Entre tanto
estropicio al aire y series transmitidas durante fecha reciente que parecen
haber sido sacadas de los muladares del género, los programadores de la
televisión nacional al fin dieron con algo grande. Está siendo exhibida por
Cubavisión ahora una de las más importantes fraguadas por la teleficción
estadounidense a lo largo de la década: American
Crime (2015-actualidad).
Rara avis, la
facturó una cadena abierta, la ABC; y no HBO, AMC, Showtime: o sea, las grandes
del cable, que apuestan por la calidad y no dependen tanto de rating y
publicidad, como las generalistas. Más extraño aun: no se trata de un trabajo
muy conocido, salvo para los seguidores incondicionales del medio; ni con
espectro de enclave dentro de los parámetros de la televisión comercial; ni
pensado para nichos mayoritarios; ni ganador de premios. Desconcierto total:
tampoco pertenece a la franja que el lector verá aparecer en esas estúpidas
listas a las cuales ya no resultan inmunes siquiera ni hasta algunos medios
cubanos, a la larga enterados del megafenómeno mundial de las series, aunque
con sumo retraso cronológico y fortísima propensión referativa lastimadora de
la indispensable intención hermenéutica.
El
afroamericano John Ridley, productor y guionista de la oscarizada Doce años de esclavitud (pero también de dos rarezas como U-Turn, para Oliver Stone; y Tres reyes, para David O´Russell), hace
las de showrunner o creador de American Crime. Su trabajo, además de
constituir en la primera temporada un soberbio estudio sobre la tensión racial
en los Estados Unidos, deviene igualmente crítico material dramático que supone
espectacular puesta en solfa de los presuntos “valores” sobre los cuales se
levanta allí ese edificio de moralina (no moral), en cuyos pilares y
estructuras quedaron cimentados sofismas, espejismos colectivos, vanidades y
modus de interacción con arreglo a las mentirosas tablas de la ley de lo
políticamente correcto.
Mediante
lucidez desarmadora e inacostumbrada para las producciones de casa, American Crime echa fuego sobre tabúes,
recelos, construcciones sentenciosas afirmadas en el imaginario social…, y
abomina de las engañifas del sistema que hace del racismo hacia los negros
política de estado, por más que lo intente disfrazar a través de lenguajes de
“integración” convertidos en agua de borrajas por conducto del proceder
sistemático de policías, juzgados, regímenes carcelarios y familias
anglosajonas que todavía temen y (por consiguiente) castigan al afroamericano.
Ridley toma
como elemento argumental catalizador de la primera temporada un brutal crimen
doméstico, para mostrar de modo fehaciente las líneas de demarcación o parcelas
separadoras entre las comunidades blancas, negras e hispanas, más allá de la
oratoria política electorera. Cervalmente racista es el sistema radiografiado
aquí en sus estereotipos; también blanco de cuestionamiento tanto en su modelo
propositivo familiar como en su balance de reafirmación social de los distintos
géneros e identidades.
Con cierto
aire de cine indie (independiente),
crudeza expositiva, tiempo para desarrollar sus conflictos y una muy bien
puntuada definición caracterológica de los personajes representativos de las
diferentes congregaciones étnicas reflejadas en el relato, American Crime representa, ante todo, contundente drama social
alimentado -pero nunca superado- por una historia criminal de trasfondo
judicial que, para suerte del público, se beneficia en sus primeros once
capítulos de un cuadro actoral de orgánico desempeño e instantes de extraordinaria
madurez interpretativa a cargo de Felicity Huffman,Timothy Hutton y Regina
King.
Los tres
actores también hacen parte del elenco de la segunda temporada, pero en roles
del todo divergentes, a la manera de otras series antologares. La obra no decae
acá. Si bien su foco se desplaza al universo escolar, reitera su ya inherente
posicionamiento crítico y su espíritu rompedor e inquietante; amén de esos
peculiares -por cinematográficos e impropios de la televisión en abierto-
estilo narrativo-visual (proverbial
empleo del plano-secuencia y de los primerísimos primeros planos) y ritmo
secuencial. La incorporación de Lili Taylor como la madre del adolescente
violado representa el más notable de los aciertos de casting de la segunda
temporada.
Ridley se
anda sin cortapisas nuevamente para fustigar ahora la hipocresía social y el
sistema de castas imperante en su país, expresado con suma fuerza en un
entramado educacional que no personaliza las necesidades lectivas o emocionales
del estudiantado ni sigue las pistas del bullyng, afincado al primordial afán
de hacer dinero, por arriba de cualquier otro interés.
Sobresale en
ambas temporada la orbicularidad en la perspectiva, de tal que las
aproximaciones a los fenómenos contemplados queda construida desde la
convergencia de miradas. Del mosaico integrador de los diferentes oteos cobra
forma algo que si no resultase la total verdad, anda en latitudes muy cercanas
a ella. La serie descuella porque se ha sabido colocar en el cenagoso terreno
de los materiales de denuncia a través de preclara objetividad y amarrada a un
empaque formal, trabajo de escritura y composición interpretativa formidables.
He visionado los
primeros capítulos de la tercera temporada. Ridley parece no tener coto en su
afán impugnador. Hay que ver adonde será capaz de llegar. Por lo pronto, una
recomendación: no eludan American Crime;
no apaguen el televisor aunque les duela e incluso afecte cuanto dibujen estos
fotogramas. Al finalizar su visionaje lo agradecerán.
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