La
estructura morfológica de Esteban,
largometraje cubano a concurso en este Festival del Nuevo Cine Latinoamericano,
remite tanto a las estrategias formo-narrativas de diversos teleplays
nacionales de mejor o peor fortuna artística programados por los canales
cubanos como a las de episodios del currículo de Pastor Vega, al modo de Habanera (1984), donde la permeable
línea fronteriza entre televisión filmada con ínfulas de cine o acaso de cine
encapsulado dentro de un status televisivo del cual no pueden salir impide la
consumación del parto específicamente cinematográfico.
El
aura, encadenado secuencial, desarrollo narrativo, fluencia, tempo, espesor y
magnetismo del séptimo arte no llegan a expresarse e inundar la pantalla en la
opera prima del graduado del Instituto Superior de Arte, Jonal Cosculluella, en
tanto su material rodado bajo el respaldo de Producciones Colibrí, RTV Comercial, la Asociación
Hermanos Saíz y la española Mediapro no trepa la cerca del estadio televisivo.
Esteban, por más premios obtuviese en el
Festival de Huelva y por más entrañable nos parezca -y sea-, su pequeño
personaje central del mismo nombre, constituye en justicia un modesto melodrama
de factura catódica, sin responsabilidad aportadora en ninguno de los tres
grandes tableros sobre los cuales baraja sus cartas: cine pedagógico, social y
melodramático.
Relatos
como los del desencuentro/encuentro/superación del estudiante (Esteban) y el
maestro (Hugo), vistos en el magma fílmico de la enseñanza según el
celuloide, a esta altitud y longitud de
la obra creada por la pantalla mundial cabría mejor tratarlos desde la atalaya
cívico-humanista de un Laurent Cantet (Entre
les murs, 2008), en reversa, desde el meridiano deconstructivo
realistamente cínico ofrecido por la genial Whiplahs
(Damien Chazelle, 2014) o a partir de la perspectiva neopanvisionista de la
no menos subyugante e incomparable Capitán Fantástico (Matt Ross, 2016). No de
forma tan naive.
Los
tímidos apuntes sociológicos del guion de Amílcar Salatti (Latidos compartidos,
UNO), no extravasan el estadio “exegético” de nota de color y en cuanto al
melodrama, bueno, ya lo tuvimos hace poco y con un tema parecido mediante la
superior aunque sobrevalorada Conducta
(Ernesto Daranas, 2014).
Las escenas
del encuentro del profesor de piano y su hija -con derivaciones explicativas de
la ruptura entre ambos-, las del hospital y las de la muerte del resabioso pero
bondadoso Hugo -con sus implicaciones morales posteriores- no se distancian
mucho de las de cualquier operación discursiva similar a las de las
producciones de Caracol, Telemundo u O´Globo.
Aplicado
relato de intenciones honestas, eso sí, y con los méritos de poder ser
visualizado por públicos de todas las edades y de estar desprovisto de las
sordideces gratuitas de algún cine cubano contemporáneo, Esteban se deja
apreciar, en lo fundamental, merced a la composición del personaje homónimo por
Reynaldo Guanche (otra notable adquisición infantil luego de la del excepcional
par de actores de Cuba Libre: por
cierto, los tres negros, mentís a quienes arguyen racismo en nuestras
expresiones artísticas) y a la presencia siempre gratificante del gran -y sin
excepción- secundario Manuel Porto; amén de la de quien viene siendo la mejor
“mater dolorosa” de la pantalla insular reciente: Yuliet Cruz.
Además
de la contribución pianística de Chucho Valdés, también redime al trabajo de
Cosculluela y Salatti la manera cómo, desde la escritura, fue concebida la
relación materno-filial entre el pequeño Esteban y su progenitora Miriam, quien
no renuncia a materializar los sueños de su hijo. Hay verdad, no ofrenda a los
lacrimales, en dichas secuencias.
El
subtexto integrador de lo anterior con el pulso por la vocación verdadera del
individuo ha de incluirse, igual, dentro del saldo favorable del filme.
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