más rica de la serie), la
abandonada esposa de Noah junto a sus cuatro hijos. Ella debe recomponer su vida
a partir del escenario de la ida de su esposo y cuando The Affair se pone en el pellejo de esta mujer crece una serie cuyo
principal atractivo consiste en panear sobre la fragilidad de la especie sin
pie para reconvenciones de ningún tipo.
De los
cuatro personajes madre resulta el de Cole (Joshua Jackson), el esposo de
Alison, el menos rotundo en sus perfiles axiológicos, porque ni el guion
invierte el debido tiempo en hurgar en la cavidad del trauma compartido con su
pareja de haber perdido un hijo, ni en tanto el actor que lo incorpora ayuda
mucho, por su limitada alforja de recursos, a la misión.
The Affair, no obstante, en sentido general y
pese a sus iteraciones que por momentos llegan a aburrir un poco, rinde un
encomiable esfuerzo en mantener la aproximación a sus personajes desde una
posición escrutadora de base orbicular, pletórica de tonalidades y
gradalidades.
Sus
personajes pueden encantar y llegar a ser abominables, en virtud de sus
acciones. Son espejos de nosotros mismos, a la larga. Por eso la obra resulta
tan rica y creíble.
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