Meticulosidad
a grado sumo, paciencia, nobleza, pasión, sentimientos. He aquí una obra
cinematográfica tocada por el aliento de los orfebres. Soberana delicatesen a las causas de la
delicadeza y la sensibilidad, en Loving
Vincent (2017) convergen la pintura convertida en puro cine y el arte de la
filigrana, vehiculadas con astucia mayor en función de un ejercicio dramático
de fuste, que nos sumerge, absortos durante toda la función, en los días
finales de Van Gogh en Auvers desde un plano retrospectivo.
Ni por
asomo desdibujadas de la memoria fílmica del cinéfilo las distintas biografías
que del pintor holandés en la pantalla han sido, nunca hasta ahora una pieza cinematográfica
fictiva (ni Minnelli ni incluso Altman; mucho más fértil Pialat en el intento)
había recalado en los brumosos puertos de entrada a la mente del genio con
tamaña singularidad, hondura e indeleble sensación de acceder a su punto de
vista.
El largometraje
de animación -coproducido entre Polonia e Inglaterra y presentado en el
Panorama Contemporáneo Internacional del reciente Festival del Nuevo Cine
Latinoamericano de La Habana tras recién ganar el lauro al Mejor Filme de
Animación de los Premios del Cine Europeo del año luego de su victoria previa
en el Festival de Annecy: la principal cita del género-, representa la primera
producción de este tipo completamente pintada a mano y con técnica al óleo.
Al
inicio de la cinta -inicialmente rodada con actores y luego con pase a
rotoscopiado manual-, sus autores explican que más de cien pintores
intervinieron en la realización de estas ilustraciones hechas cuadro a cuadro a
partir de los propios trabajos del creador de Anciano en pena. También de sus obras se valió un entonces
jovencísimo Alain Resnais a la hora de componer su cortometraje Van Gogh, de 1948 y Oscar en su categoría dos años después,
aunque las técnicas de uno y otro filme difieren sobremanera.
En
realidad fueron 123 los artistas de todo el mundo quienes trabajaron por
espacio de seis años en pos de concluir los 65 mil lienzos necesarios para
materializar Loving Vincent:
urdimbre pan-referencial que sobresale tanto por dicho monumental quehacer
previo como por la cristalización en pantalla de un largometraje que es poesía
cinematográfica y ordalía sensorial, armonioso ensamble de
colores/formas/iluminación impresionista y diccionario cartográfico de la
psiquis del atormentado pintor.
Los
amantes de la obra de Vincent podrán ver “caminando” en pantalla a la
reproducción de sus propias criaturas pictóricas, en plasmaciones que a una
velocidad de entre 6 y 12 por segundo generan la impresión de movimiento, en
tanto parte del curioso (aunque en verdad nada lejano de las meras esencias del
hecho fílmico, sino por el contrario demostración práctica de cuanto es: imagen
en movimiento) dispositivo compositivo ejecutado por la polaca Dorota Kobiela y
el inglés Hugh Welchman, este último merecedor del Oscar 2008 al Mejor
Cortometraje de Animación por su Peter
and the Wolf.
El alma
creativa vangoghiana se corporiza en unos fotogramas cuya labor de
yuxtaposición sobre la base de los lienzos independientes -e inspirados además en un bestial manojo de
más de 800 cartas del creador- deja sin resuello, en virtud de su destreza para
transmitir la angustia de los personajes desde el mismo entendido de las
expresiones pictóricas del maestro, sus trazos, sesgos, rastros, rostros,
miradas. Los encuadres del filme operan con arreglo a una invisible mirada
desde el caballete que prefigura una predisposición visual tendente a propiciar
la experiencia de franca inmersión que constituye Loving Vincent.
En
términos de guion, empero, la zona de arranque renquea y desmerece del resto
del metraje, en razón de los modos a través de los cuales se introduce en
pantalla la investigación en torno a los últimos días de Van Gogh -que es la
película toda- por parte de Armand Roulin, el hijo del cartero del genio, cuyo
súbito interés por el destino del pintor no guarda demasiada correspondencia
con su perfil volitivo ni formas de obrar.
La
transición abrupta del desinterés a la máxima atención por parte del personaje
se mitiga, más adelante, merced al carácter de una pesquisa que funge de
palanca argumental en procura de acceder al cosmos creativo y psicológico del
firmante de Retrato del doctor Gachet.
Justo en la época cuando visitaba la casa de dicho hombre, identificado con
Vincent por la vocación pictórica -en su caso, sin el talento de su huésped-,
acontecen los sucesos postreros de la vida del artista narrados por el filme.
Pese a ser una etapa de extrañas pulsiones y un devaneo bipolar que lo conducía
del éxtasis a hundirse en sí mismo, predominaba un estado general tendente a lo
estable, que no presagiaba su anulación física por sus propias manos, cual bien
subraya el filme y elemento en el que insiste el personaje de Roulin a través
de indagaciones que coquetean con la idea de que el holandés fuese asesinado.
Era, por otro lado, un prolífico momento creativo sin par en su carrera en términos
de productividad.
No
obstante, presa de burlas, incomprensiones, amores no correspondidos, raptos de
su quebradizo ánimo y hasta del abuso de un pelmazo adolescente, Vincent se
suicida, en 1890, a los 37 años. A propósito, la traducción en imágenes del
acto del disparo al estómago (narrado por otro personaje a Lourin) explicita
-por enésima vez-, las infinitas posibilidades de la Animación para expresar
movimientos, ademanes, proponer soluciones y engarzar al leitmotiv dramático
ideas visuales solo alcanzables en este género.
La
película, orlada de tales soluciones e ideas, sin embargo, pienso, no se
recordará tanto a causa de semejantes pericias técnicas, sino más en virtud del
concienzudo examen que realiza sobre la naturaleza del artista, sus obsesiones,
el precio de su diferencia, las cuitas y luchas internas que lo asolaron, su
deseo por sobreponerse a los tormentos propios o creados por otras personas y
la imposibilidad de concretar tales aspiraciones devorado por su propia
impotencia e incontinencia…
Sumatoria
de habilidad técnica y feracidad expresiva, Loving Vincent resulta uno de los títulos indispensables del 2017 en el planeta.
(Texto publicado originalmente en el portal
de la UNEAC)
HE LEÍDO CON SATISFACCIÓN VARIOS TRABAJOS PERIODÍSTICOS DEL AUTOR, NO CONOCÍA QUE SE TRATABA DE UN CRÍTICO DE TANTO RENOMBRE EN NUESTRO MEDIO Y FUERA DE ÉL. NO TUVE LA SUERTE DE VER LA REFERIDA OBRA CINEMATOGRÁFICA Loving Vincent, ME LA PERDÍ, TODO LO RELACIONADO CON EL GENIAL Van Gogh RESULTA MUY INTERESANTE. SIN DUDA LA REFERIDA OBRA TIENE UN VUELO ARTÍSTICO DESTACADO, POR LA PARTICIPACIÓN DE "123 los artistas de todo el mundo quienes trabajaron por espacio de seis años en pos de concluir los 65 mil lienzos necesarios para materializar Loving Vincent". COLOSAL ESFUERZO. GRACIAS POR SU TRABAJO.
ResponderEliminarMiguel Ángel, me sonrojan sus palabras. No creo sea tanto lo de mi "renombre", pero lo que sí me alegra sobremanera es que haya leído con satisfacción algunos de estos textos. Gracias por su lectura. Saludos del autor.
EliminarHay que estar locos…
ResponderEliminarMis primeras animaciones fueron –siguiendo las instrucciones del semanario Pionero, el de entonces, el que impulsaba la creatividad– aquellos monigoticos a lápiz que hacían cabriolas en la esquina superior derecha de todos mis libros. Luego vinieron Flash, Maya y 3D Studio a facilitar las cosas: fotogramas claves, curvas de interpolación… y la computadora se encarga del resto. Pero hay que intentarlo al menos una vez para saber cuán laborioso es crear la ilusión de movimiento a mano, cuadro a cuadro. Ahora, imagínate: óleo a óleo.
No la he visto aún. Espero que en este costosísimo homenaje hayan valido la pena los cientos de pinceles, los galones de aceite de linaza, los kilogramos de pigmentos, las hectáreas de lienzo y los miles de trapos (sí, trapos: para pintar al óleo se necesitan 10 trapos por cada pincel). Solo por concepto de bastidores y caballetes deben haber derribado un bosque…
¡Ha sido un proyecto más loco que el propio Van Gogh!
Ariel, de verdad te la recomiendo. En cuanto puedas, véela. Saludos, Julio
EliminarMiguel Ángel, me sonrojan sus palabras. No creo sea tanto lo de mi "renombre", pero lo que sí me alegra sobremanera es que haya leído con satisfacción algunos de estos textos. Gracias por su lectura. Saludos del autor.
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